Un año para despedirse

Capítulo 10: La actriz que lloraba en silencio

Después de un par de ciclos, le asignaron una psicóloga. Era obvio que la necesitaba. estaba viviendo una guerra interna, y no había manera de pelearla solo. Pasaba semanas internado, a veces más. Su cuerpo resistía, pero su mente... su mente era otro campo de batalla.

Un día, ella me pidió que me quedara después de una de sus sesiones. Me miro con dulzura --y con esa mirada profesional que sabe más de lo que uno quiere admitir --y me dijo:

"Necesita que seas su alegría. Su refugio. En los días que lo visites, evita hablar de la enfermedad. Nada de lágrimas. Nada de miedo. Que el tiempo contigo no le recuerde que está muriendo.

Y eso hice.

Me volví su show personal. Su comediante, su narradora, su actriz de turno. Entraba a la pieza con una gran sonrisa, contándole historias ridículas, anécdotas de cuando el me tiro el bolso o cuando él se fue corriendo después de darme ese primer beso.

Hablábamos de series, de cosas que haríamos "cuando saliera del hospital", aunque ambos sabíamos que cada vez salía un poco menos.

Yo no podía llorar frente a él. No podía quebrarme. Ni siquiera quedarme en silencio por mucho rato, porque el silencio era una trampa para los pensamientos oscuros. Así que me volví experta en evitar temas. En mantener el ambiente liviano. En esconder mi pena bajo un disfraz de optimismo.

Me convertí en una versión editada de mí.

Y cuando salía de la pieza, me permitía llorar. En el baño del hospital, camino a casa, a escondidas en mi habitación. Como si mis lagrimas pudieran contaminar su esperanza. La psicóloga también empezó a atenderme a mí. Y no sabes cuanto le agradezco. Me enseño que yo también tenía derecho a romperme, solo que tenía que elegir bien cuándo y dónde.

Me ayudo a sostenerme sin dejar de sostenerlo. Y aunque suene contradictorio, en medio de todo ese dolor, fui feliz a ratos. Porque verlo reír, incluso desde una cama de hospital, era un consuelo. Y yo vivía por esos segundos.

Por un chiste mal contado. Por una carcajada honesta. Por verlo olvidar, aunque fuera un rato, que se estaba yendo.




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