Un Amor Tan Travieso

Capítulo 56

Durante la cena en la mansión Calero, Emelina nuevamente no deseaba comer debido a su tristeza. Verla así, hacía que sus padres crearán más rencor contra los Fortunato, por haber jugado con las ilusiones de su hija.

— Come, aunque sea un poco de pavo, solo tres cucharadas — decía de manera cariñosa Manuel a su hija.

De manera obediente, Emelina mordisqueaba aquel trozo de jamón de pavo, acompañado de algunas papas, pero sentía que cada tanto los trozos se le atoraban en la garganta, lo que le hacía toser y beber agua.

— Discúlpenme, pero me duele el estómago.

— Ve a descansar. Le encargaré a tu doncella que te lleve algunos bocadillos a la alcoba, por si tienes hambre durante la noche — dice Doña Leona

— Gracias — responde cabizbaja Emelina y se retira del comedor.

Los Calero estaban preocupados por la salud de su hija, ya que su ánimo decayó drásticamente, después de la ruptura con Sergio Fortunato, lo que la hacía verse deprimida, sin fuerzas y alimentándose pobremente. Aunque no aprobaban este comportamiento, le trataban con mayor delicadeza para que su estado de ánimo no siga empeorando.

Emelina estaba en su alcoba y ya tenía puesto el camisón para dormir, cuando llega Eva, con una bandeja en la que había un caldo de res, con trozos de carne y papas.

— Gracias Eva, pero puedes llevártelo, no tengo apetito — dice Emelina sin ánimos, apartando las sábanas de su cama para acostarse en ella.

— Por favor señorita, debe comer algo — Eva deja la bandeja sobre una mesita y la acerca a la cama en donde estaba Emelina.

— No puedo Eva, mi angustia es tan grande, que me impide tragar... solo quiero llorar

— Tiene que intentar o se debilitará. Si no lo hace por usted, al menos hágalo por su pequeño.

Inmediatamente Eva se cubre los labios con una mano al decir algo que no debía, mirando asustada a la joven. Por su lado Emelina, la mira sorprendida sin entender bien lo que escuchó.

— ¿De qué pequeño hablas?

Eva se acerca con rostro angustiado, pero nuevamente con una actitud maternal.

— Discúlpeme señorita. Sé que aquello es algo que desea llevar en secreto, pero sabe que soy de confianza y no le diré nada a nadie

— Te aseguro Eva, que no sé a lo que te refieres — seguía Emelina mirando a su doncella sin comprender.

— Es sobre su embarazo... yo no le juzgo, y puede contar conmigo para lo que necesite en este proceso que...

Eva se detiene al ver la mirada de sorpresa que le daba su joven señora, y continúa hablando de manera apresurada.

— Perdón señorita, quizás he confundido las cosas, puesto que usted aún no comparte el lecho con algún varón. Olvide lo que le he dicho.

Al escucha aquello de parte de su doncella, Emelina cubre sus labios y comienza a llorar con miedo en los ojos.

— Ay no señorita — Eva abraza a la joven para consolarla y podía sentir como ella temblaba — ¿Aun no se ha dado cuenta de su estado?

Emelina negaba con la cabeza

— ¿Cómo sabes tú eso? — pregunta tratando de calmar su llanto

— Porque hace dos meses que no he lavado sus paños de los días rojos, quiere decir que no ha sangrado, además que sus pechos están creciendo y me ha comentado que le han dolido

— Pero no tengo nauseas, ni antojos

— No a todas las mujeres le dan esos síntomas. Pero puede que este confundida, lo mejor sería confirmarlo con una partera.

— Ay no Eva... nadie puede enterarse si eso es verdad

— Conozco a una mujer que es discreta, podemos ir mañana y así aclarar dudas. Yo le acompañaré y estaré a su lado, no le dejaré sola.

Emelina se secaba las lágrimas y le daba una leve sonrisa a Eva, quien volvía a acercarle el plato de caldo, a lo que ella, toma de la cuchara y comienza a sorber del líquido, puesto que, si estaba esperando un niño, debía de alimentarse bien para que este sano.

A la mañana siguiente, Emelina y Eva acuden temprano a una capilla para hacer unas oraciones y así distraer al cochero que les llevaba, puesto que le dijeron a Doña Leona que deseaban rezar y que no sospeche del verdadero motivo de su salida.

Por la puerta trasera que daba al cementerio, ambas mujeres se escabullen y caminan un par de calles, hasta llegar a la casa de la partera, en donde atendía a sus clientas.

Durante la revisión, Emelina se sentía avergonzada e incómoda, puesto que nunca había tenido un control de ese tipo, en el que miraban su intimidad, le tocaban y palpaban, además de pedirle que orine en frasco, lo que la partera examinaba el contenido, colocando una cierta cantidad en un papel que calentaba en un mechero.

— Si, estas embarazada — concluye la partera — Por el examen que he hecho y lo que has mencionado, podría decir que te aproximas a tu tercer mes.

Lo que le decía esa mujer, sorprende a Emelina, puesto que, si tenía un embarazo con esa cantidad de días, coincidía con la primera vez que hizo el amor con Sergio.

— Debes mantener tus controles para asegurarnos que el bebé que llevas en tu vientre se encuentre bien. Ahora debes de comer abundantes carnes, cereales y verduras que estén... — La partera se detiene al ver la expresión afligida de la joven — Creo que este niño no era esperado.

— Es algo complicado — interviene Eva — este pequeño no llega en un buen momento.

La partera da un suspiro y busca unas hiervas que envuelve en un papel, y saca un frasco que rellena con un polvo de color castaño.

— Si quieren interrumpir el embarazo, prepare una infusión con estas hierbas y le aplica una pizca de este polvo, bébalo todas las noches, hasta que comience a sangrar nuevamente — la partera le entrega los paquetes a Emelina, quien los recibía con las manos temblorosas.

Al pagar por la consulta y despedirse de la partera, ambas mujeres se marchan sin decir palabras y con una sensación de vacío en el pecho.

Por la noche, nuevamente estaba Emelina en su habitación, mirando por la ventana en dirección a los jardines, pensando en tantas cosas, puesto que su vida se había complicado a niveles que jamás imaginó.




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