Pero Andrew comprendió que las posibilidades de que lo descubriesen desde arriba eran muy remotas. Él no había colocado señales ni letreros, no podía salir de la patrulla policial por las razones que se han descrito antes. Entonces, ¿qué podía hacer? Pues no podía hacer nada, le quedaba como último recurso gritar, pero no le escucharían, el fuerte sonido de los motores de los helicópteros ahogarían su grito de auxilio; no obstante, Andrew se aferró a ese él último recurso: gritar, y lo hacía a todo pulmón. Gritó auxilio en español y también lo hizo en inglés, varias veces solamente gritó sin emitir una palabra en específico. Vociferaba con todas sus fuerzas, su rostro se volvía rojo debido a la sangre extra subiendo a su cabeza por el esfuerzo. Luego de cinco minutos los helicópteros se marcharon y Andrew había quedado tan exhausto que ni siquiera pudo llorar, solo cerró sus ojos y se hundió en su aflicción. Había dormitado unos minutos, luego se puso a hablar con Doc.
—Sí Doc, creo que estoy deshidratado y me duele todo el cuerpo, creo que me duele hasta la vida…Gracias Doc, sí, sí, eso intentaré pero no prometo nada.
Andrew se mantenía hablando con varios zombis, excepto con Susana, estaba molesto con ella. Cuando llegó la noche, las energías de Andrew habían mermado considerablemente. Había cerrado sus ojos para tal vez no despertarse más, entonces aparecieron las ratas con espeluznante chillidos. Andrew abrió sus ojos y dijo:
— ¡RATAS!
Su corazón aumentó en latidos, Andrew estaba asustado. Las ratas lo habían perdonado una vez, pero estaba convencido que esa noche no lo iban a perdonar nuevamente, pero él no tenía casi fuerza para luchar, entonces su lucha tenía que consistir en no quedarse dormido.
Andrew Gómez estaba alerta, sentía que las ratas se iban a colar en cualquier momento por alguna rendija, ellas eran seres increíblemente adaptables a casi cualquier orificio, su anatomía era impresionantemente flexible y resistente a la vez. Luego de dos horas en estado de alerta, empezó a sucumbir al cansancio, sus ojos se le cerraban. Pero apareció de repente su amigo a hacerle compañía nuevamente, el oficial Smithson. Estaba acostado a su lado, entonces empezaron a tener una agradable conversación. Hablaron de deportes, de la familia, de las mujeres, pero nunca hablaron de sus trabajos, ya no eran policía y ladrón, eran simplemente: amigos.
Cuando Smithson visitaba a Andrew él no se sentía tan débil, se envolvía en un extraño pero interesante frescor, y su hambre se calmaba un poco. Andrew y Smithson se habían empezado a reír de las experiencias graciosas que se relataban ambos sobre cuando eran adolescentes y estaban en la preparatoria.
—Sí tío—dijo Andrew—había quedado en el baile con la más gorda de toda la preparatoria, entonces yo me había ido con ella detrás de salón del baile. Ella me quería besar en privado. Yo había accedido, no tenía mucha suerte con las chicas que digamos y además, era virgen. Y bueno, tío. Fue allí cuando…
Smithson reía y reía, no podía parar y su carcajada a la vez contagió a Andrew. Así estuvieron ambos hasta que se hicieron las dos de la mañana, hasta que Andrew se había quedado dormido.
Llegó el amanecer y cuando Andrew se despertó las ratas no estaban, llegó a pensar que tal vez eran ratas con hábitos nocturnos: “ratas vampiros”, bromeó para sí mismo y se alegró que aún le quedase sentido del humor, pero le preocupó que ya sus articulaciones no le doliesen tanto. Saludó a sus amigos zombis, llamando a cada uno por su nombre. Todo iba bien hasta que llegó el calor, esta vez más intenso. El hedor de la putrefacción de los restos de los policías había disminuido, o tal vez ya Andrew estaba acostumbrado; pero al calor no lo estaba y menos con un cuerpo que estaba afectado por la deshidratación.
Ese día no hubo helicópteros ni tampoco algún vehículo terrestre de la Fuerza Armada. Después de las doce del mediodía, Andrew ya no hablaba con nadie, solo mantenía sus ojos cerrados, a veces los abría cuando Doc le gritaba para darle ánimos. Cuando arribó la noche, las ratas no llegaron, pero si llegó Smithson, estaba acostado al lado de él. Ellos no hablaban, solo se veían, a veces Smithson le daba una palmadita en el hombro cuando Andrew se iba a quedar dormido. Y eso era todo, no hubo ninguna conversación; pero Smithson permanecía a su lado de manera fiel. Andrew sintió el agradable frescor como cada noche cuando Smithson le visitaba.