Un Año de Amores

Capítulo XXIX: 23 de abril

La casa estaba en silencio.

No el tipo de silencio tranquilo y apacible, sino ese denso, incómodo, cargado de cosas no dichas. A través de las cortinas corridas, la luz de la mañana entraba con timidez, revelando los restos del caos: vasos plásticos por todas partes, servilletas arrugadas, botellas medio vacías y una que otra prenda de ropa olvidada sobre los sillones.

Alex fue la primera en despertar. Tenía el cabello despeinado y las ojeras marcadas, pero se movía con la eficiencia de quien ya había hecho esto antes. Se ató el cabello en un moño alto, se puso un jersey viejo y salió de su habitación, encontrándose con Dianna, que ya estaba en la cocina, preparando café en completo silencio.

— ¿Dormiste algo? —preguntó Alex, intentando sonar casual.

— Lo necesario —respondió Dianna, sin apartar la vista de la cafetera.

Alex frunció el ceño, pero no dijo nada más. Fue a buscar una bolsa de basura y comenzó a recoger los vasos del suelo. Chloe bajó poco después, con una camiseta prestada de Alex y los ojos hinchados. Se frotó la cara como si eso pudiera borrarle el cansancio o la sensación de vacío que arrastraba desde la noche anterior.

— Buenos días —dijo con voz ronca.

— ¿Dormiste bien? —preguntó Alex sin mirarla directamente.

— Lo intenté —respondió Chloe.

Cuando Chloe se acercó a la cocina a tomar un vaso de agua, Dianna apenas la miró. Ese gesto, esa indiferencia calculada, fue lo que más le dolió. Algo no estaba bien.

— ¿Estás molesta conmigo? —preguntó Chloe en voz baja, apartando el vaso vacío.

— ¿Debería estarlo? —Dianna devolvió, sin sarcasmo, pero con frialdad.

— No lo sé, siento que estás distante. —Admitió Chloe.

Dianna no respondió. Solo le dio la espalda para sacar dos tazas y llenar ambas con café, dejando una en la encimera sin decir para quién era.

Mientras tanto, en la planta alta, Noah y Hades despertaban con resaca. El primero se quejaba en voz baja mientras se ponía una sudadera, y el segundo salía del cuarto con una almohada abrazada contra el pecho.

— ¿Qué hicimos anoche? —murmuró Hades.

— Algo entre destruir la casa y arruinar nuestras relaciones personales —respondió Noah mientras descendía por las escaleras.

En el comedor, se unieron al equipo de limpieza sin mucho hablar. Se notaba en todos los rostros el peso de la noche anterior, tanto por el alcohol como por las emociones que se habían desbordado.

Los sacos de basura se iban llenando lentamente. Chloe limpiaba en silencio, Dianna evitaba estar en la misma habitación que ella por demasiado tiempo, y Alex hacía lo posible por mantener la música baja para aligerar el ambiente.

Cuando por fin terminaron de limpiar el living, los cinco se sentaron en el sofá, con vasos de café en la mano y los pies cansados. La casa, aunque ordenada, se sentía distinta.

— Bueno —dijo Noah, rompiendo el silencio—, sobrevivimos.

— Más o menos —murmuró Hades, frotándose la frente.

— Fue una buena fiesta —dijo Alex, sin demasiado entusiasmo—. Pero... no sé. Siento que algo cambió.

Todos miraron a Chloe y Dianna, y ellas, por primera vez, se miraron entre sí. Chloe intentó hablar, pero Dianna desvió la mirada, tragándose lo que fuera que pensaba.

— ¿Van a decirnos qué pasó? —preguntó Noah, curioso pero cuidadoso.

— No pasó nada —respondió Dianna—. Solo... estoy cansada.

Y se levantó del sofá sin decir más, desapareciendo por el pasillo.

Chloe se quedó sentada un rato más, sin decir nada. Sentía que todos los ojos estaban puestos sobre ella, incluso si nadie decía una sola palabra. Cuando finalmente dejó el vaso vacío en la mesa, se levantó y caminó por el pasillo hasta la habitación de Alex, donde Dianna se había refugiado.

La puerta no estaba cerrada del todo. Tocó dos veces con suavidad.

— ¿Puedo pasar?

Un silencio largo. Luego, un "sí" apenas audible.

Chloe entró despacio. Dianna estaba sentada al borde de la cama, mirando su teléfono, aunque no parecía estar leyendo nada en particular.

— ¿Podemos hablar? —preguntó Chloe, de pie junto a la puerta.

Dianna asintió, pero no la miró. Chloe dio unos pasos más y se sentó a su lado, dejando una distancia prudente entre ambas.

— Dianna, no entiendo qué es lo que pasa, si es que te hice algo malo te pido disculpas, pero necesito que tú también te comuniques conmigo.

Dianna respiró hondo, bajó el teléfono y por fin la miró. Sus ojos estaban rojos, como si hubiera llorado o, al menos, pasado la noche aguantándose las lágrimas.

— No es que me molestaras. Es solo que... no sé. Todo se sintió... caótico.

— ¿A qué te refieres? ¿Al juego de beber? Mira... No fue un buen momento para mí tampoco, fue extraño y sé...

— Lo sé, no es a eso a lo que me refiero —dijo Dianna—. Lo que pasa es que sentí que no estabas siendo tú. O al menos no la versión de ti que conozco. Me hizo sentir lejos.

Chloe frunció los labios, sintiéndose culpable de una forma que no sabía poner en palabras.

— Últimamente me siento un poco perdida. Como si estuviera en el medio de todo, sin saber a dónde mirar. Blake, Morgan, mis propios enredos. Me cuesta incluso saber qué siento. Y lo último que quiero es alejarme de ti —la miró—. Eres una de las personas más importantes que tengo.

Dianna la observó por un segundo largo, evaluando sus palabras. Luego, suspiró y asintió.

— Lo sé. Solo... no te apagues, Chloe. No te pierdas por cuidar a todos los demás. Si lo haces, también nos vas a perder a nosotros.

Chloe sintió que algo dentro suyo se aflojaba. No era perdón total, pero sí un pequeño paso hacia adelante.

— ¿Estamos bien? —preguntó con voz baja.

Dianna la miró un segundo más, y luego se inclinó para apoyarse suavemente en su hombro.

— Estamos... mejor.

No necesitaron decir mucho más. A veces las disculpas se entienden mejor en los silencios que en las palabras.




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