El primer día de Chloe comenzó antes de que amaneciera del todo. Italia estaba hundida en ese otoño tibio donde las hojas rojizas todavía se aferraban a las ramas, y el aire tenía un olor húmedo, entre tierra, café recién hecho y despedida de verano.
Chloe se miró al espejo mientras se ajustaba la mochila: liviana, casi vacía, porque todavía no sabía qué necesitaba exactamente para estudiar diseño, o lo que fuera que finalmente eligiera. Sentía que llevaba más dudas que cuadernos.
En la cocina, Cleopatra ya estaba despierta. Había dejado una taza de té en la mesa y la observaba como si fuera capaz de detectar cada emoción que Chloe intentaba ocultar.
— Vas a estar bien, hija. —Murmuró al pasar, casi en un susurro, como si temiera espantar la calma si hablaba muy alto.
Chloe sonrió, o lo intentó. Los nervios le hacían cosquillas en las costillas, un hormigueo inquieto que no sabía si clasificar como miedo o emoción.
Salió de la casa y caminó hacia la parada del autobús. El cielo todavía no decidía si aclarar o seguir gris. Había estudiantes por todos lados: algunos bostezando, otros riendo demasiado fuerte para esa hora, otros mirando sus horarios como si estuvieran descifrando un idioma nuevo.
El trayecto en autobús fue más raro que el destino, ventanas empañadas y conversaciones cruzadas. Una chica preparando una carpeta gigante, un par discutiendo si tenían que bajarse en la próxima parada y el otoño entrando por la ventana entreabierta como un suspiro frío.
Cuando Chloe bajó frente al edificio principal, tuvo que detenerse un segundo. Vidrios enormes reflejando el cielo, árboles bordeando la entrada con hojas amarillas cayendo despacio. Un murmullo constante de estudiantes entrando y saliendo.
"DEPARTAMENTO DE DISEÑO."
Sintió el peso de la realidad que se le hundía en el pecho.
Todo empezaba hoy. Su vida adulta, su independencia, su futuro, todo lo que aún no sabía elegir. Tragó saliva, se acomodó el cabello, estiró la ropa que se arrugaba por los nervios y respiró hondo.
— Vamos, Chloe... no mueras en tu primer día. —Susurró para sí misma, empujándose hacia adelante.
Cruzó las puertas.
El interior estaba todavía más lleno: pasillos amplios, anuncios pegados en las paredes, estudiantes repartiendo folletos de clubes, otros corriendo porque ya llegaban tarde a la primera clase del semestre.
Chloe buscó el aula que decía su horario preliminar. Diseño Introductorio. Ni siquiera estaba segura de haber elegido bien, pero era el camino que más le intrigaba.
Cuando entró, se encontró con una sala luminosa, ventanales gigantes y mesas altas con taburetes. Varios estudiantes ya estaban instalados, algunos hablando de lo emocionados que estaban, otros confesando que no tenían idea de qué estaban haciendo ahí.
— Hola... ¿Está libre? —preguntó Chloe a una chica que tenía el cabello recogido en una coleta y un portátil lleno de stickers.
— Sí, claro. —La chica sonrió—. Primera vez también.
Chloe se sentó y soltó un poco la tensión, no estaba sola. Nadie sabía muy bien qué estaba haciendo y eso curiosamente la tranquilizó.
La profesora entró minutos después, joven, energética, con un café en la mano y la vibra de alguien que ama demasiado lo que enseña.
— Bienvenidos al primer día del resto de su creatividad —anunció con una sonrisa—. No se preocupen si están perdidos. La mitad de ustedes no sabe qué estudiar y la otra mitad cambiará de carrera antes de Navidad.
La clase estalló en risas.
Chloe también.
Por primera vez esa mañana, respiró sin sentir el pecho apretado.
Quizá, solo quizá, estaba en el lugar correcto.
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El amanecer recién estaba apareciendo cuando Noah apagó la alarma de un manotazo y se quedó mirando el techo durante unos segundos. La casa Rossi todavía estaba silenciosa, envuelta en ese frío tenue del otoño que se cuela entre las persianas. Desde la otra habitación se escuchó un golpe suave, seguido de un suspiro, Alex también se había despertado.
— ¿Lista para tu primer día de artista profesional? —bromeó Noah desde el pasillo, mientras se pasaba una mano por el cabello despeinado.
— Más lista que tú para hacer números... —respondió Alex, asomándose con una sonrisa adormilada, la bufanda ya en la mano.
Ambos bajaron a la cocina, donde Mérida había dejado una bandeja con galletas y una nota escrita con trazos rápidos.
"Buen primer día, mis niños. Estoy orgullosa de ustedes."
Noah tomó una galleta con exagerado dramatismo.
— ¿Viste? Mamá cree que vamos a sobrevivir.
— Tú no, —contestó Alex, empujándolo con el hombro— yo sí. —Ambos rieron.
Afuera, la calle estaba alfombrada de hojas rojas y amarillas, moviéndose con el viento húmedo de principios de octubre. El coche de Noah esperaba en la entrada, cubierto por una capa fina de rocío.
— ¿Te dejo primero? —preguntó él, mientras ambos tiraban las mochilas sobre el asiento trasero.
— Sí, mi edificio abre antes. Además, tú vas a llegar igual temprano aunque lo niegues. —Respondió Alex, arqueando una ceja. Noah bufó, pero no la contradijo.
El trayecto hasta la universidad fue tranquilo, calles casi vacías, panaderías abriendo, un cielo que apenas comenzaba a aclararse. Cuando se acercaron al Departamento de Arte, Alex suspiró hondo.
— Vas a estar bien, —dijo Noah, serio por un instante— es en serio.
— Tú también, no te estreses a los diez minutos que no tendrás a tu melliza que te rescate.
— Yo no me estreso. —Replicó él, encendiendo el intermitente.
— Claro —sonrió ella, bajando del coche—, nos vemos después.
Y así, cada uno siguió su camino.
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Noah no estaba nervioso, o eso seguía repitiéndose mientras estacionaba frente al edificio principal del campus de Negocios. El lugar era moderno, todo vidrio, acero y estudiantes que caminaban como si ya supieran exactamente a dónde ir y qué harían con sus vidas. Él tragó saliva, dejó su chaqueta en su brazo y respiró profundo.
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Editado: 05.12.2025