La luz de un nuevo día va apareciendo poco a poco.
El amanecer se extiende de a poco entre las penumbras de mi casa solitaria y llena de polvo.
Enciendo la luz con un poco de lentitud, el cuerpo de Candace está en mi hombro. Pesa para ser tan pequeña.
Ella se remueve un poco en mi hombro y me apresuro a caminar rápido hasta llegar a mi habitación. Estaré agradecido con Angie por poner todo en orden.
Subo las escaleras de la sencilla casa de dos pisos, mi madre me la heredo justo antes de que muriera.
Abro la puerta con una de mis manos, mi cama está hecha y la adorna un edredón verde. La coloco lo más delicadamente posible que soy capaz en la cama y ella se retuerce. Me estremezco.
« ¿Qué puedo hacer para ayudarte?»
— ¡Aléjate! —Chilla mientras las lágrimas bañan su rostro color crema. Su cabello rizado de un tono profundamente negro cae en su cara, y sus labios de un tono rosa pálido están resecos y entre abiertos.
Una débil luz del sol va apareciendo poco a poco desde la ventana. Por fin se ha acabado el invierno. Bueno al menos en esta parte De VOICE.
El agua del mar se descongela levemente, en unos días más debe de estar completamente descongelado.
Me acerco a ella y comienzo a zarandearla, para poder despertarla. Ella abre los ojos, sus ojos en este momento son azules, de un azul intenso y oscuro. Como cuando contemplo el mar de noche.
Ella me mira, como si estuviese esperando que dijera algo.
«Algo inteligente»
— ¿Estas bien? —Pregunto. Y ella asiente.
Su vista se fija en mí. Se restriega los ojos, como si estuviera encandelillada.
Literalmente mi alma vuelve al cuerpo.
— ¿Qué ocurre? —Pregunta, observando todo a su alcance. La habitación está a oscuras, pero gracias al amanecer se puede detallar el desorden que está hecho el cuarto.
Ropa amontonada cerca de la puerta, las paredes blancas ahora están grises y llenas de polvo.
Una pocilga.
Una pocilga que es mi hogar.
—Te he encontrado en el pavimento, muriendo de frio. —Respondo y ella se restriega los ojos nuevamente.
—Lo recuerdo.
— ¿Cómo has llegado aquí? —Pregunto dirigiéndome hasta el estante. Saco una manta gruesa y regreso.
Candace extiende su mano y yo le dio la manta. Se enrolla en ella, quedando como una momia.
—No lo sé. Solo recuerdo que hablaba con Stefan. —Responde al cabo de un rato.
No pregunto más, no quiero atosigarla.
— ¿Qué hora es?
¿Cómo una simple pregunta puede sonar tan absurda en este momento? Solté una leve risita.
— ¿Qué tiene de malo mi pregunta?—Murmura. Mirándome directo a los ojos.
Su cabello negro largo hasta la cintura cae entre sus hombros y le da un aspecto único y extraño. Como si se tratase de una muñeca rara y única.
—Nada. No tiene nada de malo. Solo que es un poco fuera de lugar. —Respondo.
Ella sonrió, y siento que todas las tristezas y dolores que tenía hace unas horas desaparecen. Un ángel para mí.
El estómago comenzó a rugir. «Que inoportuno puedes ser» Digo mentalmente.
Ella nota mi repentina irritación y el rugido de mis intestinos. Suelta una leve carcajada.
—No es gracioso. —Dicho esto me levanto y salgo de allí.
—Lo es Grace. —Sonríe, su sonrisa es un nuevo amanecer para mí.
Ruedo los ojos y salgo de allí.
Un paisaje triste y desanimado es el dueño del horizonte. Aun no es de noche, pero no me interesa saber cuánto tiempo me queda. O cuanto tiempo tendré.
El tiempo en este momento es mi peor enemigo. Y para completar es el dueño de mi destino.
Candace, mi Candace.
No sé dónde ha ido, luego de que salí para hacer la comida desapareció, y eso me entristece.
—Quizás nunca tendré a nadie a mi lado.
Y con ese pensamiento libre de amor y sensibilidad me siento hundido en lo que se llama dolor.
El mar ya está descongelado, el sol que hizo hoy es producto de un invierno crudo y frio. Agradezco al cielo por dejarme estar viendo el oleaje a esta hora.
Las algas se revuelven entre sí en la orilla, le da un aspecto al mar un tanto sucio y triste. Al igual que mi estado de ánimo.
Mi madre me trajo aquí a los 15 años y desde entonces no he salido de aquí. Candace no aparece, y siento el remordimiento, quizás si estuviese con ella…Meneo la cabeza, ya es algo relativamente imposible.
El mar ruge con fuerza aclamando su atención y presencia. Decido entrar ya es de noche y la fría brisa puede enfermarme, y lo menos que quiero en este momento es ir a visitar un doctor. O que el venga.
Camino a paso cansado y lento hasta mi casa. No puedo evitar dejar que todos los problemas y situaciones me embarguen.
Los escombros de mi vida caen pesadamente en mis hombros, enciendo la luz de mi casa y me siento en el sofá de cuero negro, herencia de mi padre Marcus.
«Estoy hecho un embrollo y nadie puede sacarme de él ¿o sí?»
Por primera vez desde el aciago día me permito echarme a llorar. Todo cae encima de mí, todos los pilares de mi vida se quiebran o flaquean.
Todo está perdido para un corazón herido.
Un bosque es el dueño de lugar, una fuerte tormenta amenaza con derrumbar y tirar todo a su paso.
Las alas de un ángel se extienden mostrando su plenitud y hermosura, doradas y con oro.
De un momento a otro se convierten en un negro carbón, miro horrorizado la escena ¿Qué le ha sucedido?
— ¡Candace! —Grito, pero ella no responde. Agito las manos encima de mi cabeza, pero no logro captar su atención.
Ella está sentada sobre sus rodillas, sus alas decaen poco a poco y su rostro esta bañado de lágrimas, o algo parecido.
De su boca sale un hilo de sangre que cae en su vestido blanco.