Nuevamente Emelina estaba en casa de su prometido, bordando con su madre, las señoras Fortunato y tía Perla, otra sábana con un hueco en el medio. Deseaba decirle que era una pérdida de tiempo bordar ese tipo de sábanas, puesto que nunca las usaría con su esposo, ya que le gustaba ver el cuerpo desnudo de Sergio y sentir ese calor envolvente cuando hacían el amor.
Doña Leona seguía dándole consejos sutiles sobre su noche de bodas, pero ahora Emelina pensaba que ella tenía más experiencia que su madre en aquellos temas, puesto que cada vez, conocía más los gustos de Sergio en la cama y también sus propios gustos, dedicándose ahora a practicar nuevas posturas, como las que vieron en los libros de tío Jamal. Recordar el hacer el amor con Sergio, volvía calientes los pensamientos de Emelina, que ya no podía seguir bordando, solo tenía la necesidad de volver a estar con él.
Levantándose de su silla, Emelina se disculpa con las damas que estaban ahí, ya que tenía que ir al baño.
Sergio se encontraba trabajando con los varones Fortunato en finanzas de las ciudades, de las cual ellos eran terrateniente, para mejorar las condiciones del lugar. Una sirvienta ingresa por la puerta, informándole que su prometida deseaba verlo en el salón Rosales, a lo que él, abandona sus tareas, para salir rápidamente del lugar, al llamado de su amada, lo que nuevamente provocaba carcajadas y bromas entre su padre, abuelo y tío.
Sergio se encontraba feliz caminado por los pasillos en dirección al salón donde estaba Emelina. De pronto, una puerta se abre desde su salón donde tenían el insectario y unas manos lo arrastran a su interior con fuerza, cerrando nuevamente la puerta.
— Cariño, me has asustado — alcanza a decir Sergio, hasta ser callado por los besos de Emelina.
— Quiero ir donde tío Jamal — responde ella, acorralado a su prometido contra la pared.
— Me encantaría, pero solo han pasado dos días desde que fuimos la última vez... se darán cuenta...
— No importa, necesito de ti, quiero hacerte el amor
— Pero nunca visitamos tanto a tío Jamal, además que mi padre se está preguntando porque ha pasado tanto tiempo en el que no nos visita. Tengo que inventar muchas cosas para que no valla él hasta su mansión. Se verá extraño que nosotros vamos y él no pueda ir...
Emelina tocaba la parte delantera de su pantalón, presionándolo y estimulándolo, a lo que él lanzaba un suspiro, también tocando sus pechos, metiendo sus dedos dentro de su escote.
— Ya no hagas eso — suplicaba Sergio — ¿sabes lo extraño que es para mi rechazar esta propuesta?
— Busca una excusa, quiero ir a nuestra habitación — Emelina se separa de Sergio mirándolo con determinación
— Mi amada, ¿Qué te he hecho? Antes eras una dulce joven inocente, ahora tu mente está llena de perversiones...
— Te lo digo en serio, quiero que me rescates del tedioso trabajo del bordado, si doy una puntada más, creo que gritaré.
Diciendo esto último, Emelina sale por la puerta, dejando estupefacto a Sergio, que ahora debía calmar sus pensamientos eróticos, puesto que su excitación se notaba por la presión que ejercía sobre su pantalón.
Pasada unas horas, Sergio saca una excusa ante sus padres y Doña Leona, para poder llevar a Emelina a un almuerzo en casa de tío Jamal, comprometiéndose a llevarla de regreso a casa, al finalizar la velada.
La ansiedad por volver a estar de manera íntima, les hizo llegar nuevamente a aquella mansión vacía, dirigiéndose rápidamente hasta el dormitorio, cerrando la puerta con llave. Ambos se desnudaban de manera ágil, riendo al hacerlo y ayudándose entre sí para no perder el tiempo en eso.
Para llegar a la cama, se besaban y hacían cosquillas, riendo como si fuera un juego, hasta estar recostados en el colchón, sin parar de sonreír.
— ¿Por qué tenías tanta urgencia de hacer el amor? — reía Sergio al ver a Emelina ya relajada entre sus brazos y moviendo sus caderas mientras él le acariciaba en su intimidad.
— Porque nuevamente mi madre me habla sobre lo que debo hacer en la noche de bodas — Emelina besaba los labios de Sergio y también acariciaba y frotaba su virilidad, que ya estaba hinchada y caliente.
— Eso te pasa por no apoyarme cuando pedí que adelantáramos el matrimonio — reía Sergio — ahora deberás aprender a montar ¿Te dijo tu madre sobre eso?
— No. Te refieres a que ¿después de estar casada debo aprender a montar a caballo?
— Así es, pero con las dos piernas separadas, como los varones.
Sergio sin dejar de sonreír, sube a Emelina sobre su cuerpo, para que ella tome el control de la situación.
— ¿A esto te refieres con montar? — reía ella al ver el entusiasmo de su novio.
— Claro que sí, ahora... cabalga — sonreía Sergio, moviendo las caderas, lo que hacía reír mucho más a Emelina.
Las risas se detuvieron, pasando a suspiros y luego a gemidos de placer, puesto que para Emelina, era agradable tomar el control de los movimientos y ver como Sergio mordía sus labios y estiraba su cuello cada vez que los movimientos eran placenteros. Sin aguantarlo más, él se sienta, para poder alcanzar los pequeños pechos de Emelina, lamiéndolos y succionándolos, mientras presionaba sus nalgas con firmeza, aumentando la intensidad del movimiento, hasta dar un suspiro y volver a recostarse, acariciando de manera calmada las piernas de ella.
— ¿Terminaste? — pregunta sorprendía y molesta Emelina
— Claro que no, sigue... — responde agitado Sergio
— Claro que sí. Se supones que debes esperar hasta que yo termine... lo prometiste.
— Que no he terminado...
— No seas mentiroso, estas flácido
Emelina se baja del cuerpo de su novio y miraba como corría por sus piernas la miel que él había dejado ahí, prueba de que ya había alcanzado el orgasmo. Antes de que ella pueda decir algo, Sergio la besa y la coloca boca abajo, para impedir que se levante.