Un Ángel Zombi

Capítulo I

 

*

 

El calor era sofocante cuando los oficiales McNamara y Smithson apresaron a Andrew Gómez, un traficante de antigüedades robadas quien era el más buscado por todo el estado de Florida en relación con ese delito.

—Este calor de mierda. Necesito ahora mismo una cerveza bien fría—comentó McNamara mientras iba de copiloto en el vehículo policial asignado a él y a su compañero. — ¡Eh, compañero, te cuidado con el lagarto!—advirtió luego.

Smithson, quien iba conduciendo, bajó la velocidad de la patrulla y luego frenó para dejar pasar a un joven cocodrilo de al menos dos metros. El hermoso reptil luego de tomar el ardiente sol sobre la carretera, se disponía ahora a volver a su pantano, haciéndolo de manera perezosa.

—Es un gran animal—comentó Smithson mientras veía al cocodrilo avanzar.

— ¡Joder, tío! ¿Qué mierda son ustedes, Animal Planet?—exclamó Andrew Gómez quien iba con las manos esposadas en la parte trasera de la patrulla.

Al detenerse el vehículo, había dejado de circular en éste la corriente de aire que refrescaba de alguna manera a los tripulantes. La alta humedad del ambiente con la intensidad de los rayos solares daba una sensación de ahogamiento. Andrew sentía que las axilas le sudaban profusamente y empezaba a sentir sed.

— ¡Cállate, capullo!— gritó McNamara. —Ya vas a conocer a mi primo que está en la cárcel, le dicen: Animal Planet.

Las carcajadas de los oficiales se empezaron a escuchar y cuando finalizaron sus risotadas ya el cocodrilo se iba introduciendo entre la espesa maleza típica de los lugares adyacentes a los pantanos de Florida. Inmediatamente después que el animal se perdió de vista, la patrulla siguió su camino rumbo a la jefatura de policía del pueblo La Colmena.

El agente Smithson conducía con el mejor de los ánimos muy a pesar del intenso calor; el hombre esposado que llevaban atrás de seguro le valdría su ascenso a sargento, así que tendría un mejor salario y podría hacer frente a sus deudas con relativa comodidad. Por otro lado, Andrew Gómez se sentía jodido, y realmente lo estaba, ¿cuántos años le darían?, ¿siete?, ¿diez? “Joder, diez años en una maldita prisión de Florida, llevando una ropa de mierda color naranja, una pésima comida y tener que cada día cuidarse el culo para que no te lo follen”, pensó Andrew.

Durante seis años en el negocio de tráfico y robo de antigüedades, nadie le había capturado, se había dado la gran vida por muchas islas y ciudades del mundo: Río de Janeiro y su Copacabana, Venezuela y su isla Margarita, Ibiza, La Habana y sus mulatas, La mágica Taití. Oh Taití, particularmente esta isla le había fascinado al igual que una hermosa tahitiana. Y ahora iba esposado, metido en una patrulla y capturado por dos oficiales mediocres comedores de rosquillas. Los recuerdos de Andrew en sus viajes por el mundo le hicieron por un instante olvidarse del calor y del estrés mental que le producía el saber que pronto sería sentenciado—en el mejor de los casos—a siete largos años de cárcel. Entonces, una llanta de la patrulla sufrió un pinchazo. Smithson y McNamara maldijeron casi al unísono.

— Carajo, un contratiempo—expresó el oficial Smithson.

—Tranquilo, poli. Imagina que te has parado nuevamente para dejar pasar a otro de tus amigos lagartos—dijo con ironía Andrew, quien ahora disfrutaba de la molestia por la que estaban pasando los oficiales.

—Juro que te daré una patada por el culo, cabrón de mierda—declaró Smithson viendo al delincuente por el retrovisor.

“A todas las unidades, favor acudir inmediatamente a la avenida Central Wood, tenemos un 2-11 en progreso (Manifestaciones violentas). Repito, a todas las unidades, acudir a la avenida Central Wood, tenemos un 2-11 en progreso.

A los agentes les pareció bien extraño que en La Colmena se estuviesen desarrollando manifestaciones violentas. Era cierto que Donald Trump había iniciado otro Vietnam, y que el país ardía en manifestaciones, pero eso era en las grandes metrópolis del país, y de hecho no era en todas; pero…La Colmena, ¿qué carajos pudiera estar pasando ahora mismo en un pueblo que vivía de los ingresos generados por el turismo de sus pantanos?

Los oficiales mandaron al demonio a todo, no querían acudir a disolver esa manifestación. Se tomarían su tiempo cambiando la llanta y también, y por qué no, harían una parada en el restaurant de la carretera, llamado: “La Parada del Lagarto”.

Andrew volvía a sentirse sofocado, ahora lamentaba que aquella llanta se hubiese pinchado. Espesas y pegajosas gotas de sudor chorreaban por su rostro, se miró las axilas y aquello era un manantial, y pensar que hace un instante estaba en su Mercedes gozando de un agradable aire acondicionado, una buena música y un poco de tequila.



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En el texto hay: apocalipsis, mundo zombi, historias de zombies

Editado: 07.02.2019

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