Un Amor Tan Travieso

Capítulo 23

Como cada sábado, Sebastián acudía a casa de los Calero para visitar a su prometida y presentar sus respetos a la familia.

Los novios se encontraban en un salón merendando y bebiendo té, en compañía de Eva que se encontraba en una esquina con el trabajo de vigilarlos, pero el ambiente en aquel lugar era silencioso, puesto que ni Emelina o Sebastián decían algo.

Ambos estaban absortos en sus pensamientos. Emelina tenía un sentimiento de culpa con Sebastián, puesto que le había sido infiel al disfrutar el beso que compartió con Sergio y ahora no podía quitárselo de la cabeza. Ella creía que su prometido se había enterado y por eso ya no quería hablarle o era cortante ese día. Pero estaba segura que Sergio jamás se lo diría, así que sus preocupaciones eran solo de ella por cargar aquel secreto.

Por su lado, Sebastián no era el mismo desde la noche de la despedida de su soltería, algo había cambiado en él. Al despertar en la mañana siguiente, sentía que algo le faltaba en su vida y no podía entender que era. Estaba inquieto y no pensaba con claridad, pero a su vez, se sentía más fuerte que antes y olvidó su timidez después de pasar la noche con Pequitas. Quizás Sergio tenía razón, el estar con una mujer le dio más confianzas en sí mismo, pero ahora no podía quitarse de la mente aquellos grandes ojos color almendra.

— Creo que deberíamos ver el lugar donde nos gustaría vivir. Mis padres preguntan por ello — decía Emelina mirando con preocupación a su prometido que tenía la mirada fija en su taza de té

— Si, está bien — responde Sebastián

— ¿Te gustaría que compremos una mansión fabricada? O ¿prefieres que iniciemos la construcción en algún lugar?

— Hemmm... escógelo tú

— ¿Estas molesto por algo? Hoy no has querido hablarme

Sebastián sale de sus pensamientos y mira el rostro de preocupación de Emelina

— No, perdóname. Solo estoy preocupado por algunas cosas.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

— No... ya debo marcharme — se levanta de la mesa y le da un corto beso en la frente a su prometida.

— ¿Marcharte? Pero acabas de llegar — decía Emelina sorprendida por aquello

— Disculpa, pero tengo asuntos que tratar

Sebastián sale de aquel salón, mientras Emelina se queda en silencio en aquella mesa, mirando a su doncella con una mirada de preocupación, a lo que Eva escoge los hombros y negaba con la cabeza sin tampoco entender que pasó.

Ya en el carruaje, Sebastián le pidió al cochero que lo lleve al burdel.

Durante el trayecto, se volvía a preguntar una y otra vez "¿Qué estoy haciendo?" Había dejado a su prometida sola y con interrogantes, pero él no tenía respuestas que darle, necesitaba aclarar sus ideas y para eso, necesitaba regresar al lugar donde todo esto inició.

Ya a las afuera de esa gran casona, esperó adentro del carruaje, a que las lobas comiencen a aullar por las ventanas, para saber que el burdel estaba en funcionamiento.

El cochero le preguntaba si deseaba dar un paseo, puesto que ya estaban ahí más de una hora, diciéndole que el burdel abriría más tarde, pero Sebastián no quería moverse de ahí, así que siguió esperando.

Pasado casi dos horas desde que estaban ahí, se abre una ventana y una loba comienza a aullar, acompañada de otra y otra.

Sebastián sale apresuradamente del carruaje, y al igual que otros hombres, llega a la puerta del burdel prácticamente corriendo. Todos tenían la intención de captar a las Lobas más agraciadas primero y por eso, varios estaban atento a la apertura de ese lugar.

Varias recibían a los caballeros que llegaban a visitarle, pero al igual que los varones, las Lobas acudían rápidamente para ver quienes habían llegado, y poder escoger a aquellos clientes que tuvieran mejor apariencia, más adinerados o que al menos huelan bien. Sebastián cumplía con todos aquellos requisitos, así que varias Lobas lo toman por el brazo para que les acompañe.

— Venga conmigo señor, le cuidaré bien — dice una loba bajita

— Señor, yo le haré pasar un buen momento, se lo aseguro — le jalaba del brazo otra loba.

— No, estoy buscando a Pequitas — respondía apresuradamente Sebastián, levantando la vista en esa locura para poder ver a la pelirroja.

— No señor, venga conmigo... esa muchachita no logrará calentarle la sangre como yo — aseguraba otra loba tras de él.

— Que no — dice molesto — solo vine por ella, no quiero a nadie más.

Las Lobas que le rodeaban se alejan molestas, otras ofendidas y una grita al interior para llamarla.

Rápidamente Sebastián ve que llegaba corriendo la pelirroja desde el interior de la cantina.

Pequitas estaba sorprendida de ver al cliente de la noche anterior, pero a su vez feliz, ya que tendría trabajo para esa noche con un hombre que era delicado en su trato, algo que agradecían las Lobas.

— Señorito, me alegra verle por aquí — sonreía de manera dulce Pequitas — venga conmigo

Ella toma de su mano para que le acompañe a su alcoba, subiendo ambos por la escalera, alejándose de todos.

Al cerrar la puerta, Sebastián abraza a la joven con firmeza y respira en su cabello, para sentir aquel olor a hiervas que emanaba, como si fuera una fresca mañana de campo. Mágicamente, todas sus preocupaciones desaparecen y su corazón vuelve a latir con calma, sintiendo tanta felicidad al estar así.

Ella le abraza y acariciaba la espalda, hasta que él le eleva el mentón de manera cuidadosa, mirándola con ojos enternecidos para besarla y mientras lo hacía, le acariciaba las mejillas con el pulgar.

Ambos nuevamente compartían intimidad en aquella cama del burdel. Sebastián volvía a ser cuidadoso, pero ya no tenía miedo al tocarla, disfrutando de aquel momento, hundiéndose en aquel cuerpo femenino que lo envolvía de una manera seductora, pero a su vez cariñosa.

Pequitas al finalizar, se levanta de la cama para asearse con la mezcla de hiervas y vinagre, recogiendo su vestido para colocárselo.




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