Un Año de Amores

Capítulo XXX: 6 de mayo

El aire dentro del centro tenía un olor particular: una mezcla de desinfectante suave, libros viejos y el incienso que a veces encendían en el área común para "fomentar la calma". Las paredes estaban decoradas con frases inspiradoras que Blake ya había empezado a detestar con una especie de resignación cariñosa.

"Un día a la vez".
"Estás exactamente donde debes estar".
"Tu historia no termina aquí".

Había días en que esas palabras le daban algo de consuelo. Otros días, le daban ganas de arrancarlas de la pared.

Esa tarde, el cielo estaba limpio, y el sol entraba con timidez por los ventanales del pabellón principal. Blake estaba sentado en uno de los sillones de la sala de visitas, con el pie derecho moviéndose nerviosamente. Vestía ropa cómoda —pantalones de algodón gris, una sudadera demasiado grande que alguien del centro le había prestado cuando llegó sin mucha ropa propia— y el cabello, aunque limpio, caía desordenado sobre su frente.

Cuando Hades apareció en la puerta, acompañado por una enfermera que señalaba con una sonrisa contenida dónde podía sentarse, Blake se quedó congelado.

Hades.

Mismo pelo rebelde, mismos ojos que siempre parecían entender más de lo que decían. Llevaba una chaqueta de mezclilla y una mochila colgando de un hombro. Y sonreía. No con condescendencia. No con pena. Sonreía como siempre.

—¿Me vas a abrazar o tengo que mendigar afecto como un perdedor? —bromeó desde la entrada.

Blake se puso de pie, algo torpe, como si no supiera muy bien cómo usar sus brazos. Pero antes de poder decir nada, Hades ya lo estaba abrazando.

Fue un abrazo real. Caliente. Apremiante. De esos que te hacen recordar que tu cuerpo también tiene memoria.

Blake cerró los ojos por un momento.

— Pensé que no ibas a venir —dijo en voz baja.

— Pensé en venir antes —respondió Hades, sin soltarlo aún—, pero quise esperar a que tú quisieras verme. No quería colarme en un momento en el que me odiaras por aparecer.

Blake se separó apenas. Sus ojos estaban vidriosos, pero no lloró. No del todo.

— No te odio —susurró—. Sólo no sabía cómo mirarte sin sentirme... roto.

Hades lo miró con una seriedad extraña para él.

— Y yo tampoco sabía cómo mirarte sin querer sacarte de aquí a la fuerza. Pero... ya entendí. Estás haciendo lo que tienes que hacer. Y estoy orgulloso. Aunque estés hecho una mierda.

Ambos rieron, una risa breve, temblorosa, pero sincera. Hades se dejó caer en el sillón frente a él, y lo estudió un momento en silencio.

— Estás más flaco —dijo, sin tono de juicio—. Pero estás... distinto. No sé, hay algo en tus ojos. Antes estabas como... apagado. Ahora es como si volvieras a encenderte, aunque sea lento.

Blake bajó la mirada.

— A veces pienso que no me voy a arreglar nunca. Que esto es todo lo que soy. Que la vida afuera es demasiado para mí.

Hades chasqueó la lengua.

— ¿Sabes qué pienso? Que si estuvieras afuera, intentando actuar normal, estarías peor. Acá estás peleando contigo mismo. Allá estabas dejando que te comiera por dentro. Hay diferencia.

Un silencio cayó entre ambos. Esta vez, no era incómodo.

— ¿Y tú? —preguntó Blake, con una voz más suave—. ¿Cómo están todos?

— ¿Los demás? Sobreviviendo y extrañándote. Los mellizos haciendo locuras como siempre, ya los conoces, aunque Alex está actuando algo extraño últimamente y no sabemos si es por Dianna, y luego está Chloe, sabes como es ella contigo, poco y se ata a la cama para no venir a sacarte de aquí. El grupo sigue preguntando por ti. Y yo... yo estoy bien. Aunque te extraño como el carajo, idiota.

Blake sonrió con una mezcla de dolor y gratitud. Por un segundo, olvidó dónde estaba. Se sintió, de nuevo, él mismo.

— ¿Puedes venir la próxima semana? —preguntó con un hilo de voz.

Hades se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

— Si me prometes que no me haces llorar, sí.

— No prometo nada —respondió Blake. Y entonces, por primera vez desde que ingresó al centro, se permitió una sonrisa completa. No fingida. No prestada. Propia.

Una enfermera se acercó discretamente y avisó que el tiempo de visita estaba por terminar. Hades se levantó y le dio un golpecito en el hombro antes de salir.

— Aguanta un poco más, Blake. Lo estás haciendo bien. Y cuando salgas, el mundo no va a estar esperándote con fuegos artificiales, pero yo sí.

La enfermera ya había dado el aviso, pero Hades no se movió de inmediato. Se quedó allí, de pie, como si algo lo retuviera más allá de la visita oficial. Blake lo notó. Ese gesto. Esa forma en que apretaba los labios como si se estuviera mordiendo las palabras.

— ¿Qué pasa? —preguntó Blake, todavía sentado, con el presentimiento de que la despedida no llegaría tan limpia como parecía.

Hades dudó un segundo. Se pasó una mano por el cuello, bajó la mirada, y luego se sentó de nuevo con un suspiro largo.

— No te lo iba a decir —comenzó, en voz baja—, pero prefiero que lo sepas por mí. No quiero que te enteres por otros o que alguien venga a tirártelo en la cara mientras tú estás acá peleando por respirar.

Blake frunció el ceño. Su cuerpo se tensó al instante.

— ¿Qué hiciste?

La enfermera volvió a apurarlos, aunque esta vez Hades le rrogó que los dejaran a solas cinco minutos más. Hades se rió, pero sin humor. Se revolvió el pelo y desvió la mirada hacia la ventana antes de soltarlo:

— Estoy corriendo, ya sabes, carreras ilegales. Desde hace unos meses.

Silencio.

Blake parpadeó, como si no hubiera entendido bien. Como si su cerebro necesitara unos segundos más para procesar.

— ¿Qué...? ¿Estás hablando en serio?

— Sí.

— ¿Tú? ¿Hades, el tipo que se cagaba encima cuando la policía se acercaba al auto por exceso de velocidad?

— Bueno, ahora no me cago. Ahora acelero.

La risa no llegó. Blake no encontró divertida la confesión. Su mandíbula se tensó. Algo entre el miedo y el enojo empezó a hervirle por dentro.




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