Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 38

CON LA MISMA MONEDA

«La venganza es un acto que no deja nada más que cicatrices».

Carrie Ryan

Dimitrios, conduce envuelto en una ira virulenta. El pecho le retumba desquiciado. Las manos aprietan el volante con desmesurada fuerza; sus dedos semejan feroces garras dispuestas a hacer el mayor daño posible.

Cada pensamiento que atraviesa su mente es como un rayo que enciende su enojo, que acrecienta su cólera y motiva mucho más la misión que durante años le ha sido impuesta: Vengarse y destruir a los Kontos.

No se esperaba que Lucas lo sacara de la casa y de la familia como si fuera un perro sarnoso y eso es algo que él piensa cobrarse con mucho dolor y sangre. Tampoco se llegó siquiera a imaginar que sería expulsado de la naviera de esa manera y menos en estos momentos cruciales donde tiene mucho que cuidar o ¿perder?

«Maldito Lucas, pagarás esta humillación», grita y golpea con la palma de la mano la consola del auto. «Tú has convertido esto en algo mucho más personal». «No debiste meter a Giavanna. Ella es mía. No renunciaré a lo único bueno que tengo. Es mi paga, mi premio. No lograrás apartarla de mí».

Conduce de manera temeraria. Esquivando autos sin moderación. Mete un cambio brusco, presiona con fuerza el acelerador y aumenta mucho más la velocidad; cualquier cosa o persona que se atraviese en esos momentos en su camino no saldrá bien librada.

Muchos años planeando todo aquello, tanto tiempo invertido en una venganza que está a punto de culminar… ¡No! No dejará que ese hijo de puta trunque sus planes, ni que los eche a perder. Está a punto de lograrlo. Está a punto de ser libre…

El odio lo consume, la frustración lo trastorna, y los deseos de venganza arden en su interior como llamas voraces.

Solo un pensamiento lo guía, así que, casi sin darse cuenta, ya está frente a la enorme e imponente mansión de Stavros Libanos, que se erige majestuosa ante él. Es una obra maestra arquitectónica que evoca la grandeza de la antigua Grecia. Cuatro imponentes columnas dóricas flanquean la puerta principal, cuyos capiteles están adornados con intrincados detalles griegos.

A medida que atraviesa la entrada, es recibido por un amplio vestíbulo con un suelo de mármol pulido, techos altos y una escalera impresionante que conduce al segundo piso. El interior de la casa está decorado en tonos blancos y negros. Grandes ventanales permiten la entrada de luz natural, iluminando el espacio y resaltando la belleza y extravagancia del lugar. En cada rincón, se pueden apreciar esculturas famosas y costosas obras de arte.

Aquel lugar, definitivamente, representa a sus dueños, los Libanos, y transmite una sensación de grandeza y poder.

Dimitrios entra como un toro enloquecido. Se dirige de inmediato a la sala privada donde sabe que en esos momentos se encuentra Stavros. Abre la puerta sin llamar y encuentra a su socio y cómplice, desnudo, de pie, al lado de una enorme y lujosísima mesa de billar; frente a él, una exótica morena está recostada, dándole una prodigiosa visión de su redondo trasero, tiene las piernas exageradamente separadas y las manos atadas en la espalda. Ella grita y gime excitada mientras Stavros entra una y otra vez en ella, con estocadas violentas, carentes de cortesía.

—El pequeño Dimi —exclama Stavros al verlo entrar—. Sigue, toma asiento —disminuye un poco los duros asaltos, pero no se detiene—. Ambos sabemos cómo disfrutas al mirar —le da tres fuertes palmadas a la chica en su, ya de por sí, enrojecido trasero y ella jadea complacida—. Si quieres, te nos puedes unir.

La morena ríe con sensualidad y muerde su labio en clara insinuación.

—No tengo ánimo para eso, ahora —alega caminando hasta el bar. Se sirve un trago doble de whisky y se lo toma de golpe.

Stavros ríe con cinismo y desfachatez y arremete de nuevo contra aquella hinchada y empapada cavidad que lo provee del más exquisito y ardiente placer.

Dimitrios se sienta en una de las sillas del bar y contempla la escena mientras sigue llenando su copa. Si estuviera de mejor humor, no dudaría un segundo en aceptar la invitación de su padrino, el hombre que lo sumergió en un mundo oscuro y perverso del que ya no puede y no quiere salir.

Stavros le enseñó placeres imposibles, inusuales, donde los límites solo son impuestos por ellos y casi nunca los ponen. Los Kontos ignoran la relación que los une y esa clandestinidad les ha permitido llevar a cabo todo lo que han planeado.

Por muchos años ha trabajado para llevar a la bancarrota la Naviera Kontos y destruir a cada uno de los miembros de esa familia. No fue difícil llevar a cabo sus planes. Aprovechando los delirios de culpa de Delilah entró en la familia como un miembro más. Enamoró a Giavanna, se ganó el aprecio de Philipo y la confianza de Xandro. Los únicos que siempre le tuvieron recelo fueron Andreas, pero sobre todo, Lucas.

Con Andreas, a pesar de todo, nunca ha tenido problemas, hasta ahora; su relación siempre estuvo dentro el límite de la tolerancia y la cordialidad. Y aunque, él, Andreas, está dentro de su lista negra, Dimitrios nunca lo consideró objetivo importante. Solo hasta ese momento, que no tuvo reparo en ponerse del lado de Lucas y sacarlo de la casa como un delincuente.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2024

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