Emelina y Sergio bailaron varias piezas musicales, hasta que deciden ir a beber algo y descansar en las sillas que estaban por los alrededores.
Al estar sentados charlando, Sergio notaba como su amiga miraba en todas direcciones.
— ¿Pasa algo? — pregunta Sergio
— Sebastián ¿No ha venido?
— Debe de estar por ahí escondido, ya sabes que es muy aburrido
— Pensaba que le vería por aquí
Un hombre de edad media se acerca para hablarle a Emelina
— Señorita, disculpe el atrevimiento, ¿me concedería una pieza de baile?
— Señor, no sea descortés. La señorita está hablando conmigo — intervenía de mal humor Sergio.
Inmediatamente aquel hombre hace una inclinación con la cabeza en dirección a Sergio, como forma de disculpas alejándose.
— ¿Para qué hiciste eso? — pregunta con tonos de enfado Emelina — es el primero que se ha acercado
— Por Dios Emelina. No me dirás que te casarías con un hombre así de mayor.
— No, pero... debo conocer personas...
— Vamos a comer algunos aperitivos — Sergio lleva a Emelina a unas mesas apartadas, donde se servían bocadillos fríos.
Nuevamente otros varones se le acercaban para pedirle un baile, pero Sergio siempre respondía por ella rechazándolos, a lo que ya estaba molesta.
— Y ahora ¿Por qué alejaste a ese muchacho? — alegaba ella, después de que su amigo le dijera a un joven de buena apariencia que ella estaba cansada para bailar — No era viejo, no era feo y no olía mal...
— Porque tiene cara de estúpido
Emelina se sienta en una silla que estaba en una esquina de manera enojada.
— Quiero que me dejes sola Sergio, quiero poder elegir, quiero tener pretendientes y tú no me dejas siquiera hablarles.
— Solo te estoy cuidando
— Pero no quiero que lo hagas
— No te enfades conmigo, eres mi preciada amiga, no quiero que te pretendan hombre que no te merecen
Ya Emelina estaba agotada de seguir discutiendo con Sergio, puesto que sentía que él era mucho más aprensivo que su padre.
— No me enfadaré contigo, si vas a buscarme algo para beber
— Ven conmigo
— Me quedaré aquí, estoy cansada y me duelen los pies.
Sergio mira en todas direcciones, asegurándose que aquel lugar estaba apartado y no se le acercaría algún hombre mientras él fuera a buscar las bebidas.
— Está bien. Espérame aquí, no me tardo.
Diciendo esto, Sergio sale apresuradamente para ir por algún ponche y regresar con ella.
Por su rapidez, resbala y por poco cae al suelo, pero eso no impide que vaya a la mesa y solicite a un camarero que le sirva dos vasos de ponche. Por mientras estaba ahí esperando, unas damas se le acercaron para conversar con él. Sergio ya les conocía, eran mujeres que querían acercarle a sus hijas probablemente para que baile con ellas, con clara intenciones de dejarle a solas para que puedan hablar. En otra oportunidad él era cortés y hablaba con las señoritas, pero en este momento en el que estaba Emelina esperando, solo quería salir de ahí lo más rápido posible, pero cada vez llegaba más, alguna otra señorita con la que había charlado ya en otra fiesta u otras madres, retrasándolo cada vez más.
Después de que Sergio saliera del salón de baile para ir por unas bebidas, Emelina se levanta de su asiento y decide caminar, mirando en dirección a las terrazas que daban a los patios, que presentaban una vista encantadora de los jardines de aquel palacio.
— Creo que no estás disfrutando de esta velada
Emelina se gira al escuchar quien le estaba hablando, sorprendiéndose gratamente al ver a Sebastián tras de ella.
— Sebastián ¿Dónde estabas?, te busqué por el salón, pero no te vi — decía emocionada, acercándose a él
— Por lo general en estas fiestas me ocultó en las esquinas, para evitar que señoras me quieran presentar a sus hijas con clara intenciones de que acepte un compromiso.
— ¿Ya te ha pasado eso?
— Sí, es bastante desagradable — respondía Sebastián con una ligera sonrisa — Pero no les culpo, todo padre espera que sus hijos encuentren un buen partido.
— Eso explica por qué no te he visto, puesto que extrañaba verte por aquí
— Es difícil acercarme a ti, ya me he fijado que Sergio ha alejado a todos los que te han querido hablar.
Emelina gira los ojos en señal de fastidio.
— Ya sabes que él es especial — respondía ella — no he podido hablar con nadie. Según él, todos son hombres desagradables
— pienso lo mismo que él y creo que tiene razón
— ¿Realmente todos ellos eran personas desagradables? — preguntaba asombrada, abriendo mucho los ojos por la impresión.
— No lo sé en realidad, no les conozco — Sebastián se acerca más a Emelina — pero eres nuestra preciosa amiga y nadie es tan extraordinario como para merecerte
— Quizás no necesito a alguien extraordinario — Emelina da un paso para estar más cerca de Sebastián y así hablarle más suavemente, casi como si fueran susurros — tal vez solo necesito a alguien sincero, de buen corazón, que me quiera por como soy, que solo tenga ojos para mí y que me dé la oportunidad de amarlo y hacerle feliz
Sebastián presionaba sus manos con nerviosismo, pero respira profundo para hablar.
— Emelina, desde que te conozco, tú has logrado desaparecer mi timidez. Mi atención siempre está enfocada en ti... para mí, no existe mujer más encantadora que tú, eso ha hecho... que conquistes mi corazón.
Emelina estaba sorprendida y alegre por aquella confesión, así que trata de ocultar su sonrisa y muerde sus labios, para tratar de decir lo más apropiado.
— Siempre me he sentido segura y protegida contigo, eso ha hecho, que también mis pensamientos sean capados por ti, de la manera más tierna que conozco...
— Eso quiere decir, ¿Qué tengo posibilidades de aspirar a tu amor?
Emelina asentía con la cabeza ya sin poder ocultar su sonrisa. Sebastián toma de su mano, para acercarla a su rostro y depositar un beso en ella, hablando ahora con una sonrisa muy amplia, con ojos que irradiaban esperanzas.