Emelina había llegado temprano en la mañana a casa de Sergio, encontrándolo en la sala que era su refugio secreto, mientras él acomodaba una cucaracha disecada de manera delicada en el insectario para no romper sus patas, ayudándose de pinzas y una lupa.
Ella se sienta enojada de manera descuidada cerca del insectario, sin preocuparse de que su vestido se arrugue
— Creo que hoy has despertado molesta con el mundo — decía Sergio sin mirarla, colocando al insecto ya en su lugar y levantando la vista — Ni siquiera has dicho Hola.
— Hola — respondía enojada Emelina — ¡Ah!... es que me quiero morir, por favor, ayúdame y corta mi existencia, que ya no puedo con la vergüenza.
Sergio comienza a carcajear y deja la lupa y las pinzas a un lado, cerrando la tapa de cristal del insectario.
— Que cosa tan espantosa te pudo pasar para que estés así de afligida.
— Lo peor de todo... arruine un momento hermoso y romántico con Sebastián — Emelina estaba sonrojada por la rabia, hablando como si estuviera haciendo un berrinche
— No me digas que se te escapo un gas cuando estabas con él — vuelve a carcajear Sergio
— No... nos besamos ayer, luego de que te fueras
— Uh... que terrible, debe de ser tan asqueroso besar a Sebastián, yo de imaginar besándolo, la piel se me eriza — Sergio hacia expresiones de asco, para nuevamente estallar en risa
— No te burles, de verdad fue horrible. Nuestros dientes chocaron y al besarlo comencé a boquear como un pez, como si tratara de comerlo... fue tan patético. Arruine nuestro primer beso — Emelina ocultaba su rostro por la vergüenza, quería llorar al recordarlo
— No es tan malo, ya vendrán nuevas oportunidades — hablaba Sergio con una ternura en su voz al ver como su amiga sufría por algo como eso.
— No creo que Sebastián quiera besarme nunca más. Ayúdame.
— ¿Quieres que le diga que te vuelva a besar y que esta vez lo harás bien? — pregunta Sergio, mientras abría un libro de entomología, para buscar al escarabajo que atraparon y colocar el nombre correspondiente bajo de él.
— No seas ridículo. Dame consejos.
— ¿Consejos? Déjame pensar — Sergio ponía sus dedos sobre su barbilla como si estuviera meditando sobre el tema, actuando estar concentrado — Debes de practicar mucho.
— Ja, ja, ja... que graciosos, solo te burlas de mí — Respondía molesta Emelina
Sergio volvía a reír, acercándose a su amiga y dándole un pequeño pellizco en la mejilla.
— No me estoy burlando, es solo que eso se da naturalmente, no lo pienses tanto...
— Pero si lo pienso, estoy segura que Sebastián me ve como una tonta
Sergio le toma una mano para que se levante.
— Él no piensa eso. Mira, te ayudaré para que te sientas mejor. Cierra los ojos
Emelina le miraba con sospecha.
— No, pondrás algún insecto adentro de mi boca.
— Ah, bueno... si no quiere ayuda — decía Sergio alejándose.
— No perdón... pero no hagas travesuras ¿Si?
— Me dices eso como si no me conocieras — le decía aquello con una ligera sonrisa.
Emelina cierra los ojos y siente como algo redondeado con piel suave le tocaba los labios, sorprendiéndose y abriendo nuevamente los ojos, para ver que Sergio le había colocado una manzana en los labios, que estaba en el plato de frutas de la mesa, para que ella lo besara.
— Mal, te has asustado... vuelve a cerrar los ojos — decía Sergio como reprimenda — sigue practicando con la manzana
Emelina asentía con la cabeza y volvía a besar la manzana y escuchaba como Sergio le decía "no abras tanto la boca" o "no tensiones tus labios, parecen picotazos". Al cabo de un rato, Emelina tomaba los consejos de Sergio, dándole calmados besos a la manzana, mientras él seguía buscando información sobre el escarabajo en el libro.
— Si hubiera sabido desde un principio que debo mover mis labios de manera calmada, no habría hecho el ridículo — reía Emelina, dándole un mordisco a la manzana.
— Cómo pudiste morder a tu pareja — decía Sergio, saltando de su silla y quitándole la manzana de las manos, mirándola con preocupación— ¡Asesina!, le arrebataste los labios a Don manzana, ahora nunca más volverá a besar.
Ambos volvían a reír de las conversaciones tan absurdas que tenían.
— Pero ahí tienes más manzanas, está ya se me antojó
Sergio daba un suspiro entregándole la manzana a su amiga y buscando una nueva para jugar por última vez.
— Enséñame que aprendiste y luego vamos a comer algún postre a las cocinas — Sergio le acerca nuevamente la manzana a su amiga.
Emelina cerraba los ojos y se aproxima nuevamente a la manzana, dándole un beso suave y delicado, pero a la vez apasionado.
— Ese beso se vio delicioso — decía Sergio con vos ronca, deseando él ser aquella manzana, pero tratando de contener ese impulso, desviando su atención y dejando nuevamente la manzana en la mesa — ahora podrás escribir una guía sobre el beso.
— Si, pero ya me duelen los labios de tanto estirarlo, creo que van a sangrar — Emelina reía, ahora ya se sentía mejor y olvidó el embarazoso momento de ayer — gracias por ayudarme, ahora ya me siento más confiada.
— Deberías de compensarme por la paciencia que he tenido contigo
— Es verdad, pero por eso eres mi amigo...
Sergio se acerca sin controlar el torbellino de emociones que le embargaba y como un impulso natural, acaricia con su mano derecha el rostro de Emelina y pasa suavemente el pulgar por su labio inferior, mirándola con un deseo que era mucho más fuerte que su razón, sin tener miedo, ni preocuparse de lo que estaba haciendo.
— Tienes razón, tus labios están hinchados, deben de doler
Al decir lo último, rápidamente alcanza los labios de Emelina antes de que ella pudiera entender lo que estaba pasando, besándola de manera tierna y delicada, pasando suavemente su lengua por el contorno de sus labios, para probar aquel delicioso sabor de su amor. Sin contenerse, la abraza con firmeza por la cintura para atraerla a su cuerpo, a lo que ella depositaba sus manos en los brazos de él, sin negarse ante aquel beso que era irresistiblemente placentero y que la transportaba a pensamientos más alegres, haciendo que le correspondiera, saboreando los labios de Sergio, alejándose levemente para recuperar el aliento y volviendo a alcanzarlo para alargar aquel beso que le hacían florecer deliciosas cosquillas en el vientre, que se escapaban por su espalda hasta llegar a su nuca y bajaban nuevamente hasta depositarse en su zona excitable entre sus piernas.