Hacía milenios que ningún ángel era desterrado del cielo, pero ese día, un solo error, provocó que lo echaran al más profundo de los abismos.
Era el milenio de los truenos, donde había mucho trabajo por hacer y Daniel, el más poderoso de los ángeles tenía problemas causados por su único defecto, la bondad.
—Me llevarán ante el consejo, sólo porque hice algo que le salvó la vida a un humano —renegó. Aquel había sido el segundo más grave error, alzarle la voz a Dios.
—Arrodillate ante mí, pídeme perdón, humillate y dame gracias por darte la vida —odeno Dios.
Daniel se arrodilló ante él, como lo había hecho muchas veces y como lo hacían todos.
—Perdóname Dios, todo poderoso, generoso, alfa y omega, tú eres y serás siempre el único Dios en el universo —dijo mientras una lágrima se derramaba por sus mejillas.
Estaba cansado de que el "gran yo soy" los humillara, les pidiera que se arrodillaran y les recordará una y otra vez que él era el señor de señores y rey de reyes. Que les echará en cara que los había creado y que los castigaría duramente por cada acción, que ni sus mentes tenían privacidad y que él, se daba cuenta de todo, por ende, había miedo en los cielos.
—Vete y espera que tengas algo de compasión por ti —dijo "el gran yo soy" de los cielos.
Daniel se marchó de la presencia de Dios y fue a llorar hasta un rincón, el rincón más oculto del cielo.
ADVERTENCIA: temas religiosos, sensibles.
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