El día de la boda había llegado y Víctor Fortunato se dirige a la habitación de su hijo para avisarle que ya se marcharía con su madre a la Catedral, imaginando que él no asistiría después de lo ocurrido con Manuel Calero el día de ayer. Al ingresar en la habitación, su sorpresa fue inmensa al verlo vestido de manera formal, con su cabello peinado y perfectamente afeitado, siendo ayudado por su sirviente personal a colocar sus colleras de oro en las mangas.
— Sergio ¿iras con nosotros a la boda? — pregunta Víctor sorprendido.
— Por supuesto ¿Por qué no iría? — responde Sergio de buen humor
La actitud de su hijo, hace sospechas a Víctor que algo estaba tramando.
— ¿Por qué estás alegre? Quiero saber que pasa, sé que estás ideando algo
— Ah papá, aún tengo fe de que algún milagro ocurra ¿Nos vamos?
Sergio le da unas palmadas en el hombro a su padre y sale sonriendo de la habitación, a lo que Víctor da un suspiro cansado, esperando que su hijo no cometa ninguna locura durante la ceremonia.
En la gran Catedral de nuestra Señora de los Cielos, se encontraba repleta de asistentes para ver el enlace entre los Fortunato y los Calero.
Mucha gente había llegado y los acomodadores de la entrada, se aseguraban que los invitados tuvieran un asiento disponible, ya que habían acudido todo tipo de público, desde nobles hasta la plebe. Nadie quería perderse lo que ahí podía ocurrir, debido a los emocionantes rumores que corren sobre el engañoso embarazo de la Baronesa de Biada, lo que le hizo perder el compromiso a Sergio Fortunato con Emelina Calero y que ahora le hacía insistir en retomar ese compromiso a como de lugar, así que todo el mundo quería estar presente para conocer el desenlace de esa historia. Era tanta la expectación que provocaba, que hasta la familia real estaban emocionados esperando ver algún buen espectáculo, para poder hablar de ello durante alguna temporada.
La llegada de los Fortunato, hizo que se escucharan murmullos que retumbaban en las paredes de la Catedral, y sobre todo, por la presencia de Sergio Fortunato, quien se veía calmado en uno de los asientos cercanos al altar, en donde se encontraba la familia del novio.
Cuando el carruaje de los Calero llega a la entrada de la Catedral, Manuel se sentía nervioso y molesto, al ver la cantidad de gente que se agolpaba afuera para poder entrar. Ya sabía él, que esto era debido a todos los rumores que circulaban en torno a ellos y ahora eran parte del espectáculo que todos querían ver.
Emelina usaba un hermoso vestido de seda y encajes, que le hacía mostrar la opulencia de su apellido y que dejaba encantados a quien le veía. Pero su rostro reflejaba todo lo contrario, estaba pálida y con los ojos llorosos, pero esto se ocultaba bajo el velo que le cubría.
Al caminar tomada del brazo de su padre, al ritmo de la marcha nupcial, Emelina tenía un fuerte impulso por correr y escapar. Todo fue para peor, cuando ve a Sergio en las bancas de adelante, lo que le hizo sollozar.
— Compórtate por favor — le reprende Manuel en voz baja, ya que ese pequeño llanto hizo que se comenzarán a escuchar murmullos de los asistentes.
El señor Calero estaba notoriamente enfadado al tener la presencia de Sergio en el lugar, puesto que sabía, nada bueno saldría de esto.
Cuando Manuel deja a su hija en el altar, Sebastián toma de la mano de ella y ahora ambos se acercaban al anciano obispo que oficiaría la ceremonia.
— Todo saldrá bien — susurraba Sebastián, dándole una sonrisa a su amiga y haciéndole un gesto de ánimo.
El obispo daba el sermón y hablaba del respeto, la unidad y fidelidad en la pareja, puesto que aquello es agradable a los ojos de Dios. La ceremonia se llevaba a cabo con normalidad y hasta por momentos se sentía que todo estaba saliendo bien, pero fue una falsa ilusión, ya que al momento de que el obispo le pregunta a Sebastián si aceptaba el matrimonio con Emelina, este responde con un rotundo "No".
Rápidamente los murmullos comienzan a inundar la Catedral y los sacerdotes que ayudaban en la ceremonia, piden hacer silencio.
El obispo vuelve a realizar la pregunta, pero la respuesta de Sebastián volvía a ser negativa. Manuel rápidamente se acerca al altar.
— Continúe con la ceremonia, no le pregunte — dice Manuel al obispo
— Ya está prohibido realizar matrimonios por obligación — responde el anciano Obispo.
— Don Manuel, yo no me casaré con Emelina, no puede obligarme — responde Sebastián.
— ¿Y tenías que esperar hasta este momento para negarte? Mocoso malcriado, pero que podía esperar, si eres un Fortunato — responde de manera despectiva Manuel.
La ceremonia se había detenido, y ahora los padres del novio también se acercan para ver cuál era el problema, mientras los invitados ya disfrutaban del espectáculo que estaban esperando ver y que no fueron decepcionados.
Varias exclamaciones se escuchan, cuando Sergio Fortunato se dirige al altar para intervenir. El ruido era tan fuerte en la Catedral, que los sacerdotes no podían detener el alboroto que se produjo.
El obispo decide que lo mejor era tratar esto de manera privada e invita a los novios y sus familias a hablar en una sala aledaña, ya que él bullicio impedía escucharse.
Al cerrarse la puerta, Manuel explota en ira.
— NUEVAMENTE NOS HUMILLAN FORTUNATO, Y AHORA DELANTE DE TODOS. PERO YO SOY EL MAS IDIOTA POR SEGUIR CONFIANDO EN USTEDES.
— Cálmese Manuel, podemos llegar a un acuerdo — responde Agustín
— QUE ACUERDO AGUSTÍN, NO HAY NADA QUE PUEDAN DARME PARA REPARAR ESTE DAÑO
— Señor Calero, no quiero humillarlo... pero yo no seré el esposo de su hija — dice Sebastián.
— Don Manuel, por favor permítame desposar a su hija, yo la amo con mi alma... — interviene Sergio que estaba ahí en compañía de sus padres.
— Y a este tipejo ¿Quién lo ha invitado a hablar? — dice Manuel aumentando su enfado.