Hay días en que no sé si lo extraño a él, o a la persona que yo era cuando él estaba. Porque desde que se fue, no he vuelto a ser la misma.
Me he pasado años caminando con una especie de niebla dentro del pecho. Una tristeza callada, elegante, como si no quisiera molestar, pero nunca se va.
A veces me rio fuerte, como él lo hacía, y por unos segundos me engaño. Me convenzo de que estoy bien, de que la vida sigue, de que el dolor se diluye. Pero luego, en la noche, cuando todo se apaga y ya no tengo que fingir ser fuerte para nadie, se me cae el alma encima.
He batallado. Con el silencio, con la culpa, con la vida misma. Porque hay una culpa rara que se instala cuando uno sobrevive al amor. No es racional. No tiene sentido. Pero esta.
Me he enojado con él, ¿sabes? Me he enojado por morirse. Por dejarme sola. Por no quedarse, aunque sé que no era su culpa. A veces me despierto con rabia, otras con nostalgia, otras con esa sensación vacía de que algo está fuera de lugar y no sé cómo acomodarlo. He tenido que aprender a seguir. Hay días buenos. Hay días terribles. Hay días que paso viendo fotos viejas como si pudiera meterme dentro de ellas. Y otros días, como hoy, donde decido escribir esto.
No para él. No para nadie. Para mí. Porque si no lo escribo, me voy a oxidar por dentro. Porque quiero contar esta historia antes de que se me olvide como sonaban nuestras risas. Antes de que lo que duele se vuelva borroso.
Así que sí. Este libro es para ti, para él, y sobre todo, para mí.
Editado: 09.08.2025