Un Angel Llora

Capitulo Doce

 

La ciudad está en ruinas. Allí en donde se supone que debería de estar la estatua de oro del Sir Malik solo se encuentra grietas y agua de alcantarilla.

Sir Malik, el dios de oro y mi padre. Murió justo después de mis 50 años cumplidos, el recuerdo y el dolor perduran. Aunque me gustaría que esté aquí, me recuerdo que al fin y al cabo ese era su destino.

En el centro a escondidas de la multitud aterrada e histérica se encuentra Ann, tiembla ligeramente y su rostro está empañado de lágrimas.

Corro hacia ella, pero desaparece.

— ¡Ann!—Grito pero no está.

Un extraño sentimiento recorre todo mi cuerpo, desde la punta de mi cabello hasta los pies.

Cierro los ojos y agudizo el oído, intentando escuchar la voz de Ann. Estuve así por unos segundos, que al mi parecer fueron años y décadas. No se escuchaba nada más que mi propia respiración.

«Estamos en problemas, y todo es mi maldita culpa». Pienso y hecho a correr.

Corro lo más rápido que puedo hasta el escondite debajo de las piedras. Allí hay un gran charco de oro. Rezo mentalmente implorando que no se haya dañado nada.

Entro rápidamente. Todo está igual, las paredes azules, la estantería con los archivos muertos de la ciudad, el sillón de cuero negro con pedazos de terciopelo y Ann.

— ¡Ann! —Grito y me abrazo a ella.

Ella me recibe en sus brazos. Estoy feliz y en cambio ella está distante.

— ¿Qué ocurre? —Pregunto. Ella no responde y en cambio me da una mirada envenenada y vacía.

—Es tu culpa —dice al cabo de un rato—, ¡Tuya! ¿Es que no entiendes? ¡Debiste alejarte, no interferir! Ahora todo se derrumba y tú estás aquí. Deberías marcharte. Como lo hiciste conmigo ¡Aléjate! ¡Huye! Como siempre haces — Grita y me suelta de sus brazos.

«Ella tiene razón.» Me digo y bajo la mirada.

 —Sé que es mi culpa.—Digo, y sé que espera que diga algo más. Pero no lo hago

Ella me mira con sus grandes y profundos ojos azules. Su cabello cae sobre  su cara, sus rulos bien definidos están llenos de pedazos de agua de oro y polvo. Su mirada es fría, distante y helada.

«Si las miradas matasen» Pienso.

—Pero no tienes que odiarme. —Respondo a su mirada.

—Eres la culpable que nuestra ciudad se caiga a pedazos y tienes el descaro de decir que no te odie. —Dice.

—Fue un error. Las personas se equivocan.

—Pero tú eres un ángel, Candace. —Se aleja unos tres pasos de mí y se sienta en posición indio sobre la alfombra.

« ¿Un ángel? En este momento me siento como un pequeño demonio. »

—Pero los ángeles también se equivocan. —Murmuro.

—Pero esperé que tú no lo hicieras. —Dice.

«Yo también espere lo mismo, pero mírame aquí.»



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En el texto hay: fantasia, angeles, romance

Editado: 19.08.2021

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