Al llegar a casa, Emelina se encontraba eufórica, deseaba cantar, bailar o saltar, puesto que era tan feliz. Nunca había imaginado que haber hecho el amor fuera una experiencia tan sobrecogedora, romántica y erótica. Ahora solo podía pensar en Sergio y la necesidad que tenía de estrecharlo en sus brazos.
Por la noche, Emelina no podía dormir, y se preguntaba si Sergio se sentiría al igual que ella, puesto que, en el trayecto de camino a casa, luego de salir de la mansión de tío Jamal, él no paraba de decir cuánto la amaba, besando su mano y viendo en sus ojos, aquella necesidad real de pertenencia.
Sin aguantarlo más, Emelina comienza a escribir una carta para Sergio, expresándole todos aquellos dulces sentimientos que sentía, a pesar de que ya era hora de dormir, pero necesitaba escribirle ahora que se sentía tan feliz. Al terminar y sellar su carta, vuelve a recostarse en su cama, abrazando una almohada y clavando el rostro en ella, al recordar que ya era la mujer de Sergio y sonriendo al pensar en eso, sintiendo una molestia bajo su vientre y entre sus piernas, entendiendo que esto era debido al perder su virginidad.
Por la mañana, Emelina no quería levantarse de la cama, se sentía perezosa, pero esperaba poder ver a Sergio durante aquel día, aunque por lo general, los prometidos no se visitaban todos los días. Pero esto era distinto, no podía estar un día sin verle, así que sale de la cama y entrega su carta que es rubio anoche a Eva, para que la hagan llegar a la mansión Fortunato.
Después de desayunar, Emelina buscaba alguna forma para convencer a su madre de visitar a la familia de su novio, pero no fue necesario hacerlo, ya que una gran entrega de rosas llegó ese día a la mansión Calero.
Las doncellas de aquella casa estaban asombradas y sonreían, al ver como una carreta llegaba con ciento de rosas, que eran las primeras de la temporada, para la señorita Calero, acompañadas de una nota.
Las sirvientas bajaban aquella gran entrega de rosas, para ingresarlas a la mansión, mientras Emelina leía aquella nota que provenía de Sergio. Él al igual que ella, no había podido dormir aquella noche y le escribía para expresarle cuán grande era su necesidad de volver a verle, entregándole este pequeño regalo, para demostrar de alguna forma el amor que sentía.
Emelina no podía dejar de sonreír y tomaba algunas de aquellas rosas para sentir su perfume y presionarla contra su pecho, mientras las sirvientas le miraban suspirando, puesto que aquel gesto de su prometido, había sido un acto tan romántico, con que cada mujer soñaba.
Al igual que Emelina, Doña Leona recibe una nota, en donde se les invitaban a almorzar en la mansión Fortunato. La madre de Emelina está complacida y sonreía al ver la felicidad de su hija, contestando aquella nota, para informar que están gustosas de aceptar aquella invitación.
Don Manuel Calero, había salido de viaje para tratar asuntos del ferrocarril, así que solo se encontraba Doña Leona y Emelina en casa.
La llegada de las rosas creo un revuelo entre las mujeres de aquella mansión, puesto que el aroma que emanaban, impregnada el lugar.
Eva vestía y peinaba el cabello de su joven señora esa mañana antes de salir, puesto que Emelina deseaba verse hermosa para Sergio, pero su mirada era dulce y sus mejillas tenían un rosado natural, del cual no necesitaba maquillaje, ya que estar enamorada, le hacía verse encantadora.
Al llegar a casa de los Fortunato, Sergio les recibe en la entrada. Emelina no podía dejar de sonreír al verle, y se preguntaba, si siempre él había sido tan atractivo. Sergio por su parte, debía controlar el impulso de abrazarla y mordía su labio inferior por la emoción que sentía de volver a estar cerca de su amada.
Antes del almuerzo, le permitieron a los novios, dar un paseo por los jardines, momento ideal para poder decirse tantas cosas, pero siempre bajo la vigilancia de las criadas.
— No puedo dejar de pensar en ti. Conservo en mi mente, cada maravilloso minuto que compartimos juntos.
— Yo también... aun no puedo creer que al fin pasó — sonreía Emelina, tomada del brazo de su prometido mientras caminaban cerca de una pileta de agua — Fue tan hermoso el obsequio de rosas que me has enviado
— No se compara a lo que tú me has dado. Nunca en toda mi vida me he sentido tan feliz. La carta que me enviaste en la mañana, la tengo aquí conmigo... me alegra saber que provocó tanto en ti, porque tú provocas tanto en mí.
Sergio sin aguantarlo más, toma por la cintura a Emelina, para tenerla muy cerca, a lo que ella lograba percibir su palpitar. Inmediatamente una sirvienta les llama la atención, a lo que ellos vuelven a tomar distancia.
— Ahora debemos esperar hasta el matrimonio, para volver a querernos de manera íntima.
— No creo que debamos esperar tanto — sonreía Sergio
— ¿A qué te refieres?
— No le he dicho a nadie que tío Jamal se ha ido. Podremos decir que iremos a visitarlo nuevamente. Ya sabes que no envían a las criadas con nosotros, puesto que siempre en esa casa, está tan llena de personas... será nuestro refugio de amor.
— ¿Eso no sería muy arriesgado?
— Es perfecto... nunca más tendremos una oportunidad así para estar solos. Además, espero que ya seas mía nuevamente.
Sergio volvía a tomar por la cintura a Emelina, atrayéndola hacia su cuerpo, a lo que nuevamente una criada interviene, acercándose a la pareja.
— Señorito, le pido por favor que tome distancia.
Sergio daba un suspiro de fastidio, a lo que Emelina reía de ver la frustración de su prometido al soltarla.
— Tendrás que ser paciente — reía Emelina, tomando del brazo de su prometido, para volver a caminar con él.
— No me pidas paciencia... eres una deliciosa tentación — volvía a dar un suspiro — cuando regrese tu padre, le pediré que adelantemos la boda
— Ya sabes que eso no pasará — Emelina presionaba con más fuerza el brazo de Sergio y lo acercaba a su pecho, dándole miradas tiernas, con una ligera sonrisa.