TORMENTOS
«El alma atormentada es difícil de consolar».
—¿Así que ya está en la casa? —pregunta un tono de voz oscuro y peligroso.
—Sí —lo llevaron por la tarde.
—No se puede recuperar y lo sabes —advierte amenazante.
—¡Maldita sea! Claro que lo sé. No tienes que estármelo recordando.
—Haz lo que tienes que hacer y esta vez sin fallas —cuelga.
Tira el celular a un lado y aprieta con ira los brazos del sillón. Espera unos segundos y ya más calmado, toma un trago de whisky y le da una calada a su cigarrillo.
Las cosas se están complicando demasiado. Pensó que podría deshacerse fácilmente de Lucas, que no sobreviviría a ese accidente, pero el muy maldito, tiene más vida que un gato.
Debe poner la cabeza en neutro y pensar con frialdad. Tenerlo en la casa supondrá una vía mucho más fácil de terminar lo que comenzó hace unas semanas.
Lucas no puede despertar. Hay demasiado en juego. Estuvo a punto de descubrirlo, le está pisando los talones y él no lo puede permitir.
Todo por lo que ha trabajado por tantos años, no puede venirse a pique. No. No lo permitirá.
Las cosas saldrán cómo él las ha planeado. Lucas debe morir o por lo menos, no puede despertar.
Deja el vaso sobre la lustrosa mesa de mármol, recoge el celular y marca un número privado.
—¿Ya tienes lo que te pedí? —pregunta con voz imperiosa y sombría.
—Lo tengo —responden al otro lado de la bocina—. Mañana mismo te lo haré llegar.
—Sin faltas —exige y cuelga la llamada.
Se levanta y camina un poco por la habitación. Los recuerdos de su niñez vuelven a abrumarlo. Un disparo fuerte, seco, certero. Gritos. Llantos desconsolados. Angustia. Vacío. Penumbras.
Cierra los ojos y aprieta su cabeza con las manos, intentando sacarse de una vez por todas esa escena. No puede. Al contrario, con los años se acrecienta el dolor, las imágenes se vuelven más nítidas, más intensas, más angustiosas.
Lo único que logra aliviarlo es la idea de arreglarlo todo. De poner cada cosa en su lugar.
«No puedo fallar», se repite, una y otra vez, «Estoy muy cerca de lograrlo». «No puedo fallar».
Furioso y abrumado, sale a respirar un poco de aire.
«Necesito una mujer», gruñe entre dientes, mientras conduce hacia el casino. «Esta jodida abstinencia me va a enloquecer».
Una vez dentro del lugar, las luces, el humo y el sonido de las máquinas lo relaja. Cuál animal rapaz busca a su presa y no tarda en localizarla. Muchas mujeres ahí trabajan como chicas de alterne, pero algunas prestan servicios especiales por unos euros más.
Se acerca a Yanina, su favorita. Una rubia voluptuosa, dicharachera y complaciente.
—Hola, guapo —lo saluda con coquetería al verlo acercarse a ella.
—Vamos —ordena sin más preámbulos.
Ella ríe con descaro y camina junto a él hacia su habitación.
—Habías tardado en volver, cariño —le reclama mientras se desvisten con frenesí.
Él saca el preservativo del bolsillo, se baja los pantalones y se pone el látex con rapidez. Sin terminar de desvestirla, la arroja a la cama y entra en ella con una violenta arremetida. Ella gime entre adolorida y excitada.
—Apuesto que esto no se lo haces a tu princesita —simula un puchero y luego suelta una carcajada.
—Con ella no puedo hacer estas cosas —dice entre acelerados gemidos mientras la embiste sin compasión—. Y cállate, zorra, que no te pago para que hables, solo para follar.
—Qué gruñones estamos hoy —se burla y se apodera de sus labios.
Él sale de ella un momento mientras terminan de quitarse el resto de ropa. Yanina se esmera en su trabajo. Es muy buena en su oficio. Por eso él siempre la busca. Es complaciente, discreta y le da lo que él quiere.
La toma con fuerza del cabello, le da la vuelta y estrella su pecho sobre la cama. Le separa las piernas y entra de nuevo en ella de una sola estocada.
Le gusta el sexo rudo, crudo, cruel. Lo de Lucas le parece un simple y estúpido juego de niños. A él le gusta causar verdadero dolor, lastimar. Esa violencia lo libera, lo hace descargar toda la tensión acumulada.
Aprieta las manos sobre su cintura como dos prensas filosas e incrementa los envites con toda la furia y amargura que lo consume por dentro. Es otro cuerpo el que desea, otra entrada húmeda y tierna la que desea invadir, corromper. Es otro trasero redondo y terso el que anhela morder y devorar. Pero no puede, y le toca, en esos momentos, descargar en la joven acompañante, toda su impotencia y frustración.
Ella grita entre agobiada, excitada y a veces asustada. Esos sonidos aceleran su respuesta y después de unos duros y despiadados embates, se corre envuelto en sacudidas salvajes.
Editado: 19.08.2024