Estoy sentado, en posición indio. Alexa está a mi lado con una par de audífonos negros recién comprados. El paisaje se extendía a nuestro alrededor, dándole con ímpetu todo su esplendor. Intento imaginar un mundo sin dolor, sin fuego que te queme, sin esa llama voluptuosa que se extiende en nuestro interior. Me maravilla la imagen.
Cierro los ojos.
Quizás a veces todo se vuelve de cabeza, todo cambia. Pero es la ley de la vida, y no podemos hacer nada ¿o quizás sí?
El parque está solo, para ser tan temprano. Es muy hermoso, pienso, es grande lleno del color verde, mucho verde a decir verdad, me rio mentalmente, me imagino a alienígenas danzantes pintándolo todo de verde, con sus cabezas gigantes y armas láser que son posibles armas mortales para nosotros. Abro los ojos y observo el reloj de mi mano son las cinco menos cuatro de la tarde.
La tarde es fresca, y es perfecta para comer un helado. Se me antoja uno de vainilla con chocolate. Me imagino el pequeño cono resbaladizo lleno de helado derretido recorriendo en pequeñas gotas los lados, mojando ese papel tan frágil que se te empegosta con los dedos.
Se me hace agua a la boca.
Un leve zarandeo me hace voltear. Alexa ha soltado su cabello, hace unos segundos tenía una coleta alta mal peinada.
Sus Ray- Bans tapan sus grandes ojos jade.
—¿Quieres irte ya? —Dice levantándose del piso.
Asiento. Y me levanto, sacudo mis pantalones que se llenaron de grama.
Ella camina y yo le sigo. No me interesa a qué lugar podremos ir, o a donde me llevaría. Solo quería alejarme del pasado, del dolor, de ellas.
Candace, mi ángel del dolor.
Katlyn, el demonio andante.
—¿Quién era ella? —Alexa alza su fina ceja y me mira.
Volteo la cara y evito su mirada. Siento como mis ojos se cristalizan, y por primera vez desde hace días me siento como un niño perdido.
Alexa posa delicadamente su mano en mi mejilla y me obliga a verla s los ojos. Sus ojos verdes son grandes y expresivos. No como lo de Katlyn, lo de Alexa se pueden ver con facilidad el interior de su alma, lo de Katlyn en cambio, eran fríos y duros.
Suelto un largo suspiro y seco disimuladamente una lagrima que se escapó.
—¿Crees en ángeles?
Ella asiente, algo anonadada.
—¿A qué viene esa pregunta?
—De allí empieza todo.
Dirijo mi vista hacia al frente, hemos caminado un largo rato. Estamos cerca de mi hogar, o lo que se le podría decir. Camino hacia la izquierda y ella sigue mi paso.
—¿A dónde vamos? — pregunta curiosa.
—Estamos cerca de mi casa, vivo solo y tiene playa. Allí puedo contarte todo.
Camino el camino que nos separaba de la playa, estábamos a unos cien pasos si nos apresurábamos. Los iba contando mentalmente. Uno, dos, tres, cuatro y así sucesivamente hasta que llego a los cincuenta, nunca me había sentido de esta forma, asustado se le podría decir, extraño y desgraciado, son tantos sentimientos negativos que me infunden hasta sentir que mi alma pesa, pesa demasiado, es un peso que no puedo llevar, ya no, no después de tanto tiempo, no cuando quiero ser libre, no ya, porque quiero que alguien me escuche, es un sentimiento egoísta, tonto y egocéntrico, quizás quiero que alguien me escuche para no sentirme tan vacío, tan inútil, quiero que alguien me escuche porque sé que tengo algo que decir.
Aunque muchas veces no es algo bueno.
Y eso aunque duela siempre será llevadero, llevadero porque siempre habrá cosas que diremos y que no les gustara a las personas. Y ese es nuestro peor defecto, mentir para ser agradables.
—Sonara extraño, pero todo comenzó meses atrás, antes de que me comprometiera con Katlyn…—digo, y me sumo en la miseria que mis pensamientos representa.
Ella escucha todo atentamente, sin decir nada, solo está allí escuchándome, escuchando todo lo que tenía que decir, sin quejarse o criticarme y eso me hace sentir un gran aprecio hacia ella, era como tener una hermana o una conciencia que vive, que está allí enfrente tuyo, es como esos ángeles que están destinados a estar contigo.
Esos tipos de ángeles que son mandados para salvarte de sí mismos. Alexa era ese tipo de ángel, sin duda.
A veces nos dejamos llevar por el que dirán de las personas, y extrañamente me encontraba en esa misma situación, siempre la he odiado me parece estúpido, esa forma en que las personas dicen lo primero que se les viene a la mente, sin importarles lo que la persona aludida dirá, pensara, o sentirá. Y eme aquí, hiperventilando, con el viento en la cara que remueve mis cabellos, removiendo el sudor que perla mi frente y me hace sentir más nervioso.
—Nunca pensé que los ángeles existieran, bueno no de esta forma tan...—duda unos momentos, asumo que está en busca de una forma de decirlo—real.
Asiento, las palabras que quiero pronunciar nunca llegan, no puedo describir, me cuesta hacerlo. Sin más ella simplemente está allí, no sale corriendo como temí que hiciera desde que comencé a contarle, está allí para mí, y eso me llena de alegría y de desconcierto.
—¿Por qué no saliste corriendo?
—Aún no lo sé.
Aspiro aire, siento que lo necesito más, mucho más.
—¿Te irás? —Ella voltea su cabeza, su cabello alborotado cae a sus hombros, me sonríe con esa sonrisa juguetona que la caracteriza.
—¿Crees que me iré?—pregunta, y yo muy en el fondo temo que lo haga.
Suelta una carcajada y me responde—. Lo siento mi querido, Grace. Me tiene aquí por tiempo completo, las veinticuatro horas al día los siete días a la semana, te hartaras de mí que desearas no haberme conocido, pero sin embargo nunca me iré de tu lado. Entiende, no soy de esas personas hipócritas que se alejan de las personas cuando más la necesitan, para mí eso ser un intento de persona.
Ruedo los ojos, ella se acerca a mí y me abraza, yo correspondo el abrazo y respondo riendo.