Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 66

UNA PESADILLA INTERMINABLE

"Como sombras proyectadas a la luz del día que se desvanece, nuestros errores del pasado se aferran a nosotros, exigen nuestra atención y nos obligan a enfrentar los fantasmas de nuestro ayer".

—Giavanna… —murmura Dimitrios con deleite—, mi dulce Giavanna —sus ojos brillan clavados en los de ella con una intensidad que la estremece. Su corazón late con fuerza en su pecho.

La envuelve en sus brazos, atrayéndola hacia sí con fuerza contenida. Siente el calor y la suavidad de su cuerpo contra el suyo. Ella huele a flores frescas y a hogar, un aroma que él ha extrañado profundamente. Después de tanto tiempo lejos de ella, por fin la tiene entre sus brazos, y una oleada de felicidad lo inunda por completo.

«No me toques, Dimitrios. Por favor, no me toques», suplica Giavanna en su mente. Un nudo atora su garganta. Dimitrios la sostiene como si fuera su posesión más preciada, y aunque su toque es suave, ella siente el peso de su control como una presión que la asfixia.

Él acaricia su espalda con lentitud, recorriendo cada curva con una familiaridad que la hace estremecer por la aversión. Él disfruta de la sensación de tenerla cerca. La ternura inunda su corazón, y una sonrisa se dibuja en sus labios; una sonrisa que no refleja, en esos momentos, la oscuridad que se esconde en sus ojos. Sus dedos recorren suavemente el contorno de su rostro, como si quisiera memorizar cada detalle. Y, aunque sus manos son delicadas, su agarre es firme y posesivo.

Giavanna cierra los ojos con fuerza, cuando un escalofrío recorre su cuerpo. Trata de bloquear sus emociones, no quiere que Dimitrios se percate del dolor, el miedo y la angustia que esconde en sus ojos. Es plenamente consciente de que está atrapada, sin salida, a merced de un hombre que la considera suya, sin importar su voluntad.

—Te he extrañado tanto —susurra Dimitrios con la voz quebrada por la emoción—. No imaginas cuánto he anhelado este momento, tenerte aquí conmigo, sentirte cerca de nuevo. Di que también me has extrañado.

«Déjame ir, Dimitrios. Te lo suplico. ¡Solo quiero que me dejes ir! No quiero estar aquí contigo», es lo que ella quiere gritarle, pero no lo hace, en cambio, esboza una sonrisa.

—También te he extrañado —miente con un susurro casi inaudible. Desea con todas sus fuerzas que su voz no revele el terror y la desesperación que la carcome por dentro.

Cada palabra que pronuncia está medida, cada gesto cuidadosamente calculado. No puede arriesgarse a enfurecerlo. Lo conoce demasiado bien, sabe que cualquier otra reacción podría desatar su ira y no quiere despertar ese lado oscuro.

Él sonríe, satisfecho con su respuesta, y la estrecha con más fuerza contra su cuerpo. Giavanna siente que apenas puede respirar. Con suavidad, Dimitrios acerca su rostro al de ella, sus narices se rozan en una caricia íntima. Aspira profundamente, y se embriaga con el aroma familiar de Giavanna, ese perfume que siempre lo ha cautivado y que ahora lo llena de paz y sosiego.

—Eres tan hermosa… tu aroma... tan dulce, tan embriagador... me vuelve loco.

Sus manos recorren la espalda de Giavanna con ternura. Ella es la única persona en el mundo que le da esa sensación de plenitud, de pertenencia. Con ella a su lado, todo parece tener sentido, como si el universo, tras un largo silencio, por fin le sonriera.

La abraza con fervor, como si temiera que fuera a desvanecerse entre sus brazos. Quiere recuperar cada momento perdido, cada beso, cada caricia que no han compartido durante su separación. Quiere llenar el vacío que ha sentido en su alma sin la presencia de Giavanna.

Acerca sus labios a los de ella, la besa con urgencia y desesperación. Desea transmitirle todo lo que siente, todo el deseo y la pasión que arden en su corazón. Que sepa que para él, ella es el centro de su universo, la única razón de su existencia.

Sus manos se deslizan por sus brazos, se detienen en las manos de ella y entrelaza sus dedos con una delicadeza que contrasta con la intensidad del beso. Luego, besa suavemente la frente de Giavanna, disfrutando del contacto de sus labios con su piel.

—Tus manos son tan suaves, tu piel tan tersa... eres perfecta para mí —le besa los nudillos—. Prometo que no perderemos más tiempo —dice con firmeza, mirándola a los ojos—. Eres mía, solo mía. No voy a dejar que nada nos separe otra vez —besa la comisura de sus labios.

«No soy tuya. Nunca fui tuya».

—Te amo, mi muñequita. Te amo más que a nada en este mundo.

—También te amo —responde, fingiendo su sonrisa más dulce.

«Calma, por favor, ten calma», se repite a sí misma, una y otra vez, como un mantra. Sabe que no puede negarse a sus caricias, a sus besos, a sus palabras de amor. Solo le queda esperar, esperar el momento perfecto para escapar.

—Cuando la lluvia ceda nos iremos de aquí —anuncia él con una sonrisa triunfante—. Ya tengo todo listo. Nos iremos muy lejos… lejos de tu familia, muy lejos de mi madre… donde nadie nos pueda encontrar, ni volver a separar.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 17.06.2024

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