— Solo una noche... —dijo Alex con una sonrisa encantadora, mientras cruzaba los brazos frente a su madre.
— Ni siquiera es una fiesta grande, mamá. —añadió Noah desde la mesa del desayuno, con el pan en una mano y la mirada esperanzada puesta en su padre.
Mérida y Leonardo se miraron en silencio, como si telepáticamente intentaran decidir cuál de los dos iba a soltar la sentencia final.
— Van a cumplir diecinueve, técnicamente ya son adultos. —Dijo finalmente Leonardo mirando a su esposa, aunque no sonaba completamente convencido.
— ¿Técnicamente? —repitió Mérida, arqueando una ceja.
— Vamos mamá —insistió Alex—. Solo queremos invitar a algunos amigos, nada descontrolado. Ustedes se van con los padres de Chloe esta noche, y no hay nadie más en casa. Es ahora o esperar al año que viene.
— ¡Y el año que viene ni siquiera vamos a vivir acá! —agregó Noah dramáticamente.
— No sé por qué siento que esto va a terminar con alguien ahogado en la piscina a las cuatro de la mañana...
— Eso sería icónico —murmuró Alex, y Noah le dio un codazo, también recibió una mala mirada de parte de su madre.
Leonardo suspiró y tomó la taza de café con lentitud, dándole un trago como si necesitara valor para lo que iba a decir.
— Está bien. Tienen la casa.
Alex y Noah se giraron de golpe, sorprendidos.
— ¿En serio?
— Leonardo. —Habló Mérida con tono de advertencia.
— Cariño, déjalos. Son jóvenes todavía, además, no son tan irresponsables como lo eran antes, estoy más que seguro que si les dejamos la casa aparecerá en condiciones y nada incendiado o quemado.
— PERO —interrumpió Mérida, levantando un dedo como si les leyera una lista escrita en piedra— hay tres condiciones innegociables.
Ambos mellizos se pusieron en posición firme, casi como soldados recibiendo órdenes.
— Número uno —dijo Leonardo, bajando la taza—: No se rompe nada. Nada. Si encontramos una silla rota, un florero caído o una marca en la pared, se quedan sin postre hasta fin de año.
— Número dos —continuó Mérida—: Las habitaciones quedan cerradas con llave. Todas. No queremos a ningún borracho revolviendo cajones ni durmiendo en nuestra cama. Nada de eso. Solo se abre el baño y el living. ¿Quedó claro?
— Clarísimo. —Respondieron los dos al unísono.
— Y número tres —dijo Mérida—: Si van a tomar, lo hacen de forma consciente y moderada. Nada de ambulancias ni llamadas a la policía. Cada uno se hace cargo de su copa.
— Y de sus amigos —remató su padre mientras buscaba las llaves del coche en los cajones—. Porque una casa limpia se puede arreglar, pero una mala decisión... no tanto.
Alex y Noah se miraron con una mezcla de nervios y emoción. El permiso estaba dado. La noche prometía.
— Va a estar todo bajo control, lo juramos —dijo Noah.
— Más les vale —advirtió Mérida—. No nos hagan arrepentirnos.
Y mientras los adultos salían por la puerta con rumbo a un fin de semana sin hijos que cuidar, los mellizos intercambiaron una sonrisa cómplice.
La cuenta regresiva había comenzado.
Apenas la camioneta familiar desapareció por la esquina, Alex levantó los brazos como si acabaran de ganar una guerra.
— ¡Libres! —gritó, girando sobre sí misma en la sala—. ¿Esto es lo que siente la adultez? Porque me encanta.
— Libres por veinticuatro horas, o tal vez menos, no te emociones tanto —dijo Noah, pero con una sonrisa igual de amplia—. Bueno, a trabajar. Hay que convertir esta casa en una fiesta.
Noah se encargó de arrastrar los muebles del living hacia los costados, despejando el espacio como si fuera una pista de baile. Alex revisaba una lista en su teléfono con eficiencia militar.
— Luces, bebidas, hielo, vasos de plástico, parlantes, snacks, baños con papel higiénico... ¿Qué más?
En la cocina, armaron una "barra" improvisada con las botellas que habían conseguido entre ellos y algunos amigos que prometieron colaborar. Vodka, ron, vino barato, licores coloridos y refrescos estaban listos para ser combinados de todas las formas posibles. Incluso Chloe había traído una hielera grande con cervezas, y Hades había ofrecido traer su famoso "brebaje azul", una mezcla secreta que solo los valientes se atrevían a tomar sin saber qué contenía.
A las ocho y media, la casa ya estaba transformada. Las luces tenues, la música vibrando suave por los altavoces, las puertas de las habitaciones cerradas con llave como les habían advertido, y la piscina iluminada desde abajo con un resplandor verdoso que daba ganas de saltar incluso con ropa.
A las nueve en punto, sonó el timbre.
— ¡Es hora! —gritó Alex, corriendo hacia la puerta con una copa en mano.
Los primeros en llegar fueron Chloe y Dianna, seguidas de Hades, que traía un bolso sospechosamente pesado.
— Feliz cumpleaños, mellizos del caos. —dijo Dianna con una sonrisa, depositando un beso en los labios de Alex.
— ¿Qué hay en esa mochila? —preguntó Noah.
— Solo cosas que garantizan que esta noche sea inolvidable —respondió Hades con una guiñada.
La casa de los Rossi retumbaba al ritmo de una playlist cuidadosamente elegida por Alex, que se había encargado de cada detalle como si estuviera organizando una gala y no su propio cumpleaños número 19. Las luces de neón, los vasos de colores y la mesa desbordada de snacks y alcohol daban el ambiente perfecto para una noche que prometía ser inolvidable... o al menos, difícil de recordar.
El jardín estaba lleno de gente. Algunos se movían al compás de la música, otros estaban recostados sobre mantas o sillas desordenadas, riendo fuerte, como si el mundo exterior no existiera.
— ¡Las primeras en llegar se toman un shot! —gritó, y la gente a su alrededor coreó de inmediato:
—¡Shot! ¡Shot! ¡Shot!
— No pueden negarse, es ley de cumpleaños. —Añadió Noah, apareciendo por detrás con una botella de tequila y una sonrisa traicionera.
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Editado: 05.12.2025