Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 48

SOMBRAS Y OSCURIDAD

«… Y no lo lamento. No lamento nada. El odio me consume por completo. Estoy demasiado lleno de él.  No hay lugar para el remordimiento. No hay espacio para lamentar nada».

La noche envuelve a Atenas en un manto de terciopelo negro. Las estrellas titilan como diamantes en el cielo, mientras la luna derrama su tenue luz sobre la ciudad. En un pequeño bar, ubicado en una callejuela pintoresca, el ambiente está impregnado de notas musicales, aromas a café, vino, humo y tabaco, Giavanna ríe con sus compañeros de conservatorio, jóvenes, igual que ella, de risas contagiosas, apasionados por la música, el arte y el anhelo de una vida libre, sin ningún tipo de ataduras.

Dimitrios, oculto en las sombras, observa a Giavanna con una intensidad enfermiza. Sus ojos, como dos pozos negros, filosos como un cuchillo, la devoran con una mezcla de fascinación y enfado, mientras conversa animadamente, en especial, con un joven y atractivo violinista, un poco mayor que ella, de sonrisa radiante. Sus ojos brillan con una alegría que él una vez vio en ellos, al principio, cuando recién empezaban la relación.

Dimitrios no es para nada estúpido, así que puede percibir la conexión entre Giavanna y el violinista. Una conexión que se traduce en miradas cómplices, pequeños roces intencionados y una energía sensual que vibra en el aire. Un romance en ciernes que Dimitrios no está dispuesto a permitir.

Él conoce al tipo que contempla a Giavanna con sonrisa provocativa y monopoliza su atención. Es su instructor desde hace varios años. Un violinista reconocido en su gremio cuyo nombre día a día toma más fuerza.

La furia de Dimitrios se intensifica al comprender que este hombre que ha estado junto a ella todo este tiempo, supuestamente formándola, guiándola, siempre ha pretendido algo más. La sola idea de que él ahora tenga acceso a sus sonrisas, a su voz, a su cuerpo… a su intimidad, lo llena de un odio visceral. Solo pensar que alguien más pueda acceder a ella lo enloquece.

«Esa mujer me pertenece», ruge en su interior. «Nadie más que yo tengo derecho a ella». «Giavanna es mía y solo mía».

Una peligrosa cólera arde en el interior de Dimitrios al ver la felicidad que emana de su ex prometida, una felicidad que no es para él. Que él no está provocando en ella.

Tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para no levantarse de la silla, plantarse frente al malnacido, agarrarlo del cuello y dejarle muy en claro que Giavanna es su mujer.

No puede hacerlo, en unas mesas cercanas a Giavanna, están los guardaespaldas que Lucas le asignó. Tres malditos gorilas que la vigilan y no la pierden de vista un segundo. Además, afuera del bar, aguardan dos más en otro vehículo. Acceder a ella es prácticamente imposible. Pero no será por mucho tiempo.

Aunque daría su brazo derecho por ir y partirle la cara al maldito instructor, sabe que no es el momento, ya tendrá la oportunidad para hacerlo. Y esta, llega un par de horas después.

Consumido por la ira y los celos, Dimitrios espera. Cuando Giavanna se despide de su grupo de acompañantes y sale del bar, observa cómo, de la mano de su instructor, sube a la camioneta que aguarda por ella. Por suerte, para ambos, entra sola en el vehículo. No obstante, el abrazo de despedida que comparten y que termina en un beso íntimo en la mejilla hace que todo se oscurezca a su alrededor.

Parece que aún no ha pasado nada más allá entre ellos y eso, de cierta forma, lo tranquiliza. Giavanna sigue siendo pura y esa pureza es solo para él. Solo él puede llenarse de ella.

Giavanna es la única luz en toda su oscuridad. Ella es su Sirius, la estrella más brillante en su oscuro firmamento… la única.

Ella es para él como un faro en medio de una feroz la tormenta, una luz que ilumina su oscuridad interior. Su presencia llenaba su corazón de una alegría que jamás había experimentado antes. Ella es la fuente de su felicidad, la única persona en el mundo que le ha mostrado cómo es sentirse amado, como si finalmente encajara en un mundo que se empeña en hacerlo sentir que no es bienvenido.

Antes de ella, él no había conocido el amor, siempre fue un territorio desconocido. Su vida ha sido una constante e interminable lucha; una sucesión de odios, dolor, tormentos, vacíos y resentimientos. Antes de ella, su corazón era un terreno árido, incapaz de dar o recibir afecto.

Giavanna se sentía en su vida como una ráfaga de aire fresco, que llenaba todo de color y esperanza, que desodorizaba toda su pestilencia. Su sonrisa era como un sol radiante que iluminaba los rincones más oscuros de su alma.

A su lado, Dimitrios experimentó por primera vez la calidez de un abrazo sincero, la dulzura de un beso apasionado, la seguridad de un amor incondicional. Ella le daba lo que nunca ha tenido en su vida y sin ella nunca tendrá: esperanzas.

Sin embargo, atormentado y cegado por su pasado turbulento, por esos odios inculcados, odios que ni siquiera siente que le pertenecen, por una venganza de la que no puede escapar, no supo cómo manejar aquella relación. Sus propios demonios lo empujaron a un abismo de dolor y soledad. Su torpeza emocional y su miedo a ser vulnerable lo llevaron a cometer errores, a portarse de manera cruel, a herir a la persona que, a su manera, él siente que ha amado y que ama de verdad.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 08.05.2024

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