Un ángel en alquiler

Capítulo 12 - Promesas

Thomas bajó las interminables escaleras del viejo edificio de su ángel mientras encendía su móvil laboral y se colocaba su sobretodo haciendo malabares para verse como una persona descente otra vez.

Las miradas de los vecinos del vecindario fueron como dagas sobre él. Todos lo observaban en silencio pero con expresiones que iban desde la curiosidad hasta algunas que le gritaban peligro. No era por creerse superior ni nada por el estilo, pero era inevitable que lo miraran fijamente por cómo estaba vestido.

Toda su ropa era de los Estados Unidos, marcas que ni siquiera se escuchaban en la Argentina y que había traído consigo cuando se había mudado al país sudamericano. Ahora se sentía un ridículo y quería desaparecer o volver a su hábitat natural. Aunque comenzaba a no sentir tanta emoción por volver a ello, especialmente cuando su teléfono comenzó a sonar y a sonar sin parar avisando que tenía una decena de mensajes sin leer.

No podía ser nadie más que su secretaria, informándole las buenas nuevas desde muy temprano.

-¡Mierda!- gritó cuando leyó que tenía una reunión a las 9 de la mañana con el ministro de economía en un restaurante chino en la otra punta de la ciudad.

Corrió hacia la esquina más poblada mientras se insultaba por dentro por haberse olvidado de algo tan importante. Miró hacia ambos labos, no había un maldito taxi por ningún lado.

-Mierda, mierda- murmuró al darse cuenta de que probablemente no llegaría a tiempo y perdería el acuerdo que tanto le había costado a sus padres conseguir con el ministro.

La sola idea de defraudar a su padre una vez más le revolvía el estómago. Él mismo le había asegurado que era capaz de manejar por cuenta propia la sucursal en Argentina.

Justo cuando estaba por darse por vencido, un transporte público dobló en la esquina y se detuvo justo a sus pies. Sorprendido, notó que estaba en la parada. La puerta se abrió y el chofer lo observó impaciente.

-¿Subes o no?-

Sin pensarlo Thomas subió y el bus arrancó rápidamente, por lo que se tuvo que aferrar al caño para no caerse encima del regazo de una anciana que lo observaba con curiosidad.

Notó la mirada del chofer desde el espejo retrovisor y se dio cuenta de que no tenía tarjeta de viaje porque jamás había pensado que era necesario hacerse una.

¿Porque alguien como él tendría la necesidad de usar un bus si tenía el dinero suficiente para taxis o coches privados?

“La vida puede dar giros inesperados” Pensó a sus adentros, recordando que hacía tan solo unas horas había estado comiendo una hamburguesa grasosa en un puesto callejero.

La tos del chofer lo sacó de sus pensamientos.

El joven azabache revisó sus bolsillos hasta que encontró su billetera, de donde sacó un billete muy grande para el pasaje del bus, más bien era para más de una docena de viajes. El chofer lo miró con mala cara. -Si no tienes tarjeta de viaje, no viajas- sentenció con dureza.

Thomas comenzó a abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua sin saber qué hacer, cuando la anciana acercó su propia tarjeta de viaje- Tenga, use la mía, joven.

Su desesperación hizo que no pudiera negarse a tal generosa oferta que quiso compensar monetariamente, pero la amable señora se negó rotundamente. La anciana resultó ser un consuelo durante el caótico viaje. Con un gracias efusivo se bajó del bus y corrió los metros que faltaban para llegar al restaurante en un tiempo récord, tan solo 10 minutos tarde. Esperaba que el señor Mitre no lo tomara como un insulto.

Se anunció en la entrada y fue llevado hasta una mesa donde el ministro estaba sentado frente a una mujer que era el calco de él, pero en femenido, aunque mucho más hermosa, por supuesto.

-Señor Mitre, lamento la tardanza, no tengo excusa…- exclamó cortesmente.

El hombre no pareció molesto, al contrario, sonrió ampliamente y se levantó de su asiento, la misteriosa mujer que Thomas sospechaba que era su hija, imitó al ministro- No hay problema, aproveché el tiempo para ponerme al día con mi preciada hija menor que recién llegó de Francia. Pilar, te presento a Thomas de Anchorena CEO de Anchorena Motors y quien me va a llevar a la victoria- Se regocijó el hombre.

-Un placer conocerla- exclamó cortesmente mientras besaba la mano blanquecina de la mujer.

Pilar sonrió ampliamente y agitó sus espezas pestañas postizas que enmarcaban sus ojos verdes.- El placer es mío- respondió con una voz seductora mientras colocaba sus mechones rebeldes y rojizos detrás de su oreja.

Thomas sonrió falsamente, con aquella sonrisa que reservaba para las formalidades. No era tonto, aquella mujer estaba tratando de seducirlo con su belleza despampanante. Antes el joven CEO no hubiese tardado en llevarla a su cama como parecía pedir a gritos.

¿Pero cómo podía hacerlo cuando aún tenía los toques fantasmas de su ángel en su piel?

-¿Nos sentamos?- exclamó el político mientras sonreía pícaramente, pensando que el cruce de miradas y el silencio de ambos jóvenes era porque habían sido flechados por una especie de amor a primera vista.

Ambos obedecieron al hombre y luego de pedir la comida más sofisticada y la mejor champaña del lugar, comenzaron a hablar sobre los pendientes de la campaña política y la participación de la empresa de Thomas en ella.

-Bueno basta de charlas aburridas- exclamó bruscamente el hombre- Thomas, eres encantador y aunque disfrute las reuniones contigo, sabes que soy un hombre muy ocupado.

-Será entonces la cuenta señor Mitre, esta vez pago yo.

-Antes de que te me escapes, vamos a lo que vine….

Thomas enarcó una ceja confundido. El cruce de miradas entre el hombre y su hija lo inquietó.- ¿A que se refiere?- preguntó temiendo la respuesta.

-¿Sabías que iba a aceptar el trato de CC Motor?

El nombre de la empresa de Cesar Cáceres le hizo hervir la sangre- No, no lo sabía- dijo tratando de ocultar su disgusto.




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