Un Amor Tan Travieso

Capítulo 66

La felicidad de Sebastián y Loreta era inmensa, y pensaban que nada podría perturbarlo, hasta que llegan a casa de Agustín Fortunato.

Aunque Sebastián le pidió a su padre hablar calmadamente para explicarle, este explotó en rabia al ver a aquella pelirroja nuevamente por su hogar. No había nada que se pudiera decir, nada que ellos pudieran aclarar, Agustín no escuchaba razones y su esposa Celenia, solo presionaba sus manos y guardaba silencio, aquello era señal de que, también le desagradaba la presencia de la joven ahí.

— Padres, ya tomé una decisión, me quedaré con Loreta. Mi hogar es donde ella esté — respondía Sebastián con determinación.

— ¿Has perdido la razón? ¿Qué te ha hecho este demonio para que estés tan ciego? — insistía Agustín rojo por la ira.

— Ya no importa nada de lo que yo pueda decirles. Están tan molestos y les comprendo, porque yo también lo estaba hace poco. Pero la amo, y al dejar mi resentimiento de lado, me di cuenta que ella solo cuidó de nosotros.

— Pero que cosas más absurdas dices. Quiero que esta loba salga de mi casa y deje de humillarnos — amenaza Agustín y le habla a la joven que tenía los ojos rojos a punto de llorar — No creas que, por engañar a mi hijo, nosotros te tendremos consideración por tener una apariencia lastimera y con esa mirada sufrida. Abandona la absurda idea de que pondrás tus manos en nuestra fortuna.

— No señor... yo no quiero su dinero, no quiero nada de ustedes... yo trabajaré y me mantendré a mí misma. Ni siquiera les pido una habitación en esta casa... me esforzaré para demostrarles que pueden confiar en mí... — dice Loreta con lágrimas en los ojos, pero es interrumpida por Agustín.

— QUE TE VAYAS... ¡MUJERZUELA!

— Si es lo único que dirás padre, entonces... yo me iré con ella — responde de manera triste Sebastián.

— Entonces vete — dice Agustín apretando los dientes.

— Iré por mis cosas y me marcharé.

— Claro que no, si estas con esta loba, ya nada de lo que este en esta casa te pertenece. Te iras con lo que tienes puesto, hasta que recapacites

Sebastián mira sorprendido a su padre.

— Hijo, tu padre y yo queremos lo mejor para ti... deseamos que seas feliz y que encuentres a una buena mujer. Pero regresar con esta muchacha, no ayudara a recuperar tu corazón roto... solo te estas engañando — interviene Celenia, quien apretaba sus manos en sus brazos para contener el nerviosismo.

Lo dicho por su madre le dolió a Sebastián en lo más profundo. Ya sabía que con su padre las cosas serían difíciles, pero no esperaba aquello de parte de su madre. El desprecio de Celenia, hizo que Loreta ya no pudiera aguantar más y lanza un gemido, acompañado del llanto.

— Entonces, nos iremos...

— Tu hogar tiene las puertas abiertas para ti, hasta que decidas dejar a esta mujer — hablaba Agustín con gran odio al mirar a la pelirroja que gimoteaba.

Sin decir nada más, Sebastián toma de la mano de Loreta, para marcharse de la casa de sus padres, dejando todo atrás. Caminaron varios kilómetros, puesto que ni siquiera tenían dinero para contratar un coche, hasta llegar a la mansión de su hermano Víctor, para pedirle asilo.

La llegada de la pareja, sorprendió a Víctor y su esposa Amelia, quienes le atendieron y le dieron de almorzar, ya que eran las 4 de la tarde y aún no habían comido nada desde la mañana.

Con calma, Sebastián les narró lo ocurrido con Loreta, porque la perdonó y decidió ir a buscarla. Víctor y Amelia le escucharon, entendiendo lo que sus padres no quisieron, sintiéndose la pareja aliviada y recibiendo el consuelo que necesitaban.

— Es comprensible que ellos estén tan enfadados. Obtener su perdón será muy difícil. Ya sabes lo rencoroso que es papá — dice de manera amable Víctor.

— Ya lo sé. Aún sigue enfadado con tío Jamal, por rencillas de hace más de 15 años — decía apesadumbrado Sebastián.

— Exacto. Pero lo ocurrido con Jamal, es poco, comparado a lo ocurrido con Loreta. No será nada fácil hacer que papá cambie de parecer.

— Yo me dedicaré a agradarles, aunque me tome la vida en ello — comenta Loreta con la mirada baja.

— No se angustien en pensar en eso, quédense en esta casa cuanto deseen — les sonreía Amelia

— Gracias... no les causaremos problemas — respondía Sebastián.

Amelia se encargó de entregarle algunas antiguas prendas que pertenecían a Sergio, para que Sebastián pueda cambiarse y algunos vestidos que ya no ocupaba para Loreta, puesto que la joven traía su maleta con sus escasas pertenencias. Tener a los jóvenes le sentaba bien, ya que sentía el nido vacío luego de que Sergio se casara, marchándose del hogar y esto era como volver a tener un hijo al que cuidar.

Por la noche, Loreta reflexionaba y estaba deprimida, pero no lo demostraba, sabía que debía ser fuerte para apoyar a Sebastián, porque él, realmente estaba dejando todo por ella, así que acariciaba de su cabello al estar recostados en aquella cama para reconfortarlo, pero en la oscuridad de aquel cuarto, ninguno dijo nada.

Al día siguiente, Sergio había acudido a casa de su padre para trabajar en la administración de las minas y se entera gratamente del regreso de Sebastián, aunque también de todos los problemas que ha tenido con sus abuelos.

— No te preocupes, al palacio aún le queda medio año para estar listo, para esa fecha, vendrán a vivir conmigo — sonreía Sergio

— Gracias, pero tengo esperanzas de que papá calme su malestar con Loreta, además de poder tener nuestro propio hogar — respondía Sebastián desde el escritorio que usaba en casa de su hermano cuando trabajaban en la administración.

— La rabia se le pasará en un tiempo. No se arriesgará a perder a un hijo por su enfado — concluía Víctor para darle ánimos a su pequeño hermano.

— Deben de venir a visitarnos en casa de los Calero, para que Loreta conozco al pequeño Sebastián. Estoy seguro que eso les alegrará — continuaba hablando Sergio muy feliz




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