Un Año de Amores

Capítulo XXXVII: 22 de junio

El cielo estaba cubierto de nubes grises cuando Chloe cruzó la calle, había pasado la tarde caminando sin destino, con los auriculares colgando del cuello y el teléfono vibrando con mensajes que no quería leer. Terminó frente al parque donde solía encontrarse con Morgan. El mismo banco, el mismo árbol que ya conocía la historia de ambos mejor que nadie.

Él ya estaba ahí. Llevaba el mismo estilo urbano de siempre, aunque el verano comenzaba a notarse a él parecía no importarle. Por un momento, ella pensó en darse la vuelta, pero no lo hizo.

— Hola... —Habló finalmente, su voz salió algo temblorosa y nerviosa. Morgan levantó la vista. Su expresión se suavizó apenas al verla, pero no del todo.

— Hola —respondió—. Pensé que ibas a venir. —Chloe se encogió de hombros.

— Yo tampoco.

Un silencio espeso se instaló entre ellos, tan denso que parecía llenar el aire con todo lo que no se atrevían a decir. El viento agitaba las ramas de los árboles, haciendo caer algunas hojas secas que se mecían en el aire antes de posarse a sus pies. Cada pequeño sonido, el murmullo distante de la ciudad, el crujido del banco bajo su peso, el golpeteo suave del agua contra la orilla, se sentía más fuerte de lo normal, como si el mundo insistiera en recordarle a Chloe que el silencio entre ambos no era natural, sino una pausa tensa a punto de romperse.

Morgan apoyó los codos sobre las rodillas, mirando hacia el lago sin realmente verlo. La mandíbula le tembló apenas, un gesto casi imperceptible que Chloe notó igual. Él respiró profundo, tratando de ordenar las palabras antes de decirlas. Su voz, cuando salió, fue baja, como si tuviera miedo de escucharla en voz alta.

— He estado pensando mucho —empezó, sin mirarla todavía—. En nosotros, en lo que pasó... o en lo que no pasó.

— Yo también. —Chloe bajó la mirada.

— No entiendo cuándo dejamos de hablarnos sin medir las palabras. Antes me contabas todo. Ahora siento que cada vez que te miro, hay algo que no me estás diciendo. —Ella tragó saliva, notando cómo el corazón le latía más rápido. Tenía tanto que callaba por miedo a romper algo que ya estaba roto.

— Tal vez porque si te lo digo, te vas a alejar —respondió, sin levantar la vista. Morgan la miró largo rato, intentando leerle el rostro.

— No suelo correr tan fácil, Chloe.

— No lo sé, Morgan. Siempre has hecho eso.

— Tú eres la que está corriendo ahora. —Él la miró, ella respiró hondo con la mirada en otro lado.

— Las cosas cambiaron, y no sé si podamos volver a lo de antes.

— ¿Por qué no? ¿Es por el tiempo que nos dimos? —preguntó él, genuinamente confundido.

Chloe levantó la mirada y por un instante su expresión se quebró. Quiso decirle que sabía lo del beso, que se lo habían dicho, que había sentido un nudo en el pecho cuando lo supo. Pero se contuvo.

— Porque a veces las cosas cambian sin pedirnos permiso. —Dijo simplemente. Morgan suspiró, girando la vista hacia el lago.

— No te voy a mentir, Chloe. Me costó todo este tiempo no escribirte, no ir a buscarte. Pero me dio miedo, miedo de que me digas que ya no hay lugar para mí.

— Nunca te lo diría así. —Su voz tembló.

— Pero tal vez lo estás sintiendo. —Él la miró, buscando algo en sus ojos que no terminaba de encontrar—. Desde hace un tiempo, tengo la sensación de que hay alguien más. —Chloe se quedó en silencio, las palabras de él eran como dagas clavándose en su pecho, pero no podía negar algo que él ya sospechaba. El miedo, la culpa y todo lo que trataba de evitar desde hacía semanas la tenían atrapada en un silencio que parecía interminable— No te estoy reclamando nada —agregó, con un dejo de tristeza—. Solo... si estás con alguien, si te gusta alguien más, decímelo. Prefiero eso a seguir imaginando cosas.

Ella negó despacio.

— No estoy con nadie, Morgan. No todavía. —Y aunque era cierto, la culpa le ardía en la garganta.

— Tienes una manera de no decir nada tan buena, Chloe. —Él la observó un momento más y suspiró, la tensión no menguaba. Su mirada todavía intentaba hallar respuestas en ella.

— ¿Y qué se supone que tengo que decir? —respondió ella con algo de brusquedad, sintiéndose cada vez más atrapada.

— ¿Por qué siento que te perdí igual?

Las palabras la golpearon como un eco. Chloe quiso responder, pero no encontró cómo. Lo miró con los ojos húmedos, sin poder sostener su mirada por mucho tiempo.

— No me perdiste —susurró finalmente—. Solo... no sé en qué punto me perdí yo.

El silencio volvió a instalarse, esta vez más pesado que antes. Morgan tragó saliva y miró hacia el lago otra vez, como si pudiera encontrar respuestas en el agua quieta.

— Entonces supongo que ya no hay nada más qué hablar. —Dijo al fin, con una voz mucho más fría de lo que pretendía. Chloe apretó los puños sin darse cuenta. Sabía lo que él estaba pensando: un adiós definitivo. Pero en lugar de aceptarlo, respiró hondo y tomó valor para decir algo más:

— Morgan... —Morgan se giró hacia ella lentamente; sus ojos brillaban con la misma mezcla de dolor y esperanza atenuada que Chloe sentía en su pecho.

— ¿Entonces qué hacemos? Porque esto... esto me está matando. —Confesó—. Te extraño, Chloe, pero ya no sé si te extraño a ti o extraño toda la expectativa que ambos pusimos sobre nosotros. —Ella lo miró, y por un instante, sintió la necesidad de abrazarlo, de decirle todo. Pero no lo hizo.

— Yo también te extraño. —Dijo, apenas audible—. Pero no puedo creer que me fuiste infiel y aún no tienes el maldito coraje de admitirlo. —Él se enderezó, como si lo hubiera golpeado. Su mirada se oscureció mientras procesaba sus palabras.

— ¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo dijo?

— Eso no importa, ¿Sabes lo que en realidad me duele de esto? Desde el cumpleaños de los mellizos que estoy esperando una disculpa, una señal de que te importo, y no lo has hecho. —Él guardó silencio unos segundos, las palabras de ella hicieron fuego en él, pero su orgullo era más fuerte.




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