Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 31

DESEOS DEL CORAZÓN

Andreas Markides

«Amo mi soledad, pero anhelo algún día encontrar una buena compañía».

 

Andreas abre la puerta de su apartamento. La tenue luz de la luna se cuela por las ventanas, delineando los contornos de los muebles lujosos. Sin embargo, la calidez que esperaba encontrar al entrar no está presente. El apartamento está en silencio y las luces apagadas. Una sensación de desilusión lo invade al darse cuenta de que ella no lo está esperando como él había deseado. Siente un leve vacío en el pecho, una especie de decepción que lo amarga por un breve instante.

Pone su maletín en el sofá, se quita la chaqueta y respira profundo. Era de esperarse. Todo el tiempo ha sido así. El trabajo para él siempre ha sido una prioridad, sin importarle fechas, tiempos o modos. Dedica la mayor parte de su tiempo y energía a su carrera, y para algunas mujeres eso es difícil de aceptar, lo cual ha sido un obstáculo para mantener relaciones sentimentales estables.

Pero a él, no le importa tanto, se ha esforzado mucho por llegar a donde está. Ha luchado con uñas y dientes para tener la posición cómoda que tiene y para los lujos y caprichos que puede pagarse. Sin embargo, esta noche, anhelaba la compañía de ella. Esta vez hubiese preferido que ella estuviese ahí, esperándolo, con esa sonrisa radiante que la caracteriza, con esa charla amena y descomplicada que logra hacerlo sonreír y con ese destello ardiente en sus ojos verdes que lo enciende todo a su alrededor.

A diferencia de Lucas, cuya vida está marcada por el disfrute de placeres momentáneos y efímeros, Andreas anhela algo más profundo y duradero. A pesar de su independencia y seguridad, de haber disfrutado años llenos de libertad y aventuras amorosas, de la soledad a la que está acostumbrado por sus largos años de soltería, en esta etapa de su vida, quiere compañía y estabilidad.

Esa soledad que vive a diario, la disfruta, pero no le agrada tanto como todo el mundo piensa. Detrás de esa máscara dura, fría e implacable está un hombre que desea formar una familia, tener una esposa y, ¿por qué no?, quizás, uno o dos hijos. Un hogar cálido y acogedor donde lo reciban con amor, cariño e ilusión.

Andreas se deja caer pesadamente en el sofá; es noche de Navidad y en estos momentos, esa pasmosa realidad, lo sume en pensamientos que por mucho tiempo tuvo represados, guardados bajo llave en algún lugar nublado de su mente, mientras la oscuridad lo envuelve. En su cabeza, se despliegan recuerdos confusos y turbulentos de su infancia, momentos que apenas logra reconstruir con claridad.

Recuerda vagamente a su madre, la cual perdió cuando era muy niño. No recuerda exactamente la edad que él tenía, pero sí tiene claro que un día tuvo una familia propia y recuerda que varias veces, en su pequeño hogar, se celebró la Navidad.

Fiorella Markides, su madre, era una hermosa y eficiente secretaria que contó con la mala suerte de enamorarse de su jefe, el cual, para completar, estaba casado. De ese romance clandestino, nacieron él y su hermano menor, cuyo rostro Andreas apenas puede evocar en sus recuerdos. 

La familia de su madre, tradicionalista y moralista, no aceptó aquella situación, así que los desterraron sin clemencia, sin ninguna consideración, renegando de ellos para siempre. Ella, aunque vivía aparte con sus dos hijos, se vio de un día para otro sin apoyo familiar. Sin embargo, era una mujer luchadora y decidida, y pocas cosas la lograban amilanar. Se marchaba muy temprano a trabajar y dejaba a los niños en la escuela y luego, al cuidado de una niñera que pagaba el hombre que les había dado la vida.

Andreas no lo recuerda muy bien. Solo tiene vagas memorias de un hombre muy alto, vestido con trajes muy costosos y elegantes; sin embargo, el rostro siempre se le presenta con nubes tempestuosas; su presencia se proyecta como sombras oscuras en sus evocaciones.

Ese hombre, algunas veces, llegaba en la tarde con ella después del trabajo. Cenaban los cuatro juntos y las pocas horas que compartían, se esmeraba en ganarse el afecto y cariño de Andreas. Cuando su madre pensaba que los pequeños ya dormían, se encerraba en su cuarto con él. Andreas era muy pequeño para comprender por qué lo hacía.

Una mañana, el pequeño Andreas se despertó solo, eso le pareció extraño, era día de colegio y su madre siempre era quien lo despertaba para llevarlo a la escuela, junto con su hermanito, así que fue a buscarla a su habitación.

La encontró en su cama, parecía dormida, pero su rostro no tenía el brillo que Andreas vislumbraba siempre en ella. La llamó por horas. Nunca respondió. No recuerda mucho, ha bloqueado todo ese dolor en algún rincón de sus borrascosos recuerdos.

La niñera llegó horas después preocupada porque fue a recogerlos en la escuela y no los encontró. La puerta estaba abierta, los niños sucios y llorosos. Andreas recuerda claramente el llanto, la desesperación, la angustia de aquella mujer. Horas después, llegaron unos señores del servicio social y se los llevaron a él y a su hermano menor. Él no sabe cuánto tiempo estuvo en ese hogar de acogida, para un niño tan pequeño, las horas y los días son inexactos y confusos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2024

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