La mirada intuitiva de Ann me sobrepasa febrilmente, estoy sentada con un libro en mis manos, ignoro el título, realmente aun no entiendo de que va el trama, pero es la una unica cosa en la que me puedo refugiar de los sermones de Ann. Siento como una sonrisa se extiende en mi cara dejando en claro que esta situación me parece ridículamente graciosa. Dejo el libro a un lado y bajo mis piernas hasta que mis uñas recién pintadas de rojo tocan el piso, mi cabello esta hecho una maraña, lo desenredo rápidamente dejando que todo los rizos incontrolables caigan a un lado de mi hombro, los trenzo rápidamente haciendolo más presentable.
Ruedo los ojos al ver sus diminutas y fuertes manos se posan rápidamente en sus caderas, ese es el conocido gesto de “habla ahora antes de que te saque toda la información de otra forma” dirijo mi mirada hacia nuestro alrededor, la casa es pequeña pero suficiente para resguardarnos a las dos, estamos en mi ciudad, en La Ciudad de Oro, el estante que está a la izquierda de Ann está llena de libros prohibidos que hemos reguardado después de unos siglos, por lo que se llevan más de dos milenios de existencia en la que relata la vida de los humanos de esos tiempos, nadie sabe que los tenemos, por ello hemos creado una pequeña trampa, la típica que se usa en estos días, el botón secreto debajo del gran libro de instrucciones de cómo ser un buen ángel.
—Suéltalo. —digo preparándome mentalmente para la avalancha de emociones que sentiré en unos momentos.
Ella duda unos momentos, sintiendo invencible y frustrada, por lo que llego a imaginar, quizas pensó que le costaría más sacarme información.
Ann siempre ha sido de esa forma, imponente, dulce, cariñosa y hostil, una combinación atractiva para cualquiera, y hostigante y amena para mí. Sus cabellos rojizos se dispersan hasta sus hombros, algunos mechones caen más largos que otros, aun no me había percatado que se había cambiado de ropa, ahora lleva unos pantaloncillos cortos blancos y una camisa negra, esta descalza y una tobillera adorna su piel canela.
La chimenea crea figuras difusas en las paredes, dándole un toque hogareño a la estancia.
— ¡Tus lagrimas son de oro! ¡Joder! ¿Por qué no me lo habéis dicho antes, ah? —Dice tan rápidamente que siento que no puedo entender todo. ¡Estúpida falta de memoria!
Ignoro su mirada, yo lo había descubierto hace unos días, después de ir a visitar a Damián, habíamos recorrido la plaza que en ese momento también desconocía su nombre, había tropezado y mis alas se habían desplegado dejando cegados a los que la miraran, sentí vergüenza y pánico, Salí volando de allí, con mis alas brillosas y doradas, no sé cómo volé hasta el tejado de un esconditago que había descubierto después de los limiten permitidos, estaba llorando, realmente estaba sollozando y maldiciéndome por ser tan estúpida y defectuosa. Recuerdo la vergüenza y la humillación que sentí. El crujido de la madera me hizo regresar al presente, en el cual Ann fruncía el entre cejo y movía su melena roja en gesto de desconcierto, la imagen da gracia, mucha a decir verdad. Pero me abstengo de reírme o demostrar mi felicidad al verla tan desconcertada, Ann siempre ha sabido todo, y que no sepa que yo un ángel celestial llore oro las desconcierta.
—Te saldrá una arruga si sigues frunciendo el ceño. —Murmuro desviando su mirada asesina.
— ¡Me vale! —Exclama, dramatizando con sus manos.
Suspiro, porque sé que de esta no me podre salir por la tangente.
—Vale, lloro oro ¿feliz?
—Ni un poquitito.
Ruedo los ojos.
—Lo descubrí hace unos días…—y comienzo a narrar rápidamente los acontecimientos pasados, saltándome la parte de Damián, ella no sabe que salgo con él, bueno no se le puede decir relación a algo que no está permitido, sería algo mas como “Acompañamiento mutuo”, si debe ser eso.
Ann escucha todo atentamente, desde mi caída, hasta mis lágrimas, desde que mis alas brillaron hasta que mi cabello comenzó a cambiar de color al igual que mis ojos, Los ojos lo descubrí antier, exactamente el 21 de noviembre, tengo anotado todas las fechas de esos bruscos cambios. Tiro de mi trenza, es un tipo de tic nervioso.
Cuando hablo no titubeo, solo me abstengo de mirarla a los ojos, mientras hablo miro el piso, mi cabello, mis uñas o el bote de agua que esta junto a las tazas de café vacías.
Estoy volviendo un poco adicta a la cafeína, la tomo mucho estas noches, sobretodo porque el frio es refrescante y para evitar dormir, siento que olvidare detalles importantes, como cuando fue la última vez que note mis ojos verdes o negros, he averiguado un poco acerca de ello con Stefan, el guardián de los ángeles dorados, y me ha dicho que es algo que suele suceder a una chica en especial cada mil año, y al parecer yo era esa chica especial, le comente acerca de mi pérdida parcial de memoria, y me conto que era algo necesario, que llegara el día que no recordare quien soy, ese será el día que la luz salga, o algo así le he entendido.
También me comento que era muy usual, que mi cerebro actuaba diferente a la de los demás, y que eliminaba lo que no me era útil.
—Wow. —Es lo único que dice Ann.
Siento como mi boca se reseca momentáneamente, esperando sus sermones, o algún tipo de ayuda psicológica, pero lo único que ella puede decir es
—Wow. —repite.
Suelto una risita.
— ¿No tienes otra palabra que decir además de wow?
—Wow, wow. —Dice con esa voz dulce y melodiosa.
Agarro un cojín que tengo al lado y se lo lanzo, un golpe limpio en la mitad de su estómago, sonrió y pongo cara de inocente.
—Muy graciosa, realmente muy graciosa, cariño.
Me encojó de hombros.
—Vale, eres un ángel único. —Dice caminado hacia mí, no había notado que no me había movido ni siquiera un centímetro.
Me rio, porque sabemos que no soy única, solo defectuosa, aunque no se puede cambiar lo que eres.