Los cuervos son aves majestuosas, con grandes plumas negras y grises, sus pupilas totalmente negras me recuerdan a la maldad que emanan de ellas, su mente me recuerda a la de los demonios, aunque su corazón a veces es puro.
Siento una fuerte conexión hacia esas aves, aún no descubro el por qué o el cómo, pero, sin duda, las adoro.
—Candace. —La voz de Ann me hace voltear.
El salón estaba totalmente en paz, los ángeles que estaban hace minutos se fueron a quien sabe dónde, y realmente no es de mi incumbencia querer saberlo
¿O sí?
Ann Danielle Brixon Sky, un nombre bastante extraño, al igual que su portadora, nunca nos solemos decir el nombre completo, realmente no es importante, pero me gusta repetirlo, al menos tengo cosas de que aferrarme cada vez que pierdo la memoria.
—Ann. —murmuro. La miro y ella sonríe, está jugando conmigo, ahora me pregunto ¿Por qué todos quieren jugarme una broma?
—Camina cariño, debemos irnos.
— ¿A dónde? Y sobre todo ¿por qué?
Ann alza una ceja en gesto de incredulidad, suelo ser muy paranoica, nerviosa y terca, son mis peores debilidades a decir verdad. No volteo a verle la cara, agarro mi bolso y camino hacia la libertad.
Bueno quizás exagero un poco, a veces prefiero quedarme aquí, por lo menos en un lugar en donde puedo quedarme alejada de los problemas, no tengo que mentir y mucho menos meterme en problemas. Camino cerca de ella, evitando las miradas de todos los que me rodean, para ser un ángel era bastante nerviosa.
—Ann. Oye, en serio, te adoro, pero…—comienzo a decir para zafarme de cualquier cosa que su mente bastante angelical piense.
—Cann, cariño te adoro, pero eres muy mala mentirosa. —Dice y yo siento como mis mejillas se tiñen de rojo.
—Delátate. —Bufo.
Ella no responde y no me queda de otra más que seguirle, ya estamos en el último pasillo de la escuela De Voice, la escuela tiene fenomenales instalaciones, desde una piscina hasta las aulas bastante equipadas para su uso, lo que más me gusta de este lugar son las paredes de color salmón que adornan cada pasillo. Entre los adornos se encuentran las alas doradas, que me recuerdan a las mías, o como serán dentro de unos meses.
Los ángeles están concentrados mayormente en la cafetería ¿Quién lo diría, eh? Todos con sus alas desplegadas, mostrándolas con ímpetu, yo los catalogo como unos narcisistas idólatras de sí mismos. Nunca he podido entablar una conversación que no acaben diciendo.
—“Candace, observa mis alas ¡Son monísimas!”
Son en esos momentos en donde quiero arrancarles la cabeza, la imagen me divierte pero las consecuencias no tanto.
Sigo caminando por los pasillos, zigzagueamos de aquí para allá como polillas. Ann no ha dicho ni una sola palabra, y aunque suene extraño es la cosa más honorífica que puede suceder, Ann suele ser espontánea, parlanchina hasta tal punto que debemos ponerle algún tipo de cinta para que guarde silencio, ahora es la viva imagen del silencio. Algo realmente inusual en ella. Ann despliega sus grandes alas rosas y yo despliego las mías, odio hacerlo, no me gustan que las vean, son extrañas, bastante extrañas, a decir verdad, son grandes más grandes de lo normal, con sus plumas blancas y motas negra, y algunas motas se están convirtiendo en color oro, El color oro me recuerda a mi ciudad, se encuentra un poco alejada de aquí, después de pasar el bosque a unos veinte minutos de vuelo, si vas rápido.
—Sígueme. —Murmura antes de alzar vuelo.
— ¿En dónde estamos?
La imagen que veo a nuestro alrededor me sorprende, nunca había estado en este lugar, los ángeles están de aquí para allá, como si fuera un nuevo centro comercial, o algún nuevo sitio turístico al cual visitar para observar las nuevas tendencias de moda. Una pantalla grande está en la mitad de este lugar que aún no logro reconocer, además de la pantalla noto varios bancos como los de la plaza de oro, hay árboles llenos de piedras preciosas, distingo a lo lejos unos rubíes, algunas perlas, no conozco los otros nombres, sigo inspeccionando el lugar, bajo la mirada para observar el piso, es de color gris, gris azulado un color que me recuerdan a las alas de Damián, las de él deberían de ser negras, pero me ha dicho que aún no llega a la edad, quisiera preguntarle mas acerca de ello, pero temo que se enoje.
Sigo inspeccionando el lugar pensando en Damián, pero hay algo que me llama la atención, en la pantalla en la mitad de este lugar sale un rostro, siento que lo conozco, su cabello es rubio, no ese tipo de color amarillo casi llegando a blanco, es como un amarillo apagado tirando a marrón, su piel es blanca, es bastante apuesto, pero hay algo que me hace literalmente abrir la boca en gesto de sorpresa, sus ojos marrones demuestran misterio. Su físico me recuerda a Damián, sé que está mal comparar, pero hay algo en él que me recuerda a mi novio.
—Ann…
—Lo sé, cariño.
Mis emociones me dominan, no entiendo por qué soy tan sensible, ha pasado bastante tiempo desde que llore, pero ahora no puedo contenerme, es algo que nace en mí, las lágrimas salen escurridizas de mis ojos, siento como ese molesto nudo de la garganta se forma hasta asfixiarme, tapo mis ojos con las manos
¡Otra vez no!, pienso.
Ann no se ha percatado que estoy llorando, y temo que en el muy, muy en el fondo nunca lo note. Pero no es así, siento como grita y me sacude, pero no puedo reaccionar, siento como el aire falta,
—N-no respiro. —susurro, temiendo que no me escuche. Mis dedos se han llenado de esas lágrimas temibles, el oro se escurre entre mis dedos.
—Candace, cálmate, cariño. —dice mientras me acurruca entre sus brazos.
¡Esto no puede estar pasando!, me digo. Mis emociones suelen dominarme, y este es el resultado, una crisis de pánico por cualquier cosa.