Los días pasaba de manera lenta para todos y en todo aquel tiempo, Sebastián no había podido hablar o siquiera estar cerca de Loreta, para no levantar sospechas de que ellos ya se conocían, y esto, le estaba enloqueciendo.
Como si fuera un capricho, Sebastián necesitaba estar cerca de ella, para volver a tocar su rostro y que le mire con sus enormes ojos color almendra que expresaban tanta dulzura, que necesitaba para alegrar sus días.
Por la mañana, después de desayunar, Sebastián llama al ama de llaves a su habitación.
— Diga Señorito ¿Qué se le ofrece? — pregunta Cleofa dando una inclinación de cabeza.
— Quiero cambiar de criada a cargo de mi cuidado — responde Sebastián con naturalidad, sin mirar al ama de llaves.
— ¿Tiene algún problema con la niña Hermilia?
— Solo quiero cambiar, por la sirvienta pelirroja que ha llegado...
— Pero Señorito, aquella muchacha es nueva, la niña Hermilia ya tiene trabajando más de 10 años.
— Pero yo deseo cambiarla ¿está claro? — dice Sebastián ya con tono molesto.
Cleofa presiente una doble intención en aquella petición y no estaba segura de acceder.
— Debo consultar con la señora Celenia, para que autorice el cambio.
— Lo estoy autorizando yo
— Aun así, debo hablar primero con ella.
Sebastián se levanta apresuradamente, asustando al ama de llaves, hablándole con un tono rabioso.
— ¿Hasta cuándo usted me desautoriza? Si pido que haga algo, lo hace inmediatamente
— Pero yo debo de informar de esas cosas...
— ¿Acaso usted no es la encargada de esta casa? Haga su trabajo y aprenda a acatar órdenes.
— Pero Señorito...
— Espero que, al regresar por la tarde, aquella joven me esté esperando con mis trajes, si veo a Hermilia otra vez aquí, solicitaré a mis padres fervientemente que la despidan a ella y a usted.
Diciendo lo último, Sebastián sale de la habitación, dejando al ama de llaves con muchas interrogantes, puesto que el joven señor, jamás había sido grosero con ella, hasta ahora.
Cleofa, apenas tuvo la oportunidad, informa lo acontecido a la señora Celenia, y ella le indica que haga lo solicitado por su hijo, puesto que en los últimos días lo veía desconcertado y nervioso. Lo mejor era mantenerlo calmado y aquella petición no incomodaba a nadie.
A Loreta, le dieron instrucciones sobre sus nuevas labores como sirvienta a cargo del cuidado del hijo de los señores. Esa tarde, ella le esperaba en la habitación, con toallas, agua caliente en la jarra y una camisa limpia, para que el joven señor pueda asearse antes de la cena.
Sebastián al ver a Loreta esperándolo, no pudo ocultar su sonrisa, acercándose y acariciando su mejilla como lo había deseado, mientras ella le regalaba su característica sonrisa, con aquella mirada dulce que daban sus ojos.
— Señorito, gracias por todo lo que ha hecho por mí — decía de manera alegre Loreta.
— ¿Esta cómoda aquí?
— Si Señorito, es agradable poder dormir tranquilamente durante la noche.
— No me trates con tanta formalidad. Cuando estemos a solas, llámame por mi nombre.
Sebastián ansiaba volver a besar aquellos labios, pero debía de resistirse, puesto que ahora su relación dejó de ser un contrato sexual.
— Sebastián, si deseas que le acompañe por la noche, puede pedírmelo, no me negaré — dice Loreta tomando de la mano de Sebastián.
— No sientas que me debes algo, además que ya has dejado esa vida. Ahora tu decides sobre tu cuerpo y sobre tus sentimientos, eres dueña de ti misma
— Si, lo sé. Pero si es contigo, no me molestaría
Por mucho, Sebastián había tratado de resistir a la tentación durante ese momento, pero que ella le diga cosas como esa, no le ayudaba a calmar el fuego que estaba sintiendo. Trata de dar un suspiro profundo para controlar sus impulsos, pero Loreta toma de su mano para apoyar su mejilla sobre su palma, volviendo a mirarle de manera cariñosa.
Sebastián se acerca para besarla, pero en un último momento, decide detenerse, alejándose y tomando la camisa que tenía Loreta en sus manos para cambiarse de ropa.
...
A pesar de que Sebastián tenía intenciones de mantener una distancia prudente con Loreta, esto no ocurrió y a medida que pasaban los días, más cercanos se volvían. Loreta al ser la criada principal a cargo de las atenciones de Sebastián, ellos podían verse más seguido, incluso más de lo que él veía a su prometida.
Sebastián volvió a leerle poesía cuando estaban en el salón de lectura y al estar solos en su habitación, comenzó a crear el hábito de sentarla sobre sus piernas, para que ella le cuente como fue su día, solo con intención de escuchar su voz y de esta manera poder abrazarla, sentir su aroma y apoyar la mejilla en su pecho, a lo que ella le daba suaves caricias en el cabello.
Para Loreta le era agradable esta sensación de protección y necesidad de parte de Sebastián. Por primera vez se sentía que era importante para alguien y ansiaba los momentos en las que podía estar cerca de él, ya que su contacto, le hacía eriza la piel, acompañado de una deliciosa sensación de revoloteo en el estómago.
Una tarde de invierno, Emelina visita a su prometido para tomar el té. Como de costumbre, debían de ser vigilados por alguno de los criados, y al estar en casa de Sebastián, se quedaba Loreta a cargo de esta labor. En anteriores oportunidades, ella ya había desempeñado esta función, pero en esta ocasión fue distinto, puesto que ahora aquella sirvienta pelirroja conocía una nueva emoción que le regalaba Sebastián, y estos eran los celos.
— Mis padres fueron de luna de miel a Roma — comentaba Sebastián a su prometida, mientras bebía un sorbo de té
— Prefiero un lugar con mar. Las playas de la costa francesa dicen que son estupendas — sonreía Emelina
— Donde tú quieras esta bien