Habían pasado dos días en los que Sebastián no fue al burdel, pero constantemente pensaba en la pelirroja que se encontraba ahí, preguntándose como estaría, tratando de recordar su cabello suave con olor a hierba fresca y por momentos sintiéndose culpable por no ir a visitarle. Pero cuando aquellos pensamientos aparecían en su mente, él se repetía a sí mismo; " Ya pagué por su trabajo y ella lo cumplió, además de darle tranquilidad por esta semana". Pero no podía dejar de pensar en ella y preguntándose ¿Cuándo terminará esta obsesión que se había apoderado de su mente?
A pesar de todo ello, Sebastián se mostraba igual que siempre ante el resto. Trabajaba aprendiendo de las finanzas de las minas y visitaba a su prometida, como lo hacía antes, sin demostrarle a nadie que sus pensamientos eran un desastre.
Ya sin aguantarlo más, acudió al burdel la tarde de ese viernes, al no poder controlar el deseo de volver a tener entre sus brazos a aquella muchacha.
Él podía entrar en aquel burdel de manera libre y ya las Lobas le conocían por haber pagado la semana de una de sus compañeras.
Sebastián pregunta por Pequitas y le informan que está en su habitación, así que se dirige al lugar rápidamente y entra en aquel dormitorio.
— Señorito, pensé que no volvería — decía Pequitas corriendo para abrazarle.
En el momento que tiene sus brazos rodeándolo, Sebastián vuelve a respirar aliviado y su corazón volvía a sentirse en calma.
— Estaba preocupado por ti ¿te encuentras bien? — preguntaba Sebastián elevando el rostro de la joven.
— Si Señorito, estoy bien ¿y usted? Pensaba que algo pudo pasarle para no venir
Sebastián da un suspiro y le da un cálido beso en los labios, para volver a mirarla con ojos enternecidos.
— Yo estoy bien, solo con algunas preocupaciones
— Me alegra saber que no era nada grave Señorito
— Deja de llamarme tan formalmente. Dime Sebastián
Nuevamente ellos se sumergen en un beso, que aumenta la temperatura del momento. Como si fuera un reencuentro, Sebastián la posee con ansiedad en aquella cama, respirando de su cabello y bebiendo de aquellos labios que le hacían suspirar.
Luego de asearse, Pequitas le sirve un vino especiado a Sebastián, que había preparado esa tarde para él. Ambos estaban semisentados en la cama, apoyados en las almohadas, bebiendo de aquel vino y charlando.
— ¿Duermes aquí todas las noches? — pregunta Sebastián, acariciando el cabello anaranjado de Pequitas
— Si, se paga una cantidad a Dominga de lo que ganemos en la noche
— ¿Ella es la loba mayor?
— Si. Aparte de la habitación, me dan comidas y seguridad. Si alguien nos ataca, solo pedimos ayuda y llegan unos hombres que tiene contratado Dominga.
— Me sigue preocupando que estés en un lugar como este ¿Por qué no vas a casa de tu padre?
Pequitas baja la mirada y no responde.
— Perdona por entrometerme, no tienes por qué responder a eso — dice Sebastián
— No se preocupe. No voy a casa de mi padre, porque vivo mejor aquí...
— No es necesario que me hables de tu privacidad. De todas formas, soy solo un cliente más y no tengo derecho a hacerte preguntas íntimas, puesto que ni siquiera sé tu nombre.
— Loreta
Sebastián le mira sorprendido ante aquello, con un semblante interrogante.
— Mi nombre es Loreta — volvía a responder ella.
— Es un nombre muy bonito, gracias por decírmelo.
— Por favor, no me llame con ese nombre aquí. Solo soy Pequitas en este lugar.
— No te preocupes, ese es un tesoro para mí, que no lo compartiré con nadie — Sebastián tomaba de las manos de Loreta para besarlas de manera cariñosa.
Cuando bajan nuevamente por las escaleras para que Sebastián se marche, Dominga, la Loba Mayor le detiene para hablar con él.
— ¿A disfrutado de este tiempo con mi muchacha? Pequitas es cotizada por mis clientes por ser amable y han preguntado por su disponibilidad.
Al escuchar eso, una desagradable sensación se apodera de Sebastián, al saber que había otros que esperaban por las caricias de Loreta.
— Pero yo he pagado por ella para que no esté con otro
— Así es Señorito, a pagado su semana y eso termina hasta mañana. Prefiero darle prioridad a usted por encima de los otros clientes, ya que Pequitas me dice que es amable con ella y también debo preocuparme del bienestar de mis niñas. Por eso quería preguntarle ¿Quiere contratarla por otra semana más?
Por un momento Sebastián no sabía qué hacer. Lo mejor era marcharse y dejar el burdel, olvidarse de aquella joven y continuar con su vida, pero al ver a Loreta con una mirada expectante al lado de Dominga esperando una respuesta de parte de él, nuevamente dudaba.
— No, yo creo que lo dejaré por esta vez — responde Sebastián.
— Claro señor. Como siempre, puede venir a visitarnos cuando desee.
— Gracias Señorito por su bondad y fue muy agradable para mi atenderlo — se despedía Loreta, pero ya no con su habitual sonrisa, sino que con un semblante triste y ojos que expresaban desilusión, por ser abandonados otra vez en esa vida, pero que ya se habían habituado a la resignación.
Verla así, fue para Sebastián, como un golpe en lo más profundo de sus sentimientos y se arrepiente inmediatamente por ello.
— No. Discúlpenme... contrataré otra semana — Sebastián saca nuevamente dinero de su bolsillo y comienza a contarlo.
En esa oportunidad, no llevaba consigo suficiente dinero como otras veces, pero siempre era una gran fortuna, a diferencia de lo que están acostumbrados el resto de las personas. Toma todo lo que tenía y se lo entrega a la Dominga.
— Pago por otras dos semanas
Dominga sonríe al tener el dinero en las manos y tocar los billetes.
— Agradecida señor, ya sabe que puede venir cuando lo desee.
Nuevamente Loreta recupera el brillo de sus ojos, con una sonrisa tan amplia como el cielo, salta sobre Sebastián para abrazarle nuevamente en señal de gratitud.