Un Año de Amores

Capítulo XXXIX: 16 de julio

El agua tibia se deslizaba por su cabello mientras ella lo enjuagaba con movimientos lentos, casi automáticos. Habían pasado más de treinta minutos desde que se había sumergido en la bañera, buscando en el silencio y el vapor un refugio del día agotador que había tenido.

Finalmente salió del baño, envolviéndose en una toalla suave. Secó su cuerpo con calma, aplicando después una capa generosa de crema hidratante que dejó un aroma fresco en la habitación. Ojalá ese pequeño ritual le sirviera para calmar la ansiedad que llevaba arrastrando desde hacía días, pero solo logró un alivio momentáneo.

Al salir, se dirigió directamente a la cocina. Tenía que preparar algo para su hermano y para ella. Sus padres seguían con una carga de trabajo enorme y llegarían muy tarde; su madre le había pedido que se encargara de la cena de ambos. No era algo que le molestara, pero hoy el cansancio la pesaba más de lo habitual.

— ¿Qué cenaremos? —preguntó Marco desde la mesa, balanceando las piernas con impaciencia. Ella abrió la heladera con el ceño ligeramente fruncido.

— No lo sé... ¿Qué te gustaría cenar? —Marco levantó la vista con una sonrisa inmediata, como si hubiera estado esperando la pregunta durante horas.

— Una hamburguesa, por favor.

— Está bien.

Marco corrió a buscar su chaqueta sin que ella tuviera que repetirlo. Una vez listos, salieron juntos rumbo al local de hamburguesas que quedaba a pocas cuadras de casa. La noche estaba fresca, pero el caminar al lado de su hermano, escuchándolo hablar sobre videojuegos y cosas del colegio, le alivió un poco el peso que llevaba encima.

El lugar estaba cálido y olía a frituras recién hechas. Marco pidió una hamburguesa con papas fritas; ella, una hamburguesa sencilla y un combo de nuggets que llevaba antojándose desde la mañana.

Cuando se sentaron, Marco dio un mordisco enorme a su hamburguesa y sus ojos se iluminaron.

— Esto está rico. —Dijo con la boca medio llena, como si acabara de descubrir el mayor tesoro culinario del mundo. Ella sonrió, apoyando los codos sobre la mesa mientras partía un nugget.

— Tienes razón, tendríamos que venir más seguido.

Marco asintió con entusiasmo, mientras las luces del local reflejaban un momento de tranquilidad que ambos necesitaban más de lo que admitían. Afuera, la noche seguía su curso, pero allí adentro, por unos minutos, todo parecía mucho más simple.

— Buenas noches. —dijo una voz cercana.

Ambos levantaron la mirada al mismo tiempo. Frente a su mesa, una mujer de cabello oscuro, lacio y perfectamente peinado sobre los hombros, los observaba con una sonrisa amable. Sus ojos marrones tenían un brillo cálido, aunque había algo en ellos... algo difícil de descifrar.

— ¿Puedo sentarme junto a ustedes? —preguntó, señalando la silla vacía frente a Marco.

Ella parpadeó, confundida. No la conocía. Marco tampoco pareció reconocerla; de hecho, frunció un poco el ceño, como si tratara de recordar si la había visto antes.

— ¿Nos... conoce? —preguntó ella con educación, aunque en su voz se colaba un hilo de cautela.

La mujer soltó una breve risa, suave y discreta, como si entendiera la desconfianza.

— No, no personalmente. —respondió— Pero los he visto varias veces por aquí.

Ella dudó un momento. La mujer tenía una sonrisa amable, casi familiar, pero había una especie de vibra extraña que no sabía ubicar. Aun así, no quería ser descortés.

— Claro, no hay problema —respondió finalmente, haciendo un gesto hacia la silla.

La mujer agradeció con una inclinación leve de cabeza y tomó asiento con elegancia. Marco volvió a su hamburguesa, pero ya no comía con la misma despreocupación; la observaba de reojo, curioso.

— Siempre es lindo ver hermanos llevándose bien —comentó la mujer, apoyando los brazos sobre la mesa—. No es tan común como parece.

Ella sonrió con amabilidad automática, aunque la tensión en su espalda no cedió.

— Sí, somos bastante unidos.

— Por cierto, mi nombre es Julieta Andrews. —Respondió la mujer, estirando la mano con una sonrisa amable pero distante. Chloe la observó apenas un segundo antes de corresponder al gesto.

— Hola, Julieta. Soy Chloe —dijo, estrechándole la mano. Luego miró a su hermano, animándolo a presentarse. Marco se incorporó un poco en su asiento.

— Yo soy Marco. —Añadió, estrechando también la mano de la mujer.

Chloe intercambió una mirada rápida con Marco, frunciendo ligeramente el ceño. No era común que una desconocida se acercara a hablarles así, y mucho menos que se sentara a su mesa. Los hermanos siguieron comiendo en silencio, fingiendo normalidad, hasta que Julieta volvió a alzar la voz.

— ¿Puedo hacerles una pequeña pregunta? —dijo de repente.

Chloe asintió sin dudar, aunque una mínima señal de alerta se encendió en su pecho. Marco, en cambio, titubeó; sus dedos jugaron nerviosos con una papa frita.

— ¿Ustedes conocen a Aaron Hendry? —continuó la mujer. Chloe dejó el vaso en la mesa con suavidad, midiendo su respuesta.

— Sí... —respondió finalmente—, pero no somos cercanos a él.

Julieta sostuvo la mirada de Chloe apenas un segundo más de lo que sería natural. Después suspiró, como si hubiera estado esperando ese momento.

— Soy una antigua conocida de Aaron, solo eso —respondió con una sonrisa que no terminaba de llegar a sus ojos—. Quería pedirles si podrían decirle que lo estoy buscando y que necesitamos hablar. —De su bolso sacó un pequeño papel doblado. Lo deslizó hacia ellos por la mesa con la punta de los dedos—. Aquí está mi número de teléfono —añadió—. He intentado llamarlo, pero no responde.

Chloe tomó el papel, notando de inmediato que la letra estaba escrita con prisa, como si Julieta temiera que se arrepintiera a mitad del trazo. Marco observaba todo con ojos muy abiertos, sin comprender del todo la tensión subterránea del momento, pero sintiéndola igual. Julieta sonrió otra vez, esta vez más suavemente.




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