Un Año de Amores

Capítulo XVIII: 4 de enero

El viento golpeaba la ventana con ráfagas frías que hacían crujir el marco de madera. Afuera, la ciudad parecía envuelta en una especie de silencio helado, como si el invierno obligara a todos a bajar la voz.

Adentro, en la habitación de Chloe, la calefacción zumbaba suave. Una lámpara encendida junto a la cama teñía el espacio de luz cálida. Las frazadas estaban hechas un desastre sobre el colchón, y había dos tazas de chocolate caliente sobre el piso, una a medio terminar, la otra ya fría.

Morgan estaba acostado boca arriba, con una sudadera gris y las manos entrelazadas sobre el pecho. Tenía las medias puestas —detalle mínimo, pero tierno— y la mirada perdida en el techo. Chloe estaba a su lado, en pijama, con un sweater demasiado grande y las piernas metidas bajo la manta. Estaba leyendo algo en su teléfono, pero no con mucha atención.

— Hace frío —Dijo ella, sin levantar la vista.

— Estamos tapados con dos o tres mantas. Estás inventando excusas para acercarte... —respondió él, girando su cabeza para mirarla, con una sonrisa en su rostro.

— ¿Es en serio? ¿De verdad tú crees que yo sería capaz de semejante cosa? —dijo Chloe, dejando el teléfono sobre la mesa de luz—. ¿Quieres que finja que no?

Esa sonrisa apenas torcida se le marcó en la cara, la que siempre aparecía cuando se sentía seguro. Cuando bajaba la guardia. Negó rápidamente con la cabeza mientras abría sus brazos.

— No, nunca finjas conmigo.

Chloe se acomodó más cerca. Metió el brazo debajo del suyo y apoyó la cabeza sobre su pecho. Morgan la abrazó sin pensarlo, como si su cuerpo ya supiera qué hacer antes que su mente.

Se quedaron así un rato. Sin hablar. La lluvia no caía, pero el viento golpeaba con fuerza contra las casas, y las luces de la ciudad titilaban a través del vidrio empañado.

— ¿Quieres que veamos alguna película o seguimos en este silencio aburrido? —preguntó Chloe, con la voz suave, medio escondida entre las frazadas. Morgan bajó la mirada hacia ella.

— No es un silencio aburrido.

— Pero porque tú te duermes y yo me termino aburriendo —ella se quejó, haciendo un ligero puchero. Después estiró el brazo hacia el control remoto—. No es negociable. Es mi cama, mis reglas.

Morgan se rió por lo bajo y se acomodó mejor entre las almohadas mientras ella prendía la televisión. Pasó unos minutos buscando entre opciones, todas ridículas: dramas trágicos, thrillers de dos horas y media, y comedias románticas de las que ella decía odiar, pero conocía de memoria.

— ¿Qué vas a elegir? —preguntó él.

— Una de esas que te hacen llorar y después te dejan vacío, algún trauma o alguna crisis existencial. —Dijo ella en tono dramático.

— ¿Y después quién te consuela?

— ¿Tengo que buscarme algún novio que me consuele?

— ¿Ya tan rápido piensas en buscar otro chico? —Él la copió, dramatizando.

Chloe escogió una película cualquiera. De esas que nadie mira con atención, pero que sirven de excusa para acercarse más sin decirlo. Luces bajas, el sonido suave. El mundo fuera de esa habitación quedó atrás. Morgan se estiró para alcanzar la taza con chocolate frío. Probó un sorbo y arrugó la cara.

— Esto ya es veneno.

— ¿Y quién te manda a tomar de una taza que se encuentra en la mesa de noche hace más de media hora? —dijo Chloe, medio riéndose. Y entonces, sin decir nada, él se recostó de costado, enfrentándola. Ella seguía mirando la pantalla, pero ya no estaba prestando atención.

— ¿Qué pasa? —preguntó ella, sin mirarlo.

— Nada. Es solo... lindo esto.

— ¿Esto qué?

— Esto, tú y yo. Este momento.

— Tú eres lindo. —Ella respondió, mirándolo. Él rodó los ojos, divertido.

— Eso ya lo sé, muñeca. Pero déjame ser un poco romántico, por favor.




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