La casa de Dianna estaba completamente iluminada con luces de colores, tiras led y globos multicolor que flotaban perezosamente por el techo. El aire olía a perfume, a papel de regalo recién abierto y a esa mezcla de dulce y alcohol que acompañaba cualquier fiesta. En el centro del living, una mesa improvisada sostenía una colección caótica de botellas, vasos de plástico, papas fritas, dips y algunas porciones de pizzas olvidadas o a medio comer.
Afuera, la ciudad seguía su propio ritmo, indiferente. Los autos pasaban con faros intermitentes y algún perro ladraba a la distancia. Pero adentro, el mundo se reducía a ese espacio, la música, las risas, el eco de las voces rebotando en las paredes y la sensación eléctrica de estar justo en el punto medio entre la euforia y la calma.
Alex se movía por el piso de madera, cambiando la música desde su celular cada vez que sonaba algo que no encajaba con su humor. Bailaba entre tema y tema, agitando el cabello y lanzando comentarios entre risas.
Noah, mientras tanto, estaba apostado junto al mostrador de la cocina, preparando tragos con un entusiasmo que rozaba lo caótico. Vertía el contenido de las botellas sin medir cantidades, siempre con demasiado hielo, mientras fingía ser un bartender profesional.
— Si sale mal, decimos que era parte de la experiencia. —Bromeó, alzando una copa a medio llenar.
Hades estaba reclinado en el sillón, con el teléfono en una mano y una expresión distraída. La luz azul del dispositivo le recortaba el rostro, y la media sonrisa, esa que nunca dejaba saber si algo lo divertía o lo cansaba, se mantenía firme. Cada tanto, levantaba la mirada para observar al grupo, como si prefiriera contemplar la escena desde fuera antes de involucrarse del todo.
Dianna, por su parte, iba y venía entre el living y la cocina, pendiente de los detalles: que la música no se detuviera, que la bebida alcanzara, que nadie derramara nada sobre la alfombra nueva.
— Te juro que si Alex vuelve a poner esa lista de canciones, me voy —dijo Noah, mientras servía una bebida en un vaso de plástico.
— Mellizo bueno, esa lista es arte. —Respondió Alex, riendo.
Dianna sonrió también. Había estado más callada de lo habitual, pero nadie pareció notarlo demasiado. Su cumpleaños número diecinueve no tenía nada de espectacular, y eso le gustaba. No había multitudes, ni ruido excesivo, ni conversaciones que fingir. Solo ellos y un par de conocidos más. Aun así, había una ausencia que colgaba en el aire, silenciosa pero presente.
Chloe no había ido.
— ¿Estás disfrutando, cumpleañera? —preguntó Hades, acercándose con una sonrisa.
— Sí —respondió ella, apoyando el vaso sobre la mesa—. Está bien, tranquilo.
— Eso suena a "podría ser peor". —Bromeó él, con ese tono entre serio y burlón que siempre usaba cuando no sabía si presionar o no Dianna se encogió de hombros.
— Solo digo que me alegra que estén conmigo hoy. —Hades la miró un segundo más de lo necesario, algo extraño hubo en esa mirada.
— Bueno, nosotros también —respondió, y levantó su vaso—. Por los diecinueve.
La música había bajado un poco. Alex y Noah estaban en el balcón, discutiendo sobre si hacía frío o no, mientras que Hades se sentó al lado de Dianna en el sofá, dejando un silencio breve entre ambos.
— Oye... —dijo Alex desde el balcón, asomando medio cuerpo hacia el living—, ¿Chloe dónde está?
La pregunta cayó como una piedra en un estanque. No fue malintencionada, solo curiosa, pero bastó para que el aire se tensara un poco. Hades levantó la vista, y Noah giró apenas, esperando una respuesta. Dianna, que estaba mirando su teléfono sin prestar demasiada atención, levantó la cabeza despacio.
— La invité —dijo, con voz tranquila—, pero no pudo venir. Tenía... no sé, algo familiar, creo.
— ¿Algo familiar un sábado a la noche? —preguntó Hades, arqueando una ceja. Dianna sonrió con suavidad, sin mirarlo directamente.
— Supongo que sí, no me explicó mucho.
Nadie respondió enseguida. Alex volvió a entrar, cerrando la puerta del balcón detrás de ella.
— Qué raro, pensé que estaban bien. —Comentó, sin segundas intenciones. Dianna se encogió de hombros.
— Estamos bien. —El tono fue firme, pero no agresivo. Un cierre discreto.
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Hades se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, observando a Dianna de reojo.
— ¿Segura de que estás bien? —preguntó en voz baja, cuando los demás se distrajeron riendo por algo.
— Sí —respondió ella, rápida—. Solo estoy cansada.
— Bueno... —Él no insistió, pero su mirada la siguió unos segundos más.
La noche transcurrió y el alcohol siguió fluyendo. Una nueva canción sonó, cambiando otra vez la atmósfera en la pequeña sala. Todos estaban más animados, con rostros sonrientes y manos rápidas. Hades permaneció en silencio la mayor parte del tiempo, observando cómo los chicos se divertían y reían. Su mirada volvió a Dianna y se quedó unos segundos ahí, estudiándola.
— ¿Qué siguen tomando? —preguntó, intentando sonar ligera. Noah levantó una botella vacía.
— Nada, al paso que vamos necesitamos otra ronda.
— Ya hemos bebido suficiente. —Intervino Hades, levantando una ceja en señal de advertencia. Alex hizo un gesto dramático con las manos.
— ¡Oh, por favor! ¿Quién te puso a ti de árbitro del alcohol? —Hades no se inmutó.
— El que termina limpiando los vómitos después siempre soy yo. Así que sí... arbitro. —Hades le respondió, logrando que ella cierre la boca. Alex estaba a punto de responder cuando giró hacia su mellizo y abrió la boca ofendida.
— Noah, eres un ladrón de bebidas en potencia —acusó Alex, cruzando los brazos. Noah estaba intentando escaparse de la escena con una botella de vodka entre sus brazos.
— ¡Alex! —respondió él, haciéndose el ofendido. Hades bufó, quitándole la botella.
— No te hagas el mellizo bueno ahora.
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Editado: 05.12.2025