Los Calero estaban esperando a que posibles pretendientes llegarán a visitarles, sentados en la sala charlando, mientras Don Manuel miraba por la ventana, para ver si algún carruaje se aparecía.
Emelina estaba al lado de su madre, quien cada tanto arreglaba algún mechón de cabello a su hija, para que esta luciera perfecta y le daba pellizcos en las mejillas, para que estas se mantengan rojas.
Don Manuel brilla por la emoción, cuando ve aproximarse dos carruajes hasta la entrada de la casa.
— Ya llegaron — decía Manuel con tal alegría, como si le estuvieran visitando a él — iré a la entrada para recibirles
Inmediatamente sale del salón para recibir a los pretendientes y sus familias.
Emelina estaba nerviosa y alegre, viendo como su madre le devolvía una mirada de orgullo.
Don Manuel saludaba a los Fortunato que bajaban del carruaje. Se sentía gratamente sorprendido que aquellos dos jóvenes herederos de esta poderosa familia estuvieran presentándose en su casa, dándole una mirada de triunfo tanto a Agustín como a Víctor, expresándoles con ese acto, que su plan había resultado y su adorada hija había cautivado a sus muchachos. Ahora, ya solo quedaba que ella elija a cuál de aquellos dos codiciados solteros, quería que fuera su esposo.
Sergio en compañía de sus padres, pasan primero al salón en el que se encontraba Emelina y su madre, saludándoles y dándole sus respetos.
Ella se mantenía sentada en su silla, esperando las palabras de su pretendiente.
— Con vuestra venia señora Calero, deseo poder expresar mis humildes sentimientos por vuestra hija — decía Sergio usando un tono solemne para hablar, lo que hacía morder los labios de Emelina para evitar reír, puesto que le era extraño ver a su amigo actuar de manera seria.
— Claro que sí señor Fortunato, tiene mi venia y mi mejor deseo para que mi querida hija haga la mejor elección — respondía Doña Leona
— Mi querida Emelina — Sergio se coloca de rodillas al lado de su amiga y le muestra un estuche de terciopelo que le entrega su madre — de manera humilde espero que pueda aceptar este pequeño obsequio, como muestra del aprecio que siento por usted.
— Muchas gracias — respondía ella sonriendo y tomando aquel estuche entre sus manos.
Emelina queda sorprendida, cuando al abrirlo, descubre un peine decorativo para el cabello con una libélula con adornos y joyas azules, tan brillante y hermosa, que hasta su madre que estaba detrás de ella contiene el aliento.
Rápidamente Doña Leona invita a los padres de Sergio a pasar al sofá que se encontraban más apartados en aquel salón para darle unos minutos a los jóvenes de privacidad para charlar, siempre con la mirada atenta de sus padres, pero sin lograr escuchar lo que ellos decían, según la tradición en el cortejo de la clase burgués.
Sergio toma asiento en la silla que estaba a un costado de Emelina, mientras esta sonreía de manera divertida.
— Así que ha venido señor Fortunato — decía Emelina
— Dije que lo haría, ya no puedes decir que no tenías pretendientes — respondía Sergio alegre como de costumbre.
— Este peine es tan hermoso, no debieron de molestarse, se ve que es costoso — Emelina pasaba los dedos por las alas de la libélula
— Sé que te gustaría, luego de que vimos la imagen de la libélula azul, dijiste que te gustaría tenerla en tu colección. Sé que preferirías tener a la original, pero por mientras la encuentro, puedes usar esta para adornar tu cabello.
— Ay Sergio, tú me conoces muy bien. Sabes que prefiero a los insectos reales que a sus imitaciones.
— Por eso quise darte este regalo, para que sepas que nadie más que yo te conoce tan bien, quien sabe tus secreto y más profundos anhelos y quien comparte tus gustos y pasatiempos... eso quizás nunca lo encontrarás en otro.
Emelina volvía a mirar los ojos azules de Sergio, se había prometido desde hace tiempo que no le volvería a mirar a los ojos, puesto que sentimientos incómodos y confusos se apoderaban de su mente, pero le era difícil impedir que su corazón no latiera cuando le escuchaba decir aquello.
— Es verdad, tú mejor que nadie me conoces — Emelina tenía un tono de voz triste, como si estuviera despidiéndose
— Si, y como te conozco tanto, ya me retiro... para que puedas recibir a quien en realidad estas esperando — Sergio toma de la mano de su amiga y deposita un beso en ella, levantándose de la silla y dirigiéndose en dirección a sus padres para que puedan marcharse.
Luego de que Sergio saliera del salón, ingresa Sebastián, en compañía de Agustín y Celenia.
Emelina cruzaba las manos, manteniéndose sentada, con el corazón en la garganta cuando ve a Sebastián quien se acerca, con una ligera sonrisa nerviosa, y al igual que Sergio, él pide autorización a su madre para iniciar el cortejo.
— Con su permiso Señora Calero, he venido hoy en compañía de mis padres, para presentar mis respetos ante usted y pedir humildemente que me permita cortejar a Emelina — Dice Sebastián de manera segura, sin que le temblará la voz al hacerlo y por lo cual temía que su nerviosismo se notará.
— Tiene mi permiso Señor Fortunato — sonreía Doña Leona e invita a los padres de Sebastián a acompañarlos, para dejar a solas por un momento a los jóvenes.
Sebastián le entrega también un presente a Emelina, que era un libro de Poemas, con tapa de terciopelo rojo y letras en oro.
— Es el libro del que estábamos hablando la última vez — decía alegre Emelina
— Fue difícil encontrarlo, sabía que deseabas tenerlo.
— Gracias, pero me gusta cuando eres tú quien me lees los poemas... tú voz es muy armoniosa y me alegra.
— Me gustaría poder leer para ti cuando tú me lo pidas — Sebastián se aclara la garganta para hablar — ahora el destino de mi felicidad depende de ti, estoy en tus manos, puesto que mis pensamientos te pertenecen.