Un anhelo del corazón

CAPÍTULO 76

NADA VOLVERÁ A SEPARARNOS

DOBLE ACTUALIZACIÓN. Parte 1

Andreas corre desesperadamente escaleras arriba. Siente cómo el calor abrasador de las llamas le irrita la piel, pero no le importa. Su respiración es agitada y cada paso se torna más pesado, pero no se detiene. Lucas lo alcanza y avanza a su lado. La mansión está siendo devorada por el fuego, sus sombras danzan en las paredes, y el crujido de la madera moribunda retumba en sus oídos.

Al llegar al segundo piso, las llamas, como lenguas hambrientas, han devorado la luz, sumiendo todo en un infierno de fuego y humo. Andreas se detiene un instante, trata de orientarse.

Su corazón late con fuerza en su pecho. La humareda densa y el calor abrasador lo ciegan momentáneamente; sus ojos lagrimean y los pulmones le arden con cada bocanada de aire viciado.

No sabe a dónde ir, así que camina a tientas por algunos pasillos. La mansión es un laberinto inmenso, pero algo dentro de él, un anhelo profundo y desconocido, lo guía; una osadía salvaje que lo impulsa hacia adelante. No comprende esa sensación, pero en ese momento, no tiene tiempo para cuestionarla.

—¡Dimitrios! —grita con todas sus fuerzas, pero su voz apenas se escucha por encima del rugido del fuego.

Andreas continúa su avance a ciegas, siguiendo ese impulso inexplicable en su corazón. Lucas lo sigue de cerca, ambos moviéndose con urgencia. Después de un tramo que se siente interminable, lo ve. Dimitrios está en el suelo, luchando por arrastrarse, con el cuerpo envuelto en llamas que lamen su ropa y piel.

—¡Emanuel! —grita Andreas con desgarradora desesperación, y corre hacia su hermano.

Lucas se une a él, y juntos luchan contra las llamas que amenazan con consumir a Dimitrios. Se quitan sus chaquetas para sofocar el fuego que lo envuelve. El hedor a tela quemada y carne chamuscada invade sus fosas nasales, pero no se detienen. Con golpes y roces desesperados, logran apagar la ropa de Dimitrios.

—¡Aguanta! —implora Andreas, lágrimas corren por sus mejillas y se mezclan con el sudor y el hollín en su rostro.

Su hermano sigue consciente, pero apenas puede entender lo que sucede a su alrededor.

Lucas y Andreas se miran, sabiendo que no hay tiempo que perder. Entre los dos levantan a Dimitrios, que gime de dolor, y comienzan a sacarlo de la mansión en medio de la destrucción que los rodea.

La casa, que alguna vez fue símbolo de estatus, poder, dominio y opulencia, ahora es una trampa mortal.

Finalmente, logran escapar de sus fauces y salir al exterior. La lluvia, aunque tenue, sigue cayendo persistente, como si el cielo mismo llorara por toda aquella tragedia. El agua fría golpea la piel de Dimitrios, aliviando en parte el ardor de sus quemaduras. Sus ojos, llenos de confusión, se fijan en Andreas que lo sostiene con firmeza.

—¿Cómo... cómo me llamaste? —murmura Dimitrios con dificultad, su voz es apenas un susurro.

—Emanuel —responde Andreas con la voz quebrada por todas las emociones que en ese momento lo invaden.

El nombre resuena en lo más profundo de Dimitrios como un eco lejano. Un vestigio de un pasado enterrado en las profundidades de su memoria. Escucharlo, crea en él una reacción visceral que no comprende pero que, en ese instante, lo llena de una extraña paz. Sus ojos se cierran lentamente, y su mente se escapa, viaja muy lejos, muchos años atrás.

De pronto, se encuentra en una pequeña habitación, iluminada por una luz cálida y acogedora. Los rayos del sol se filtran a través de ligeras cortinas, creando un ambiente de ensueño. El dolor de sus quemaduras parece desvanecerse, reemplazado por una reconfortante sensación de bienestar. Lágrimas brotan de sus mejillas, no de dolor, sino de una emoción profunda y antigua, una nostalgia inexplicable.

Dentro de la habitación, una mujer joven, radiante y hermosa, como una diosa dorada bañada en luz, lo mira con ternura. Su cabello de oro brilla bajo los rayos del sol, y su sonrisa es como un bálsamo para su alma atormentada. Ella canta con una voz suave, la melodía llena el aire y él, con sus mejillas sonrojadas, la observa con adoración pura. Está sentado en su regazo, sus pequeñas manos se aferran a su vestido mientras se sumerge en sentimientos de consuelo, protección y seguridad, indescriptibles.

En un rincón de la habitación, un niño mayor juega con juguetes esparcidos por el suelo. Ríe y corretea de un lado al otro, su risa es alegre y contagiosa.

—¡Emanuel! —escucha la voz del niño que lo llama mientras corre hacia él.

Él se suelta de su madre y se abraza a los pequeños pero fuertes brazos que lo reciben con cariño. Sus recuerdos, que siempre había considerado sueños o fantasías, se vuelven vívidos y tangibles. Se da cuenta de que todo aquello ha estado en su cabeza desde siempre, pero nunca le había prestado la atención debida, descartándolo como simples ensoñaciones infantiles. Sin embargo, ahora, en medio de la tragedia y el dolor, se da cuenta de que tal vez no sean solo fantasías después de todo.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 02.07.2024

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