La lluvia caía a cántaros en ambas ciudades, la pérdida era inminente, el adiós era duradero, era el dolor que se sentía al sentir que estamos destinados a morir, a sufrir y a pagar por todo.
Los recuerdos son cosas que perduran.
El abismo de sensaciones que sentía Candace después de regresar era bastante hondo, la voz de Grace rompió toda cordura, todo oído, es como si la hubiese sanado.
El ambiente es aligerado, las olas rompen el silencio de ambos, ella corre tan rápido como puede, teme que pueda llegar a herirlo más que antes, más y más como lo hizo. Pero no importa, él abre los ojos ilusionado y temeroso, quizás la odio o quizás no lo haga, pero lo importante de eso es que ella está viva, que lo está.
Sus cuerpos están a escasos centímetros, ella llora, llora oro.
—Así que… ¿Lloras lágrimas de oro?—pregunta con una sonrisa juguetona que ella ama en lo más profundo de su ser.
Ella asiente y sin importar nada se lanza a sus brazos, porque él es su vida, porque por el sobrevivió y está aquí.
Aunque eso le haya costado una cosa muy importante.
—Quiero hacerte una pregunta absurda. ¿Es posible?
Él la mira y se queda anonadado de tanta belleza.
—¿Qué es posible?
—No saber que te depara el destino.
—No, el destino nos obliga a jugar a su maldito antojo.
—Lo sé.
El corazón de Grace en algún momento puede llegar a salirse de su pecho, sus manos sudan y se aferran al cuerpo de ella.
—¿Puedo hacer algo que he querido hacer desde hace mucho?—Pregunta.
—Soy tuya.
Nunca sabemos cómo reaccionan las personas a su primer beso, nunca se sabe cuál serán sus emociones o sus actitudes. Pero eso no importa.
Él, galante y caballeroso se acerca poco a poco, quitando los mechones de cabello que le caen en su dulce cara, se acerca. Y ¡BUM! Se besan, el beso es lento, lleno de cariño, sus labios se van almondando. Sus ojos están cerrados, él posa sus manos en el cuello de ella, y Candace en el cuello de él.
La escena de amor perfecta.
Por ahora.
FIN.