Durante una mañana, Loreta se encontraba sola en la mansión Fortunato, puesto que su prometido y los padres de este, habían ido a casa de Víctor Fortunato. Ella no acudió a la mañana de bordado de las damas, puesto que se encontraba Doña Leona acompañando a su hija Emelina y preguntaría quien era ella, al verla en el lugar.
Como una buena estudiante, se había dedicado a practicar la lectura. Deseaba que Sebastián estuviera orgulloso de ella y quería darle la satisfacción de su esfuerzo.
Un criado toca a la puerta de la biblioteca y le informa a Loreta, que había un hombre en la entrada que preguntaba por ella.
Aquello asusta a la pelirroja, así que decide salir para ver quién era.
Al cruzar los jardines y llegar al enrejado de la propiedad Fortunato, Loreta ve a un hombre delgado de brazos fuertes, con una sonrisa maliciosa al verla, de cabello desaliñado y barba crecida, de un color rojizo al igual que ella.
— Después de que Cristín me dijera que te vio en el mercado, vestida como una señora ricachona, no lo podía creer...
Loreta mira en dirección donde estaban los guardias de la puerta y regresa la vista al hombre de manera preocupada.
— ¿Podemos conversar en otro lado?
— ¿Porqué? ¿Te avergüenzas de tu padre? Claro, como no soy rico, ni sofisticado... solo un pobre diablo que tiene una mal agradecida de hija...
Loreta hace caso omiso y se aleja de la puerta con la vista clavada en el piso, para estar a una distancia prudente de la mansión Fortunato, hasta que siente como la empujan con fuerza contra una pared.
— No te hagas la tonta — continuaba el hombre increpándola — las rameras en el burdel, solo dijeron que te fuiste de la ciudad, tu hermano le pidió a los muchachos que te siguieran el rastro...
— Papá, por favor... ahora yo estoy bien — gimoteaba Loreta del miedo que sentía, por haber hecho enfadar a su padre.
— ¿Por qué ahora te crees con el orgullo suficiente para pensar que no me debes nada? Dame mi dinero.
— Pero ya no tengo dinero, deje de trabajar — Loreta presionaba sus manos sobre el vestido, para controlar el temblor y evitar llorar — me casaré, solo te pido por misericordia que me dejes ser libre. Ya por mucho tiempo trabajé para darles lo que ganaba.
— ¿Te casarás con uno de los ricachones? — el hombre comienza a carcajear — Que se va a casar contigo, solo quiere que abras las patas sin pagarte, y tú la muy estúpida cree que es por amor... bueno, nunca fuiste muy inteligente.
— Por favor, te lo ruego... te daré dinero...
— Claro que sí, le cobraré a esos ricos todo el dinero que me deben por llevarse a mi niña y no pagar. Ya me deben varios meses.
El hombre mira las manos de Loreta y ve el anillo de compromiso. Rápidamente la toma y comienza a jalar de su dedo para quitarle la joya, lastimándola al hacerlo.
— No Papá, por favor... es mi anillo de compromiso, no me lo quites — lloraba Loreta.
— ¿Así que de verdad te dijeron que se casarían contigo?... eso manditos, como juegan con las ilusiones de una pobre tonta
— Es la verdad Papá
— Entonces deberé ir a visitar a mi yerno y mis consuegros, ya que seremos familia... debemos conocerlos ¿no te parece?
— Papá... te lo suplicó, por lo que más quieras... — Loreta lloraba agitada por el miedo que tenía.
— ¿Te avergüenza tu familia?... por eso te marchantes del burdel sin avisarnos. Como has encontrado gente más bonita, te olvidaste de dónde vienes y quien eres... olvidaste a tu madre, mala hija...
Loreta seguía llorando y negaba con la cabeza.
— Ya deja el lloriqueo para cuando me muera — vamos a ver a los muchachos.
Ambos caminaron por más de una hora, hasta llegar a un barrio con casa de gente humilde, entrando en una cantina de dudosa reputación.
Al ingresar, varios de los que estaban ahí la miraban con desagrado, por su vestido de tipo burgués. Algunos hombres le escupían en la falda y otros le daban apretones en el trasero cuando pasaba cerca de ellos.
— Así que ahí está la Reina, que ya no saluda la muy creída, cuando ve a estos mendigos — se burlaba un hombre joven que tenía el cabello color rojo anaranjado y varias pecas al igual que Loreta.
— Su majestad dice que se va a casar con un niño rico — respondía el padre de Loreta al grupo de hombres que estaban hablando en aquella cantina.
— Ah, qué bien y ¿para cuándo es la fiesta?... tenemos que ir vestidos con nuestras mejores galas — reía un hombre obeso, de cabello grasiento, que estaba comiendo un trozo de pollo en una de las mesas.
Loreta apretaba las manos y clavada sus uñas en sus palmas. Solo deseaba ser libre, pero nuevamente aquellos hombres se lo impedían.
— ¿Por qué no hablas? ¿Acaso ya no le dices nada a los muchachos? — decía el joven de cabello rojizo
— Por favor les pido, permítanme vivir en tranquilidad...
— Ya escucharon... se avergüenza de su familia está mal nacida — decía molesto su padre.
— Ya papá... si Pequitas quiere ser libre para gozar una vida de lujos, déjala.
Loreta estaba sorprendida de que su hermano digiera algo como eso, pero no tenía esperanzas de que algo bueno salga de esto.
Los hombres del lugar comienzan hablar entre ellos y se acercan ante un gesto del pelirrojo.
— Si quieres que desaparezcamos de tu vida, entonces nos ayudarás a robar esa casa — le decía su hermano, con las señales de aprobación de aquella banda.
— No puedo, ellos son buena gente... no quiero que les dañen — Loreta volvía a llorar asustada, pero su padre le da una cachetada para que guarde silencio.
— No le vamos a matar... Al menos que alguno quiera hacer de héroe. Si algo como eso pasa, debemos defendernos — Decía un hombre ya mayor, con una barba abultada.
— No quiero que les hagan daño... no les ayudaré a eso...
— Bueno, si ese es el caso, vamos todos a esa casa de ricos y le decimos a esa gente que eras una ladronzuela, que decidió dedicarse a ganarse la plata, moviéndole el trasero a quien pague — dice un hombre que tenía los dientes partidos y una apariencia miserable.