A la mañana siguiente, Sebastián despierta, pero ya no estaba Loreta a su lado, dejándole un vacío interno, presionando una almohada para aliviar esta sensación de abandono.
Se vuelve a colocar su camisón de dormir y tira de la cuerda que estaba al lado de su cama para llamar al servicio. Inmediatamente aparece Loreta, quien ya estaba usando su traje de sirvienta, con una jarra de agua caliente en sus manos.
— Buenos días Señorito, espero que haya dormido bien — sonreía Loreta, dejando la jarra sobre la mesa.
Sebastián se acerca a ella para abrazarla, volviendo a besar sus labios.
— No hagas eso. No me trates con indiferencia después de lo de anoche.
— Lo de anoche, fue solo para que pueda aclarar sus ideas...
— Estar contigo me ayuda a ordenar mis ideas, tenerte así me alegra de una manera que jamás imaginé y cuando ya no estás conmigo, me siento confundido y asustado.
— Para eso, le ayudará su prometida. La señorita Emelina vendrá esta tarde a visitarle. Es conveniente que aclare sus ideas con ella y planifiquen su futuro juntos, ya que yo solo le distraigo.
Diciendo esto último, Loreta sale de la habitación, dejando nuevamente a Sebastián con un cúmulo de preguntas en la cabeza, puesto que estaba inseguro en lo que debía de hacer.
Aquellas interrogantes no desaparecieron y volvían a captar toda la atención de Sebastián, puesto que amaba a Loreta, aunque trate de negarlo y luchar en contra de ese sentimiento. Debía de tomar una determinación que no era fácil, ya que cortar el compromiso con Emelina, sería un duro golpe para ella y su familia, afectando su reputación en sociedad por ser despreciada por su prometido. Pero a su vez, no podía dejar a Loreta y hacerla sufrir por sus inseguridades. Cualquiera de las opciones que elija, dañaría a alguien.
Emelina mientras charlaba con Sebastián al tomar el té esa tarde, nuevamente descubre que su prometido no estaba prestando atención a lo que ella decía. Él tenía la mirada perdida cuando la veía y se distraía al mirar a la sirvienta pelirroja que estaba sentada en una esquina junto con Eva, su doncella, quien la acompañaba a las citas con su prometido.
— Esto no durará Sebastián, puesto que ni escuchas de lo que te estoy hablando — decía Emelina con naturalidad, como si hablara de cualquier tema, para saber cuánto de esto estaba realmente escuchando su prometido.
Él asentía levemente con la cabeza y bebía un poco de té.
— Ya me aburre estar contigo, es más... me desagrada y odio tus aburridas lecturas de poesía que me dan ganas hasta de dormir
— A si — respondía Sebastián mirando a través del hombro de Emelina, para fijar su atención en Loreta que le daba una sonrisa discreta.
— No sé porque te he escogido a ti como mi prometido, pensaba que serias el indicado, pero en realidad estoy enamorada de Sergio desde que éramos niños... sueño con él y me emociona tenerlo cerca mío.
Nuevamente Sebastián asentía con la cabeza, mirándola como si estuviera atento a lo que ella decía.
— Él me besó, y fue la experiencia más maravillosa que he tenido en mi vida, algo muy distinto a lo que he sentido alguna vez contigo ¿Crees que deba decirle a Sergio que él es mejor que tú?
— Claro
En ese momento la rabia se apodera de Emelina, demostrándolo golpeando la mesa de manera furiosa, sacando rápidamente del aturdimiento a Sebastián que le miraba sorprendido.
— NO ESTAS ESCUCHANDOME... ¿PARA QUE ME MOLESTO CONTIGO? — Grita Emelina
— Claro que te estaba escuchando — responde asustado Sebastián quien se encogía en el asiento
— Señorita por favor, guarde la compostura — llega corriendo desde la esquina Eva, para calmar a su joven señora.
Emelina no escucha lo que dice su doncella y sigue arremetiendo en contra de su prometido.
— ENTONCES RESPONDE LO QUE TE HE PREGUNTADO
— Que si... está bien lo que tu escoges
— PERO ¿DE QUE ESTAS HABLANDO?
— Me estas preguntando por la mansión Callista ¿Verdad? Está bien como la quieres decorar...
Emelina lanza un bufido rabioso, aparta la silla tan abruptamente que se cae, saliendo ella del salón.
Sebastián se acerca tomando su mano para que no se marche.
— Espera Emelina, conversemos sobre esto...
— ¿Ahora quieres conversar?... que descaro — Emelina se suelta del agarre de Sebastián y sigue caminando por el pasillo en compañía de Eva.
Sebastián trataba de impedir que Emelina no se marche, pero nunca en todos los años que le conocía la había visto tan molesta como ahora y para empeorar todo, Loreta sale de aquel salón con los ojos llenos de lágrimas, marchándose en la otra dirección, alejándose de aquel lugar. Ahora Sebastián no sabía a cuál de las dos debía de ir a buscar. Nunca en su vida, Sebastián se sentido tan estúpido y patético como en ese momento.
...
Sergio estaba durmiendo una siesta en su alcoba, ya que estaba agotado de haber trabajado todo aquel día en las finanzas de los barcos junto con tío Jamal. Un sirviente de manera tímida toca a su puerta para avisarle que le señorita Emelina había venido a visitarlo, saltando rápidamente de la cama y arreglando sus prendas, para ir al encuentro de su amiga.
Emelina estaba con Eva en el salón privado de Sergio esperándolo. Ella quería estar calmada para poder desahogar su pena con él, pero apenas lo ve aparecer por la puerta, no puede controlar su angustia, echándose a llorar y alcanzándolo para abrazarlo.
— Pero ¿Qué ha pasado Emelina? — pregunta preocupado Sergio, abrazándola de manera firme y levantando el rostro de ella para verle.
— Es Sebastián...
— ¿Qué te ha hecho? — dice apresuradamente de mal humor.
Emelina le cuenta lo que estaba pasando y sus preocupaciones, ya que cada día que pasaba, la relación de ellos no mejoraba y sabía que esto sería fracaso. Ella le comenta además que tiene intenciones de romper el compromiso, pero no sabe cómo, puesto que esto repercutirá en su reputación y en el de su familia.