Emelina le envía un recado a Sergio, para que puedan encontrarse en el salón donde tenían su colección de insectos.
Ella estaba decidida a dejar de hacer el ridículo con respecto a aquellos temas, como lo fue su primer beso y cuando le llegó la primera vez su período, en donde asustó a Sergio y Sebastián cuando tenían 13 años, pensando que moriría por aquello. En esta oportunidad, ya no quería más secretos, odiaba el no saber nada y ser tan inocente, puesto que para ella la inocencia, era simplemente la ignorancia ante la vida.
Al encontrarse los amigos en aquel salón, inmediatamente Emelina le cuenta a Sergio lo que le estaba afligiendo.
— Ya me estaba preguntando cuando vendrías a hablarme de aquello — respondía Sergio dándole una sonrisa.
— Todos dicen que es algo horrible, ayer estaba tan asustada que prácticamente no comí bocado en la cena
— Solo tu madre te ha dicho que eso es horrible
— Pero tu madre y abuela no dicen nada cuando ella lo menciona.
— No le tengas miedo a algo como eso, estoy seguro que te gustará...
— Pero eso lo dices porqué eres hombre, todo es distinto para las mujeres, para nosotras es doloroso.
Sergio da un suspiro y se frota la frente, sentándose al lado de su amiga y hablándole calmadamente.
— Tienes que pensar que, si fuera tan horrible y desagradable, no existirían nacimientos.
— Solo dime que pasa durante la noche de bodas — decía Emelina ya sin aguantar la curiosidad.
Sergio cruzaba sus manos y presionaba sus pulgares en señal de nerviosismo, ya que le era incómodo hablar de aquello con la mujer que amaba.
— No seas boba, ya sabes lo que pasa...
— Claro que no, ¿para qué te lo preguntaría si lo supiera? — respondía malhumorada Emelina
— Hem bueno... alguna vez te has tocado ahí...
— Ahí ¿Donde?
— Ahí abajo... entre las piernas...
— Claro que no, ¿Para qué haría eso?
— Bueno... todo va en eso... —balbucea avergonzado Sergio
— Que no te entiendo... hablas como un tarado, explícate — decía ya sin paciencia Emelina.
— Es que no sé cómo explicarte eso... me da pudor hablar de esto contigo
— Creo que no me lo puedes contar, porque es algo horrible y no sabes cómo decorarlo... solo dilo y ya — contesta Emelina de manera afligida por saber aquella terrible verdad que el mundo le tenía prohibido que supiera.
Sergio piensa por un momento para buscar la forma de explicar aquello.
— ¡Ya sé! ¿Recuerdas esa vez que fuimos al parque y había dos perros copulando?
— Oh Dios mío ¿así?
— Si... quiero decir no... bueno, algo así
— Ahora entiendo porque mi madre dice que es un acto carente de dignidad, prácticamente animal — concluía Emelina de manera amarga — ¿Me dirás que haces eso con la Baronesa?
— Ah Emelina... que hice yo para merecer el tener que hablarte de esto — respondía Sergio apesadumbrado, dejando caer su cabeza sobre la mesa.
Emelina frota de manera amistosa el brazo de su amigo y comienza a reír.
— Porque somos buenos amigos y hablamos de lo que sea, además que juraste decirme siempre la verdad, así que, en nombre de nuestra amistad, te exijo que me hables de aquello.
Sergio se levanta abruptamente asustando a Emelina.
— Tengo una idea... vamos a ver a tío Jamal — decía Sergio, tomando por el brazo a Emelina y arrastrándola a la salida.
— No Sergio, no quiero que él me hable de esas cosas.
— No, pero él tiene una biblioteca completa sobre aquello.
Ambos salieron de aquel salón rápidamente.
Debieron de dar una excusa a Doña Leona para permitir que Emelina pueda acompañar a Sergio hasta casa de su tío, a lo que acepta de buena gana, ya que los Calero conocían a Jamal y podían confiar en él para vigilar a los jóvenes.
Ya en la mansión del árabe, este los recibe de buena gana, ya que le encantaba aquellas visitas.
— Tío, queríamos pedirte ver algunos libros de tu biblioteca — dice Sergio.
— Claro que si, vamos hasta ahí — se acerca a Emelina y toma de su mano para colocarla en su brazo y caminar con ella hasta la biblioteca — Mi querida niña, ya no has venido a verme desde que te has comprometido
— Discúlpeme tío, pero ahora debo de acompañar a mi prometido y a él le tienen prohibido visitarle.
— Si, ya lo sé. Pero extraño cuando venían a cazar insectos en esta casa tan vieja, me hacía tan feliz verles jugar aquí — sonríe Jamal a la joven — Todo habría sido distinto si te hubieras comprometido con Sergio.
— Pero él tiene a la señora Baronesa
— No te confundas querida niña, deberías ver lo evidente.
Ya habían llegado a la biblioteca y Jamal llama a los criados, para que traigan aperitivos y bebidas, además de que enciendan el fuego en la chimenea.
Sergio le hace un gesto a su amiga, para que ella le haga una de esas preguntas que incomodaba a su tío, para que así se marche y poder estar a solas en esa biblioteca.
— Hem... tío Jamal — comienza a decir Emelina — tengo una duda con respecto a sus mujeres.
— ¿Sobre qué?
— Es que tiene a varias mujeres en su mansión, pero ninguna le ha dado un hijo ¿Por qué un hombre quiere tener tantas mujeres, si ninguna de ellas le da un hijo?
— Ah bueno... es solo que yo no deseo tener hijos. Ya con Sergio me basta — reía el árabe.
— Pero si es así ¿de qué le sirve tener tantas mujeres? ¿Por qué un hombre puede tener muchas mujeres, pero una mujer no puede tener muchos hombres?
— Es porque la mujer no sabría quién es el padre de su hijo...
— Pero quizás ella no quiera tener hijos... y ahora que lo pienso... Quizás usted si tiene hijos sin que lo sepa
— No lo creo — respondía Jamal incómodo — Muchachos, debo hacer algunas cosas, pero busquen lo que necesiten aquí. Espero que puedan quedarse a almorzar.
Diciendo esto último, Jamal sale de la biblioteca, dejando a los jóvenes a solas.