Nunca debemos confiar en alguien que suele recurrir a las sombras diariamente. Lo sabía, es como un don natural que tiene las personas de percatarse de lo prohibido, de lo peligroso, aunque lo prohibido suele ser excitante y fructuoso. Pero las sombras, después de un tiempo, suelen ser tus mejores aliadas.
Los insistentes pasos de Damián recorren la estancia de aquí para allá, si no fuera porque tengo los audífonos puestos estaría sentada en posición fetal buscando alguna forma de matarlo.
Muevo mis pies en el frio concreto, tarareando la música que retumba en mi cabeza.
La suave y fina voz de Adele inunda mi cabeza. Me concentro en la melodía, sin importarme si alguien escucha mi voz o no.
—Rolling in the Deep[1]. —Canto suavemente mientras mi cuerpo se mece con la melodía, noto que falta algo, luego pillo que falta ese ensordecedor y desquiciante sonido de los zapatos de Damián. Se ha detenido.
¡Urra! Dice mi mente festejando con serpentinas y globos
Sigo cantando ignorando su mirada pasmada sobre mí, agito mis manos cerca de mi boca como si tuviera un micrófono imaginario, y en mi mente así es. Me imagino una banda entera, la guitarra, el bajo y una batería acompañándome, todos con pintas graciosas con colores fantasiosos en su cabello, me imagino los reflectores dándome justo a mí, tomó el micrófono y comienzo a cantar algo que he escrito, aun no le he encontrado un nombre perfecto.
—Sueños destruidos, por el polvo de tu mirada…—Canto mentalmente, los aplausos no se hacen esperar, escucho algunos ¡Candace! imaginarios que me hacen sonreír, solo es mi imaginación jugando conmigo, pero no me importa porque es divertido fantasear.
Aunque mi fantasía se rompe por los ensordecedores aplausos y silbidos de Damián. Le miro y el me dedica una sonrisa ladina, le digo idiota y me saca la lengua como un niño de cinco años, si el realmente tiene esa mentalidad.
—Deberías de ser cantante. —Dice medio en broma medio verdad, aunque nunca debería de confiar en Damián.
Lo pienso un poco pero decido no responder, solo me encojo de hombros como si le restara importancia al asunto, como si realmente no me importase, y sé que en el muy, muy fondo, realmente me importa.
Toda mi vida le he restado importancia a esos cumplidos, medio en broma medio verdad, porque temo que aunque es imposible que se cumplan, me romperán y me harán más defectuosa de lo que soy.
—Y tú deberías de estar en un circo. —Bufo, siendo sarcástica, nuestra relación se basa en ello, el me trata como si fuera su hermana menor y yo lo trato como un vagabundo.
Nos queremos, de eso no cabe duda, pero hay algo prohibido que nos hace estar juntos, el un ángel del infierno y yo un ángel celestial. Lo sé, la primera vez que me dijeron que era un ángel grite e hice un berrinche, no quería ser nada celestial, tan solo quería seguir escribiendo mis canciones, beber un poco, fumar hasta que me convirtiera en una chimenea y ser yo misma. Cosa que me han arrebatadado desde que tengo esa maldita aurora.
Han pasado años, creo que ya llevo diez años con las alas incluidas, es por alguna descendencia, creo que era por mi madre, su nombre era Laly, siempre le decía Laly, odiaba que le dijera mama quizás se sentía más vieja, aunque en ese tiempo estaba pasando por la crisis de los cuatrocientos años..
Suelo extrañarla a veces, más que todo en las noches frías, pero debo subsistir y no ha sido gracias a ella.
Ignoro el rumbo melancólico que ha tomado mi mente, me acerco a Damián. Quizás no sea el hombre perfecto, aunque tiene unos lindos ojos grises, grises que se tornan mieles cuando está feliz, como están ahora. Su cabello es amarillo con toques casi dorados, realmente es la viva imagen de la perfección, bueno lo es cuando no habla, suele ser bastante infantil y suelo preguntarme que he visto en él. Luego me respondo que no me importa, lo amo y el me ama a mí. Fin de la historia.
Su cuerpo es algo para morir de infarto, sus pectorales están bastante definidos, sus brazos están dignos de alabanzas y todo es… ¿sexy?
El pasa un brazo hasta colocarlo en mis hombros, así vamos caminando por la plaza en la que nos encontramos, no recuerdo su nombre a veces suelo olvidarlo todo, recuerdo una vez que aparecí en medio de la nada, llena de barro y con mis sandalias hecha girones. Aun no sé qué me sucedió esa vez, pero recuerdo el inmenso dolor que sentía por no saber que me había pasado, era como tener una brecha a medio encender, suelo preocuparme mucho, realmente temo despertar un día y no recordar mi nombre o cuantos años tengo.
Y ese temor siempre perdurara.
—Estarás bien, Candace. Si llegaras a olvidar algo aquí me tienes, he anotado todo lo que dices, haces y lo que piensas mentalmente, estaré para ti. —Promete, y como sello de ese pequeño pacto besa mi frente.
—Solo espero que lo cumplas.
Damián suelta una carcajada limpia, lo miro y lo fulmino con la mirada, era un idiota, pero para mi felicidad y consuelo, era mi idiota.
Muerdo mi labio, un gesto que he adquirido de Ann, a veces suelo quedarme bastante quieta y luego noto que comienzo a morderme las uñas o algo así, son cosas que Ann suele hacer cuando está nerviosa, y por lo visto he adquirido sus gestos.
Tomo aire y suelto la pregunta.