Un Año de Amores

Capítulo XLV: 14 de Septiembre

El coche de Noah se detuvo con un chirrido suave frente al descampado oscuro donde, años atrás, se levantaba la antigua fábrica textil.

Ahora solo quedaban ruinas.

Bloques de escombros formaban montículos irregulares; columnas partidas, como huesos fracturados, sobresalen del terreno; y fragmentos de la estructura metálica se retorcía hacia el cielo, simulando garras oxidadas que intentaban aferrarse a algo que ya no existía. La luna caía oblicua sobre los restos, dibujando sombras alargadas entre los pedazos de concreto, el polvo suspendido en el aire y las vigas desnudas que sobrevivían como testigos silenciosos de lo que alguna vez fue un edificio completo.

El viento arrastraba pedazos de fibra vieja y bolsas atrapadas entre los hierros, haciendo que la escena pareciera moverse, respirar, lamentarse. El olor a humedad y material quemado flotaba todavía, a pesar de que la demolición había ocurrido tiempo atrás.

Era un esqueleto.

Un esqueleto de lo que alguna vez fue la fábrica textil más grande de la zona.

— No puedo creer que estamos aquí... —murmuró Chloe, abrazándose a sí misma. La imagen era más triste que aterradora, pero igual ponía los pelos de punta.

Alex ya estaba fuera del coche con la mandíbula apretada y las manos temblando, no había dicho una sola palabra desde que salieron del hospital. Noah bajó detrás de ella, cerrando la puerta con suavidad para no romper el silencio que los rodeaba.

— Alex —la llamó, intentando alcanzarla—, ¿Y si Hades no está aquí?

Ella no respondió de inmediato. Sólo avanzó unos pasos hacia el límite del descampado, donde comenzaban los montículos de cemento quebrado y las vigas retorcidas.

El viento sopló, levantando un polvo gris que se coló entre las ruinas y les raspó la piel. Donde antes había un edificio enorme, ventanas largas, máquinas textiles, el ruido constante de telares, ahora sólo quedaban fragmentos irreconocibles. Los restos del incendio, el abandono y la demolición habían dejado el suelo lleno de placas de concreto desprendidas, metal chamuscado y trozos de ladrillo que parecían carbonizados.

Alex se detuvo frente a lo que en algún tiempo había sido la entrada principal. Ya no existía la puerta; en su lugar había un hueco irregular rodeado de columnas partidas, como si un gigante las hubiera quebrado con las manos.

Chloe tragó saliva y la siguió, esquivando una viga oxidada que sobresalía del suelo como un diente metálico.

— Ten cuidado —susurró Noah detrás de ambas, alumbrando con el móvil, pero evitando apuntar directo al frente—. Este lugar no es seguro. Colapsó hace años.

El silencio del descampado era extraño. No era un silencio vacío, sino uno cargado, como si algo invisible los observara desde algún rincón derrumbado. Cada golpe del viento resonaba entre las planchas sueltas, produciendo chillidos largos y graves, casi como lamentos atrapados en el metal.

— ¿Escucharon eso? —preguntó Chloe, deteniéndose un segundo. Noah tensó la espalda.

Un golpe seco a la distancia. Después, un roce, como si alguien hubiese pateado una piedra. Alex giró inmediatamente hacia la zona donde antes había estado el sector de depósito y carga, ahora reducido a un amasijo de paredes a medio caer.

— Es él. —Dijo, sin dudar.

— Alex, espera —pidió Noah, acelerando el paso—. Si está mal, si está alterado... no podemos solo correr hacia él. —Ella no frenó.

— Si está mal, menos lo voy a dejar solo.

— Además, es Hades, enojado y todo no mata ni una mosca. —Chloe se apresuró para ponerse a su lado.

Las linternas improvisadas de sus teléfonos apenas alcanzaban para iluminar sendas estrechas entre montículos de escombros. La sombra de las vigas rotas se proyectaba enorme y distorsionada alrededor.

Otro ruido.

— Eso vino de ahí —señaló hacia una estructura caída que formaba un pequeño refugio improvisado entre dos columnas vencidas.

Nadie no lo pensó y avanzaron. Y entonces, al acercarse lo suficiente, los vieron, unas zapatillas, luego unas piernas encogidas y, por último, el cuerpo sentado de Hades contra un bloque de cemento, medio oculto por los restos de una viga caída.

Hades estaba ahí.

En el único rincón que aún conservaba un pedazo de techo.

El terreno estaba cercado apenas por un vallado destruido, con huecos tan grandes que cualquiera podía colarse. Un par de carteles doblados advertían PELIGRO – ZONA DEMOLIDA, agitándose con el viento nocturno.

Chloe sintió el estómago caerle como piedra.

Alex se incorporó sin pensarlo y comenzó a avanzar entre los restos, apartando hierros, telas húmedas y trozos de concreto con las manos. Noah y Chloe la siguieron, atentos al cambio del terreno, a los desniveles peligrosos, a las sombras profundas entre las vigas.

— Hades... —llamó Chloe, con cautela.

Nada.

Solo el viento moviendo los plásticos rotos que habían quedado colgando de un antiguo marco de ventana.

Alex sintió un golpe en el pecho.

— Hades... —dijo casi sin aire.

Hades estaba sentado en el suelo, las piernas dobladas, los brazos apoyados sobre las rodillas. La espalda hundida contra la pared. La cabeza baja, el cabello pelirrojo despeinado cayéndole sobre la frente.

Sus nudillos estaban ensangrentados. Sus ojos vacíos y al mismo tiempo desbordados. Parecía haber estado respirando demasiado rápido, o conteniéndose para no romperse por completo.

— Joder... —susurró Noah.

Hades levantó la cabeza al escuchar las pisadas.

La expresión que les dirigió tenía tantas cosas mezcladas, dolor, furia, agotamiento, que ninguno supo cuál era más fuerte.

— ¿Qué hacen aquí? —preguntó con una voz rota que intentó endurecer. Alex sintió un temblor recorrerle el pecho.

— Vinimos por ti. —Hades apretó los dientes, girando el rostro apenas.

— No tenían que venir.

Chloe tragó la angustia que se le subió a la garganta.




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