Durante la tarde, en la posada en la que se estaba hospedado Sebastián en Villa Franca, no podía dejar de pensar en el adiós que le dio a Loreta y se preguntaba si eso fue lo correcto. Pero, ¿para qué estaba ahí? ¿Por qué fue a buscar respuestas de Loreta, si tampoco ha querido escuchar lo que ha dicho?
En la tranquilidad de aquella habitación, Sebastián reflexiona sobre lo que ella le contó y entendía ahora sus motivos para guardar silencio con respecto a los coyotes del camino, puesto que, al evitar el asalto, estos habrían tomado venganza en contra de ellos, aprovechando tal vez un día en que este la familia de su hermano Víctor en casa de sus padres, para hacer más daño a los Fortunato. De solo imaginar aquello, un sudor frío le recorría el cuerpo y ahora agradecía que Loreta le librara de aquel trágico destino.
¿Cómo pudo estar tan ciego? ¿Cómo no pudo entender sus verdaderos motivos? Al pensar en todo, solo podía sacar de conclusión que, ella jamás lo traicionó, al contrario, fue él quien tomó el papel de víctima apresuradamente sin ver más allá de lo evidente, dejándola como una traidora y villana. En ese momento, Sebastián se odia a sí mismo, por no proteger a Loreta, por ser otro más en su vida quien le daba la espalda.
Su felicidad dependía de ella y no quería seguir oprimiendo su corazón que le dolía tanto. Ya no volvería a dudar de su amor y al tomar esta determinación, nuevamente las esperanzas nacieron para él. Pero, y si ella ¿ya no lo amaba? Ahora otro le pretendía, alguien que probablemente nunca dudaría y no la abandonaría como él lo hizo. Sin perder más tiempo, sale apresuradamente de la posada en dirección a la mansión de los López, para nuevamente buscar respuestas.
Loreta estaba preparando la mesa en el comedor, para la cena de los señores López, cuando una compañera le avisa, que el joven con quien habló durante la mañana, estaba preguntado por ella en la entrada, pero él mayordomo le estaba despidiendo. Inmediatamente Loreta corre en dirección a la puerta de la entrada y escucha como Calisto le hablaba de manera rabiosa a Sebastián.
— Ya le he dicho que estas no son horas para interrumpir a una dama, esta es una casa respetable
— Quiero hablar un momento con ella. No le pido su permiso, le exijo verla ahora — responde malhumorado Sebastián.
— Si no se retira, me veré forzados a llamar a los guardias. Que usted sea rico, no le da derecho a exigir algo en otro lugar...
— Señor Calisto, creo que me corresponde a mi saber si quiero recibir visitas o no — interviene Loreta.
— Señorita Loreta, el sol se ha ocultado. No es conveniente que hable con un varón a estas horas a solas — Dice Calisto con un tono severo.
— Le respeto señor Calisto, pero lo que yo haga, es mi decisión — Responde Loreta con determinación y seguridad.
Aquella respuesta le molesta al mayordomo.
— Como desee — dice Calisto, alejándose del lugar.
Loreta acompaña a Sebastián fuera de la mansión, para poder hablar en privado, y mientras caminaban, ninguno de los dos dijo nada. Loreta se abrazaba los brazos, ya que había salido sin abrigo y el frío de la noche que comenzaba, se sentía en el ambiente. Sebastián se quita la chaqueta, para colocarla encima de los hombros de ella.
— ¿Para qué has vuelto? — pregunta Loreta al sentir el calor de aquella chaqueta.
Sebastián no sabía que decir, porque las palabras se le hacían pocas para expresar lo que pensaba, además de sentirse un descarado al pedirle que regrese con él. Ella se aferraba a aquella chaqueta con las manos temblorosas, esperando una respuesta que se demoraba en llegar, así que vuelve a decir con una sonrisa tímida en los labios.
— Gracias por permitirme verte una vez más...
— ¿Me sigues queriendo? — interrumpe Sebastián
Aquello deja sorprendida a Loreta.
— Ya no tengo derecho a hacerlo, no merezco ese privilegio — responde Loreta con la mirada baja.
— No digas eso — contesta Sebastián, abrazándola al no contener más esa necesidad de tenerla cerca de él — las cosas que te han pasado en la vida, compártelas conmigo, para poder entender tu dolor, porque necesito desesperadamente volver a creer en ti.
— Yo no valgo lo que haces Sebastián. Después de todo el daño que te he causado ¿Por qué sigues siendo amable conmigo?
— Porque te sigo amando y esto que siento, ya no quiero seguir reprimiéndolo, así que regresa conmigo, yo te protegeré.
Loreta negaba con la cabeza llorando y aparta a Sebastián.
— No puedo, mi amor solo te traerá sufrimiento, ya no puedo pensar solo en ti. También he dañado a tu familia, estar conmigo solo te alejará de ellos... debes de buscar a una buena mujer que te merezca... ya no quiero seguir causándote más tristezas...
— Dices eso, porque has dejado de quererme ¿Verdad?
— Eso nunca... te amo con mi vida... solo quiero que seas feliz...
— Entonces ya no digas nada más y ven conmigo — nuevamente Sebastián vuelve a abrazarla.
— Lo siento, realmente lo siento... pero yo ¿puedo seguir amándote?
— Ya no existe nada que me separe de ti, si tú me aceptas... construiré un mundo para los dos, en el que ya no tengas que temer nunca más.
Sebastián alcanza los labios de Loreta para besarla de una manera romántica, sintiendo que volvía a recuperar sus ilusiones perdidas.
— Perdóname Loreta, por no creer en ti, soy yo quien no es digno de tu amor. No dudaré, ya no volveré a estar equivocado. Quiero tener tu confianza otra vez, así que apóyate en mí.
— Ah... esto no puede estar pasando — sonreía Loreta sin dejar de llorar — es un sueño... esto es un hermosos sueño
— No sigas llorando mi amada... tú solo has tratado de protegerme y yo no entendí el noble sacrificio que has hecho... ahora ven conmigo y construyamos una vida feliz...
— Pero tu familia... jamás me aceptarán