La fiesta de matrimonio se realizaba en los jardines de la mansión Calero.
Para alivio de los padres de la novia, todos los invitados hablaban de lo emocionante que fue aquella boda y celebraban que ellos dejaran que los muchachos contraigan nupcias, puesto que lo ocurrido en la Catedral, opacaba cualquier chisme odioso que pudiera arruinar el ambiente festivo.
Los Fortunato se encontraban alegres al ver la felicidad que irradiaba el joven matrimonio y se preguntaba si el rostro no les dolía por no dejar de sonreír, contagiando aquella alegría a los Calero, que dejaron el resentimiento, para unirse al buen ambiente familiar y comprendiendo que aceptar el matrimonio con Sergio Fortunato, fue la mejor opción.
Los novios saludaban a sus invitados de manera afectuosa y ellos le deseaban prosperidad. Se realizó la entrega de regalos, comieron deliciosos platillos, brindaron y bailaron.
Como era la tradición, a la caída del sol, los nuevos esposos debían de retirarse de la celebración para pasar su primera noche juntos como esposos.
En una sala privada y en compañía de sus padres, un sacerdote da una oración, para que Dios bendiga esta unión, que dé como fruto el precioso regalo que son los hijos. Al finalizar, cada uno se retira a cuartos separados, donde son preparados para aquel momento.
Emelina se retiraba los adornos de su cabello, siendo ayudada por su madre, mientras Eva rociaba perfume en su camisón de satén que había bordado para aquella ocasión, desnudándose y dejando que aquella suave tela cubra su piel. Su madre le daba sutiles consejos para aquel momento. Aunque Emelina ya había estado de aquella manera con Sergio, esto era distinto, ya que ahora compartiría la cama con su esposo, y eso lo volvía algo especial.
Cuando Emelina ingresa en el dormitorio nupcial, Sergio ya se encontraba ahí, también vestido con un camisón y mirando por los grandes ventanales en dirección hacia los jardines en donde se seguía celebrando la fiesta de su boda.
— No pensé que demorarías tanto — sonríe Sergio al ver llegar a Emelina con aquel delicado y sensual camisón que la cubría.
— Y yo por un momento pensé en que jamás volvería a verte — respondía de manera dulce Emelina.
Sin poder contener más su emoción, Sergio la abraza para darle un ansiado beso en los labios, lo que hace su piel arder, sin ocultar su excitación, al tocar sus curvas y deslizando suavemente los tirantes de aquel camisón que cubría el cuerpo de Emelina.
— Desde hoy, siempre estaré a tu lado y me refugiare en ti, como siempre lo he hecho — susurraba Sergio al oído de su esposa.
— Cuando pensé que te perdería, me hizo comprender lo profundamente enamorada que estoy de ti, ya no soy nada si no estás conmigo.
— Perdóname por angustiarte, te consentiré en todo, puesto que tú nunca dudaste de mi y eso hizo que ahora, te quiera más que a mi propia vida. Ah Emelina, mi amor.
Sergio la eleva en sus brazos, para recortarla en las sábanas de aquella amplia cama y poder hacerla suya, retirándose el camisón rápidamente, para que su piel pueda sentir aquel delicioso calor que le ofrecía ese cuerpo femenino.
Emelina lo abrazaba y se abría para recibirlo, pero él estaba relajado y quería ir lento, puesto que nadie les interrumpiría y podrían disfrutar de su amor durante toda la noche, cumpliendo su sueño de despertar al lado de la mujer que le quitaba el aliento.
Ambos se acariciaban y besaban, mirándose a los ojos de forma tan enamorada, que mantenían una sonrisa en los labios. Para ellos, esta era la felicidad perfecta.
Sergio al poseerla, daba movimiento suaves y controlados, deteniéndose por momentos para solo besarla y jugar con sus senos, sintiendo tanta emoción que se albergaba en un fuerte cosquilleo que recorría su espalda e hinchaba su pecho.
Ya Emelina no podía aguantar más el placer recibido y lo presionaba con sus piernas, moviendo sus caderas en señal de querer alcanzar el clímax, así que Sergio le eleva las piernas, para que sus rodillas queden a la altura de su pecho y poder envestir de manera enérgica y potente, haciendo que ella libere un gemido de placer al alcanzar el orgasmo y sintiendo como el miembro de su esposo se hinchaba al eyacular, mientras él la abrazaba con firmeza, para descansar sobre su cuerpo, apoyando su peso a un costado.
Por un momento ambos quedaron en silencio, respirando agitados, mientras escuchaban la música y risas de los invitados en la fiesta que se celebraba en el jardín.
Emelina acariciaba el cabello de Sergio y sentía como él, daba patadas a las sábanas para apartarlas y poder acomodarse mejor en aquella cama, pero uno sus pies, atraviesa la característica sábana que tenía un agujero en el centro.
— Creo que esas sábanas no han cumplido con su propósito — reía Emelina.
Sergio se libera de aquella sabana, para ahora acomodarse al lado de su mujer, abrazándola y acariciándole el vientre de manera delicada.
— Estoy seguro que esta noche he logrado dejar a mi hijo en tu vientre — decía Sergio besándole la mejilla.
Ella comienza a reír y toma del rostro de su esposo para besarlo.
— Eres encantador, aun esperas a tu hijo, pero él ya está con nosotros — respondía Emelina.
Sergio no comprendía muy bien aquello y eleva la cabeza para mirarla, abriendo muchos los ojos de manera interrogante.
— ¿A qué te refieres con eso?
Emelina se sienta en la cama y toma de las manos de su esposo.
— Que has dejado a tu hijo en mi vientre, desde la primera vez que me has hecho tu mujer.
Al escuchar aquello, Sergio se sobresalta y aun mirando a Emelina de manera interrogante.
— ¿Como? ¿Por qué me estoy enterando hasta ahora? ¿Desde cuándo lo sabes?
— Lo supe, cuando nuestro compromiso se anuló... no podía decírtelo, porqué estabas con muchos problemas debido a la Baronesa, y eso solo habría empeorado la situación.