Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 44

PERDÓNAME, KONSTANTINOS

«Qué difícil es decidir cuando tu mente te dice renuncia y el corazón te pide a gritos un último intento».

El día se despide lentamente, la luz dorada va desapareciendo, cediendo terreno a la noche que desciende sobre la mansión Kontos; el cielo se cubre con un manto oscuro que va dando paso a un rastro de estrellas brillantes que poco a poco se hacen más visibles.

Las luces artificiales comienzan a encenderse una a una, iluminando todos los rincones.

En su habitación, Delilah está de pie frente a la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad del jardín. Su figura apenas visible en la incipiente oscuridad. Su rostro refleja una profunda angustia, sus ojos están rodeados con un velo sombrío y no ven el paisaje que se extiende más allá de los cristales. Está perdida en sus propios pensamientos, atormentada por la culpa y el remordimiento.

Desde que Lucas expulsó a Dimitrios de la familia, ella no ha tenido paz. El peso de sus acciones pasadas esta vez la ha alcanzado sin clemencia, abrumándola con un sentimiento de desasosiego y desesperación. Las sombras de su pasado, al igual que las de la noche, la rodean, recordándole todo lo que ha perdido y lo que ha causado a los demás.

Los recuerdos de todos aquellos errores la atormentan, desgarrándola por dentro como afiladas garras que despedazan su alma. El peso de sus acciones la aplasta, la consume.

Mira una vez más la fotografía que sostiene entre sus manos temblorosas; observa cada detalle con nostalgia y mucho dolor. En la imagen, está ella con su mejor amigo, Konstantinos Dimou. Eran tan son jóvenes, apenas unos adolescentes; estaban llenos de vida y de sueños. Él la abraza con ternura, ambos lucen sonrisas radiantes que ahora parecen lejanas e irreales.

Delilah acaricia suavemente el rostro del jovencito de la foto, sintiendo cómo las lágrimas empiezan a brotar de sus ojos. El lastre de la culpa que la abruma se hace más insoportable.

Cae de rodillas en el suelo, vencida por la tristeza y el remordimiento, y deja que las lágrimas se deslicen libremente por sus mejillas.

—Perdóname, Konstantinos —susurra en medio de lamentos—. Yo soy la única culpable de todo.

Entre sombras y nubarrones se transporta años atrás. Recuerda una escena de ensueño en una tarde de primavera… El sol brillaba en lo alto, reflejándose en las aguas azules del Lago Vouliagmeni. Una suave brisa acariciaba los alegres y festivos rostros de los novios y los invitados. Se celebraba una boda… la boda de Konstantinos Dimou, su mejor amigo, con Greta Vassilis.

Se veía radiante, feliz, enamorado.

Konstantinos todavía no podía creer que estaba ahí, con ella, la mujer más hermosa y maravillosa que existía para él. Greta representaba la esencia de lo prohibido. Era hija y heredera única de Frank Vassilis, uno de los hombres más ricos de Grecia; quien hizo fortuna con su naviera y el petróleo.

Konstantinos, en comparación, era solo un empleado más que trabajaba para la Naviera Vassilis. Veía a Greta desde lejos, como una diosa inalcanzable; ella parecía como si tuviera una valla de ortigas a su alrededor, porque nadie con la cartera vacía como la de Konstantinos podía acercarse a ella.

Sin embargo, una tarde, cuando él terminaba su jornada de trabajo, la encontró en mitad del camino. El auto de Greta se había averiado y ella había decidido caminar en busca de ayuda.

—Mi nombre es Greta —dijo su nombre con una voz más espesa que la miel y más suave que una pluma y aquello fue suficiente para Konstantinos.

Greta, en medio de la carretera, se veía desamparada, y él como todo un caballero, se ofreció a ayudarla. Desde el primer momento, hubo una chispa especial entre ellos, una conexión que se hizo evidente al instante. A pesar de sus marcadas diferencias, pues Greta era muy seria, altiva, arrogante y reservada, se sintió atraída por la espontaneidad y el encanto natural de Konstantinos. Su físico atractivo y varonil, su trato dulce y delicado, su ingenio y sentido del humor iluminaron su vida, hasta entonces vacía y aburrida.

Pronto, lo que comenzó como un encuentro casual, se convirtió en el inicio de una historia de amor, que, aunque tenía todo para ser un hermoso cuento de hadas, terminó convirtiéndose en una espantosa tragedia.

A pesar de su poco sentido del humor, Greta cuando estaba con Konstantinos, era dulce y agradable. Tenía una figura tan suave, tan etérea, que a él se le despertaban todos sus instintos sobreprotectores.

La besó por primera vez unos días después. Y transcurridas un par de semanas ya se entregaban el uno al otro como amantes desesperados. Unos meses después, Greta convenció a su padre de que aceptara su matrimonio con Konstantinos. Ella era su única hija, la luz de sus ojos, su niña consentida, lo único que le quedaba de su difunta esposa. No había nada que le pudiera negar, así que, para sosegar a su hija, frágil como la porcelana, pero terca como una mula, Frank Vassilis permitió, como si fuera un capricho más, que ella se casara con el hombre que juraba amar.



#3 en Thriller
#2 en Misterio
#16 en Novela romántica
#8 en Chick lit

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.