Al enterarse de lo ocurrido en casa de Agustín, llegaron inmediatamente Víctor en compañía de su familia durante la madrugada.
Ver cómo había quedado aquella mansión después del paso de Los Coyotes del camino, era ver como si un huracán hubiera entrado a ella. Muchos muebles estaban volteados, otros rotos y las decoraciones se habían destrozado, siendo el costo de los daños similar a lo que había sido robado por aquella banda, sin contar con el alto precio que estaban pidiendo por el rescate de Loreta.
Agustín y Víctor, fueron a primera hora al banco, para retirar el dinero, que fue colocado en dos maletines de cuero y trasladados en compañía de guardias hasta la mansión Fortunato.
— Iré con ustedes — dice Sergio, tomando una pistola que estaba en la mesa del despacho de Agustín.
— No Sergio, aquellos criminales son peligrosos — interviene su madre Amelia.
— Pero debo de acompañar a Sebastián...
— Nadie irá — concluye Agustín — Enviaré a algunos hombres para que hagan la entrega y traigan a Loreta, no nos arriesgarnos a tratar nuevamente con esos bandidos.
— No padre, yo iré — responde Sebastián con determinación
— No lo permitiré
— Padre... por favor, no puedo quedarme aquí sabiendo que Loreta está con esa gente, ella me necesita y yo la protegeré
— No hijo, no puedo dejar que te arriesgues de esa manera...
— Pero ella se arriesgó por nosotros. Protegió a mamá cuando esos mal nacidos trataron de abusar de ella...
— Es verdad, es una joven valiente — Agustín le daba una sonrisa triste a su hijo — tienes razón, ve a buscarla... yo haría lo mismo si tu madre estuviera en peligro.
— Iré contigo — insiste Sergio
— Te lo agradezco, pero no quiero arriesgar a nadie. Iré en compañía de algunos hombres, entregaremos el dinero y regresaré — responde Sebastián
— Si estamos los dos será mejor...
— Sergio, quédate — interviene Víctor — recuerda que algo puede pasar y si eso ocurre ¿Qué haría Emelina?... ya hablamos de eso.
Sergio recuerda lo que le dijo su padre con respecto a un posible embarazo, así que desiste de acompañar a Sebastián, puesto que debía proteger a Emelina y sobre todo, si es que existe una posibilidad de que ella esté esperando un hijo suyo.
Al aproximarse la hora acordada, Sebastián se dirige en compañía de varios guardias, para evitar un robo antes de llegar donde los secuestradores. Ya cercanos al punto de reunión, estos se quedan atrás y Sebastián, sigue acompañado de solo tres hombres al camino del tulipán. Fueron montados a caballo y armados para su defensa personal, pero sin compañía de mayor seguridad.
Siendo las tres de la tarde, aparece solo uno de los bandidos, montado a caballo en compañía de Loreta que estaba sentada tras de él. Los acompañantes de Sebastián le advierten, que el resto de malhechores, estaban en las cercanías apuntándoles.
— ¿Traen el dinero? — pregunta el bandido en dirección a los hombres que estaban al frente.
Sebastián baja del caballo y toma las dos maletas de cuero, las abre para enseñar el contenido, dejándolas a la mitad de camino y volviendo a alejarse.
— Nosotros cumplimos, ahora déjala ir — dice Sebastián.
El bandido se acerca en compañía de Loreta, quien tenía las manos atadas. Aquel hombre mete las manos en las maletas para ver que efectivamente estaban repletas de dinero por la recompensa.
— Tiene razón, está completo — dice el bandido y comienza a liberar las manos de Loreta.
Rápidamente se acercan otros miembros de la banda, apuntando a Sebastián y a sus acompañantes.
— Soltaron el dinero muy rápido. Si nos llevamos al hijo de ese viejo, nos pagaran más — decía uno de los bandidos apuntando a Sebastián.
— NO... YA BASTA, ESE NO ERA EL TRATO. YA DEJENOS EN PAZ — Grita Loreta a los hombres encapuchados.
— YA ESCUCHARON... SOMOS HOMBRES DE PALABRA Y LA PALABRA VALE — Gritaba el bandido que tenía a Loreta.
Rápidamente los hombres dejan de apuntar a quienes pagaron el rescate y se llevan las maletas que estaban en el suelo. Sebastián da un suspiro de alivio cuando ve nuevamente desaparecer a los hombres a través de la arbolada.
Loreta, comienza a caminar en dirección a Sebastián, con una sonrisa en los labios, mientras él le estiraba la mano para que lo alcance, pero su paso es interrumpido al sentir que tomaban de su muñeca.
— DÉJALA IR — Grita Sebastián
— Tranquilo, que solo quiero despedirme de mi niña, ya que no sé en cuanto tiempo la volveré a ver — dice el encapuchado y ahora hablándole de manera cariñosa a la pelirroja — Pórtate bien hijita, sea obediente y nada de andar revolcándose con otros si es que te vas a casar con este infeliz. Luego tendrás un niño y no sabrás de quién diablos es...
Loreta sentía como perdía las fuerzas al decir su padre aquello, mirando rápidamente a Sebastián que estaba de piedra al igual que ella. Al ver el rostro lleno de interrogantes de aquel joven que había pagado el rescate, el padre de Loreta continúa.
— ¿Qué? Acaso ¿no sabía que esta es mi niña? — se burlaba el hombre — nosotros queríamos ir a cobrarte por haberte llegado a mi hija del burdel. Pero ella insistió en que era mejor entrar a la casa y que escojamos lo que queríamos llevarnos...
— No... eso es mentira — lloraba Loreta diciéndole a Sebastián, soltándose del agarre de su padre y corriendo a donde él.
— No seas grosera con tu padre, que yo no miento... tú nos ayudaste a entrar a la casa para robar a cambio de que no te volviéramos a ver... pero este hombre merece saber la verdad, ya que no se debe negar de donde se viene y a la familia
— ESO ES MENTIRA... ES UNA MENTIRA. No permitiré que ensucien el nombre de mi prometida — Grita furioso Sebastián.
— ¿Así que es mentira? — el padre de Loreta, se quita la capucha que cubría su cabello, mostrando el mismo color pelirrojo anaranjado de ella — Ya me voy... como digo, soy hombre de palabra y no me verán otra vez... quizás a la distancia para ver a mis nietos. Qué triste es la vida, los ricos la tiene fácil, mientras que, al ser pobre como nosotros, debemos de ocultarnos a las sobras, porque a mi hija le avergüenza su gente.