Esa semana tomarían las clases en casa de Agustín Fortunato, para así evitar que Sebastián salga de casa y vuelva a decaer su salud.
Emelina charlaba alegre con él en el salón de música, mientras esperaban al maestro, cuando ven llegar a Sergio, saludando a todos con su buen humor característico, pero recibiendo de parte de Emelina un saludo cortés, pero muy frío.
Al finalizar la lección del día, Sergio miraba por la ventana en dirección a los patios. El día estaba soleado y las flores en primavera, hacia su llamado atrayendo grandes abejorros, ideales para verlos y leer sobre ellos con Emelina.
— Vamos al estanque a dar un paseo — decía alegre Sergio
— Ya sabes que no puedo salir, aún estoy convaleciente de mi resfrío — aseveraba Sebastián
— Es una lástima tío, eso quiere decir que solo saldremos Emelina y yo — reía Sergio, tomando la mano de su amiga para salir de ahí los dos.
Apenas Sergio toma la mano de ella, está la aparta de manera violenta, lanzándole una mirada de desdén y acercándose a Sebastián.
— ¿Qué te pasa a ti? — preguntaba sorprendido y molesto Sergio
— Yo no volveré a estar cerca tuyo, eres desleal, mentiroso y grosero. Ya no quiero ser tu amiga — contesta de manera rabiosa Emelina
Esta era la primera vez que aquellos dos jóvenes le veían tan enojada.
— ¿Es por lo que pasó el día sábado? — pregunta Sergio — ya me castigaron por eso, aún tengo las nalgas rojas por los azotes que me dio mi padre. Además, ya te pedí perdón ¿Qué más quieres que haga?
Emelina no responde y se aferraba del brazo de Sebastián, quien le daba la sensación de protección.
— Es mejor olvidarlo y dejarlo atrás. Vamos al estanque — continua Sergio al no tener respuesta, y vuelve de tomar de la mano de su amiga, pero esta se aparta molesta.
— No, yo no puedo olvidar eso. Ya no confío en ti, me engañaste y ni siquiera fuiste a ayudarme cuando mi padre me golpeó... solo te quedaste mirando y burlándote...
— ¡¿QUE?! — exclama asombrado Sebastián que no quería intervenir en la discusión, pero no pudo contener su asombro al escuchar lo último y mira con enfado a Sergio — ¿Le hiciste una broma a Emelina y la terminaron castigando por tu culpa?
— Solo se salió de control... no esperaba que apareciera su padre en el lugar — se defendía Sergio.
— ¿Cómo pudiste hacerle algo así?
— Pero no fue algo terrible — continuaba Sergio — Emelina, perdón. No volveré a hacerte otra broma como esa, olvidémoslo y sigamos siendo amigos ¿sí?
Aquella joven seguía viéndolo con desprecio y entiende que aquella pequeña travesura le saldría muy cara.
— Sebastián, ¿te molestaría invitarme a algún salón? Ya no quiero hablar más con esta persona en frente mío, si me es posible evitarlo.
— Si vamos, te enseñaré un nuevo juego de mesa que mi padre me ha traído — respondía de manera cariñosa Sebastián, llevando a su amiga fuera del salón.
— No se enojen por algo como eso — decía Sergio, tomando por el otro brazo a Emelina, pero Sebastián lo aparta del lado de ella — Al menos, ¿puedo acompañarlos?
— Ya dijo ella que no quiere estar contigo — contestaba molesto Sebastián.
Emelina y Sebastián le empujaban para que Sergio no les siguiera cuando caminaban por el pasillo, hasta entrar en la habitación de juegos, creando un forcejeo para cerrar la puerta y dejar afuera al muchacho de cabello rubio, asegurando la entrada con llave, escuchando los golpeteo que daba Sergio a la puerta.
— Si no abren, le diré a todos que se han encerrado porque están besándose — amenazaba Sergio.
— Ya vete Sergio, no queremos jugar contigo. Esta vez te has pasado — advertía Sebastián
Sergio comienza a realizar una imitación de Emelina para fastidiarla.
— Muack, muack... que ricos besos me da Sebastián
— Di lo que quieras, nadie te creerá... porqué eres un mentiroso — decía Emelina desde el otro lado de la puerta.
Al ver que no abrían y ya no contestaban los que estaban adentro de la sala de juegos, Sergio da fuertes golpes.
— Les acusaré que han sido crueles conmigo y no me dejan entrar a jugar
Sergio se marcha corriendo por el pasillo, con la cara roja y llorando mientras avanzaba, puesto que estaba triste y angustiado, de que ahora ellos estén enfadados con él.
Cuando dejaron de escuchar a Sergio patalear afuera de la sala de juegos, Sebastián invita a Emelina a tomar asiento y le cuente lo que pasó ese día, relatando ella todo lo que ocurrió.
— Papá Víctor cayó y fue aplastado por su caballo hace muchos años — decía Sebastián — Por poco muere, creo que Sergio se ha olvidado de eso. No debiste de creerle.
— Pero fue muy convincente
— Debiste de desconfiar de él, desde el día en que dijo que yo tenía 30 años
— Ya no importa, no quiero tratar con él — aseguraba Emelina — Además que ya me tenía cansada de que fuera tan bruto y pusiera gusanos en mi cabello, algunos los descubría cuando ya me daba comezón en la cabeza.
— Pero él no es malo, solo algo bruto, como tú lo dices y creo que solo lo hace para llamar la atención. Pero, con esto comprenderá que ya no puede hacer esas cosas. Así que perdónalo, estoy seguro que aprendió la lección.
Emelina negaba con la cabeza
— No, él me prometió que su padre tenía tentáculos... ya no quiero estar cerca de alguien que engaña así y que no me ayudó cuando estuve en problemas. Si no fuera por Don Víctor que me defendió, mi padre me habría dado de varillasos.
— Tienes razón, no puedo pedirte que perdones a Sergio, ya que se comportó muy mal... pero tú eres buena y me es raro verte enfadada por algo
— No, tú eres bueno. Gracias por protegerme de Sergio, espero que siempre seas mi amigo — Sonreía de manera afectuosa Emelina.
— Claro que sí, yo siempre cuidaré de ti — sonreía Sebastián, mientras sus mejillas se ruborizaban.