La primavera estaba iniciando, y con ella, llegaban días soleados y un exquisito aroma floral en el ambiente.
Sergio fue a visitar a su prometida aquel sábado, después del almuerzo, para así pasar la mayor parte de esa tarde juntos.
Debido a las preocupaciones de Jamal por lo que estaba ocurriendo en América con sus barcos, la pareja decide visitarle para alegrarle ese día. Además de eso, querían aprovechar de cazar insectos en sus bodegas, ya que él calor las hacía salir de sus escondites y esa vieja mansión, tenía muchos lugares en donde encontrar insectos, puesto que hace un par de días, Sergio logró capturar en el sótano, una tarántula que había olvidado en la habitación que ocupaba en esa casa y quería enseñárselo a Emelina.
Al llegar a la mansión, esta se encontraba en silencio y no se veía personas en el lugar. Luego de unos minutos, aparece el mayordomo, quien les saluda y les informa que Jamal salió de viajes de manera urgente a Colombia. También se había ido con su harén y solo quedaron algunos sirvientes en esa mansión, para mantenerla limpia hasta su regreso.
El mayordomo le entrega una carta que su tío le había dejado, abriéndola y leyéndola apresuradamente.
— ¿Qué dice? — pregunta Emelina preocupada
— Sigue con problemas de sus barcos en América, debió viajar hasta Colombia para tomar acuerdos con otros empresarios y personas de los puertos, para frenar la piratería — Sergio guarda nuevamente la carta — Asegura que estará aquí para la boda.
— Me retiro Señorito — informa el mayordomo, haciendo una inclinación de cabeza.
— Gracias. Nosotros también nos marcharemos, solo pasaré a mi habitación a sacar algunas cosas — respondía Sergio
— Esta en su casa — se despide de manera amable el mayordomo
Sergio toma de la mano de Emelina para que le acompañe a buscar el frasco en donde estaba la tarántula, subiendo por las escaleras y caminando por el pasillo.
— ¿Qué haremos ahora? — preguntaba Emelina
— Regresemos a mi casa, debo informarle a mi padre que tío Jamal se ha ido. Podremos estudiar la tarántula ahí, y pedir que nos preparen algún postre para tomar el té — sonreía Sergio ingresando en la habitación.
El dormitorio que ocupaba Sergio en aquella mansión era hermoso, tenía algunos espejos adheridos a la pared, como parte de la decoración, todo en colores caoba y dorados, lo que le daba un aspecto majestuoso y elegante.
Sergio se lanza al piso y se mete debajo de la cama, gruñendo para alcanzar el frasco que estaba bien oculto. Emelina reía al solo lograr ver las botas de Sergio afuera de la cama y como estas se retorcían.
— Emelina... ayúdame — pedía Sergio angustiado
Ella rápidamente se arrodilla al lado de la cama y mira debajo, dando un pequeño gritito de susto, cuando algo áspero y gris le llega a la cara.
— ¡CUIDADO! UNA RATA... — gritaba Sergio
Emelina se sacudía, pero deja de hacerlo cuando escucha las risas de Sergio. Ella miraba lo que le había llegado al rostro, y solo ve en el suelo, un trapo sucio con el que las criadas limpiaban los pisos y que se había quedado debajo de la cama.
— ¡SERGIO!... me asustaste... eres muy malo
Él salía de debajo de la cama riendo, sentándose en el piso y entregándole el frasco a Emelina, quien estaba también sentada al lado de la cama. Ella queda impresionada al ver a ese enorme arácnido, girando el frasco entre sus manos.
— Es impresionante. Aunque ya está muerto — sonreía Emelina — Me habría gustado verlo vivo
— Ya estaba muerta cuando la encontré, pero podríamos dar paseos por el bosque, dicen que temprano por la mañana se logran ver.
Emelina seguía mirando aquel preciado tesoro que engrosaría el insectario, pero Sergio, solo le miraba a ella y sonreía. Sin aguantarlo más, le quita el frasco y lo deja en el suelo, para ahora acercarse a ella y besarla.
Desde hace mucho que no habían podido besarse y esto hacía que el beso fuera algo ansiado, sumergiéndose en los labios del otro, sintiendo como sus lenguas se encontraban, haciendo que sus cuerpos se llenarán de exquisitas sensaciones que les erizaba la piel.
Sergio la estrechaba entre sus brazos, sin detener aquel beso que cada vez se hacía más calmado y provocador, apoyando la espalda en el contorno de la cama, acariciando las mejillas de Emelina, sintiendo como ella acariciaba su pecho. Poco a poco, Sergio bajaba sus manos por la falda de Emelina, para acariciar sus muslos por encima de la tela.
— Quiero tocarte — susurraba Sergio, mirando a Emelina con las mejillas sonrojadas — Quiero tocar, debajo de tu falda ¿Puedo?
Emelina asentía con la cabeza de forma avergonzada, puesto que también le gustaría sentir su tacto.
Delicadamente, él subía la falda hasta las rodillas, para meter su mano suavemente, tocando las medias que cubrían las piernas de ella, lanzando un suspiro al llegar hasta sus muslos, y descubrir la piel desnuda, que era suave y cálida a su tacto.
Cuando su mano alcanza el contorno interno de los muslos y subía para llegar hasta su ropa interior, Emelina lo aparta delicadamente.
— No puedo, estoy muy avergonzada... no puedo verte a la cara si haces eso
— Y si dejas de verme ¿estaría mejor? — susurraba Sergio
Emelina asentía con la cabeza, presionando sus manos sobre su pecho en señal de nerviosismo. De forma cuidadosa, Sergio la voltea, para quedar de rodillas en frente de la cama, con los codos apoyados sobre el colchón, similar a como ella dabas sus oraciones por la noche. El cuerpo de Sergio se posiciona detrás de ella, para que su pecho cubra su espalda. Nuevamente las manos de él, ingresan de manera hábil debajo del vestido, para nuevamente tocar su piel y escurrirse por el interior de sus bragas, tocando rápidamente el lugar oculto entre sus piernas, que ya se encontraba húmedo y caliente.
El ser tocada por Sergio en aquel lugar le asusta, tratando de sacar la mano de él para poder escapar, a lo que él la abraza con mayor fuerza para impedir que lo logre, susurrando a su oído.