Sebastián, había llevado a Loreta a comer en un restaurante modesto, donde servían platos criollos, para que así su invitada no se sintiera incomoda en algún lugar que sea mucho más glamoroso.
Para Loreta, aquel almuerzo fue completamente agradable, ya que Sebastián le contaba sobre su familia y las travesuras que siempre ocurrían con Sergio, a lo que ella reía, contándole a su vez, sobre la vida en el burdel y las lobas.
Ambos después de comer, estaban completamente relajados y sentían que era una charla de viejos amigos, a lo que ya Loreta no tenía vergüenzas y tampoco preocupaciones, disfrutando de aquella tarde en compañía de aquel joven.
Sebastián le había ofrecido dar un paseo por el parque, despachando a su cochero para que no les espere.
Loreta se sentía como una niña, ya que Sebastián le consentía, comprándole una manzana acaramelada que siempre había visto, pero que jamás había probado. Se sentaron en una de las sillas que daba mirando a una pileta de agua, viendo como niños jugaban con aros de metal o a las escondidas.
Como si fuera algo muy natural, al igual que Sebastián, Loreta le cuenta como era su familia, recordándolos con cariño.
— Mamá murió cuando tenía 7 años, eso fue muy triste para todos, porque ella era buena, pero mi papá y mi hermano siempre estaban para cuidarme, aunque yo era muy torpe y les hacía enfadar. Me quedé a cargo del cuidado de la casa, pero no sabía cocinar muy bien y se me quemaban las cosas o cada tanto rompía algo. Papá siempre decía que era torpe y una buena para nada — comentaba Loreta sonriente, dándole lamidas al caramelo de su manzana.
— Pero apenas eras una niña, era muy pesado para ti llevar una casa — comentaba Sebastián triste.
— Pero yo no hacía nada bien, a pesar de eso mi padre me dejaba estar en casa y podía comer de lo que él traía, aunque en ocasiones me queda afuera y dormía en el cobertizo cuando llegaba borracho, para que no me golpee y le escuchaba decir "Donde esta esa mocosa, donde dejo mi licor" pero él no tenia — reía como si eso fuera muy divertido — Mi padre siempre ha tenido problemas de dinero, porque bebe mucho y apuesta en las cartas, pero él está seguro que un día ganará y tendremos una casa más grande y viviremos mejor.
Loreta seguía contándole a Sebastián que trabajó con una anciana cuando era pequeña, quien le pagaba con hortalizas de su huerta y que vendía en el mercado para obtener dinero y dárselo a su padre, ayudándole con ello a pagar sus deudas, puesto que los prestamistas acudían cada tanto a su casa para cobrar o para golpearle. Comentaba además que su hermano ganaba buen dinero, trabajando con unos amigos en asuntos de tipo criminal que, Loreta no quería mencionar, pero que se entendía por su nerviosismo al hablar de eso y evadir preguntas sobre su hermano.
— Cuando ya tenía 15 años, estaba vendiendo en el mercado y un hombre me mostró unos billetes, me dijo que le acompañe si quería ganarlo y yo fui, porque eso era mucho dinero y sabía que papá estaría feliz. Pero cuando estábamos en un callejón, el hombre comenzó a lamer mi cara y estrujar mis muslos. Me asuste y corrí, dejando las hortalizas que estaba vendiendo — volvía a reía Loreta como si aquella historia fuera muy graciosa — papá enfureció cuando le conté y dijo que era muy tonta por no dejar que el hombre me pague.
Ella contaba que después de eso, su padre dijo que ella se había vuelto ya en una mujer y podrían sacar provecho de eso. La llevo con su acreedor y le ofreció su virginidad, a cambio de disminuir su deuda. Esa oferta fue aceptada, iniciando Loreta su vida en aquel mundo.
Sebastián estaba horrorizado ante aquella historia y no podía podía contener su rabia.
— ¿Qué clase de padre le hace eso a su hija?
— Pero yo tenía que ayudar a mi familia en conseguir dinero. Mi papá es bueno, él me daba techo y comida, yo al menos debía de retribuir con algo.
— Esa es la obligación de un padre, el cuidarte y protegerte de los peligros. No es tu responsabilidad los problemas que él tenga.
Loreta queda asombrada por eso y no sabía que responder.
— Discúlpame, es solo una opinión mía. Por favor, continúa — trataba Sebastián de mantenerse calmado, para que ella no sienta que le estaba recriminado su actuar de aquella época, puesto que solo era una víctima sin nadie que le cuidara.
— No te preocupes, ya Dominga me dijo lo mismo cuando llegue con ella — sonreía nuevamente de manera dulce y continua con su relato — Bueno, ese prestamista venía a visitarnos varias veces y mi padre me dejaba a solas con él en casa. Ya después de un tiempo, la deuda estaba pagada y ese hombre le ofreció dinero, a cambio de llevarme con él, pero papá se negó. Él creía que yo tenía un tesoro entre las piernas y pensaba que ganaría más conmigo que dejándome ir con él. Luego me envió al burdel y desde ese entonces es que estoy ahí.
— ¿Y cada cuanto va a visitarte para pedirte lo que has ganado? — usaba un tono de voz calmado, para que Loreta le diga la verdad.
— Una vez al mes. Me trae algún regalo y me pregunta como estoy.
— ¿Le das todo tu dinero?
— Casi todo, guardo un poco para comprar mis artículos personales. Pero estoy feliz cuando llega, siempre tengo la esperanza de que él venga a buscarme para regresar a casa y ser como lo éramos cuando mamá estaba viva.
— Loreta, sabes que eso no ocurrirá ¿verdad? Tu padre es un borracho que tiene problemas de juego y tu hermano, sabe Dios donde está. Aunque te duela escucharlo, tu padre no es un buen hombre, por haberte hecho eso, destruyó tus esperanzas haciéndote creer que no serbias más que para darle placer a los hombres, beneficiándose solo él para mantener sus vicios.
— Pero, yo le quiero — los ojos de Loreta estaban tristes, mirando la manzana con caramelo que tenía entre sus manos — En ocasiones pienso, que me gustaría estar donde esté mamá, para volver a sentir su cariño y le pido a Dios que me lleve con ella.