La luna colgaba en el cielo como un faro solitario, iluminando el camino de Cleopatra mientras vagaba sin rumbo, sumida en sus pensamientos. Cada paso era un intento de alejarse de las pesadillas que la acosaban, de los recuerdos que la atormentaban. La vida nunca le había dado tregua, y la reciente pérdida de su mejor amigo había dejado un vacío insondable en su corazón. Intentaba acostumbrarse a la ausencia, a reconstruir una rutina sin la persona que había sido su ancla durante la mayor parte de su vida.
Perdida en sus pensamientos, la vibración de su teléfono móvil la sacó de su trance. Era su madre. La indecisión la invadió; no quería hablar, pero necesitaba tranquilizarla. Con los dedos temblorosos, escribió un mensaje breve—. "Estaré en casa pronto, no me esperes despierta." —y apagó el dispositivo.
La vieja fábrica textil se erguía ante ella, un monumento a tiempos más felices. Las rejas oxidadas y las puertas chirriantes eran testigos mudos de las risas y secretos compartidos antes del accidente—. "Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve aquí." —Pensó, un escalofrío recorriendo su espalda. No era una buena señal.
El lugar estaba tal como lo recordaba: enorme, sucio y olvidado. A pesar de su insignificancia para el pueblo, los rumores de crímenes no resueltos que se susurraban entre los habitantes le conferían un aura de misterio. Cleopatra decidió recorrer los rincones familiares, aquellos que aún conservaban botellas vacías y cajas de pizza como reliquias de un pasado más inocente.
Mientras contemplaba una caja de pizza, un recuerdo de su última visita flotó en su mente, y un nuevo escalofrío la alertó. No estaba sola. Una sombra oscura se cernía detrás de ella. Sin embargo, no sentía miedo, solo una curiosidad cautelosa. Se giró lentamente, preparada para enfrentar lo que fuera, incluso si eso significaba perder su teléfono.
Pero al encontrarse cara a cara con la figura, sus ojos se fijaron en los suyos, unos ojos más celestes que el mar que brillaban con una intensidad inusual en la oscuridad. No era un desconocido, sino alguien cuya mirada había cruzado la suya en innumerables ocasiones. Ambos permanecieron inmóviles, el silencio entre ellos era tan denso que parecía un ente vivo. El tiempo se detuvo, y en ese instante, Cleopatra comprendió que la noche aún guardaba secretos que estaban a punto de ser revelados.
— ¿Qué? —La voz de Cleopatra temblaba ligeramente, cargada de una expectación que no podía disimular. Él la observaba intensamente, como si intentara memorizar cada detalle de su rostro, incrédulo de tenerla frente a él después de tanto tiempo.
— No creo que este lugar sea apropiado para una chica como tú, vagando sola a la luz de la luna. —Dijo, su tono juguetón resonando en el silencio de la fábrica abandonada, acompañado de esa sonrisa torcida que a Cleopatra siempre le había fascinado.
— ¿Eso es todo lo que se te ocurre decir después de tanto tiempo? —replicó ella, su voz seca ocultando mal la emoción que burbujeaba en su interior—. Parece que los años no te han dotado de más ingenio, Aaron. —pronunció su nombre con una lentitud deliberada, una sonrisa burlona asomando en sus labios.
Una risa baja salió de la garganta de Aaron. Se inclinó más cerca de ella, acortando el espacio entre ellos. Su mirada recorrió su rostro, tomando cada detalle y almacenándolos en su memoria como si fueran tesoros.
— Puede que el ingenio no haya cambiado, pero otros aspectos sí lo han hecho. —Dijo él, con su voz baja y llena de insinuaciones, típico de Aaron. Sus ojos se oscurecieron con intención mientras su sonrisa se ampliaba. Su mano se alzó para acariciar suavemente su mejilla, provocando una oleada de electricidad en su estómago. Pero Cleopatra se mantuvo firme, negándose a ceder tan fácil, quitándole la mano.
— ¿Y cuáles podrían ser esos "aspectos"? —Cuestionó, cruzando los brazos sobre su pecho y elevando una ceja burlona.
— Oh, no me hagas hablar de ello aquí. —Respondió él, su sonrisa se volvió traviesa. Su mirada pasaba de sus ojos a sus labios y viceversa, como si estuviera decidiéndose en qué mirar—. Hay otros lugares mejores para eso. —Añadió, su tono bajando para ser un susurro.
— Sigues siendo el mismo idiota, Aaron. —Dice ella, finalmente, con una sonrisa sarcástica.
— ¿Qué haces aquí, Cleopatra? —preguntó él, ignorando su sarcasmo.
— Curioso, estaba a punto de hacerte la misma pregunta. —Respondió ella.
— Supongo que la vida da giros inesperados. Esta mañana estaba en el campo de fútbol americano, y ahora me encuentro aquí, en esta fábrica olvidada. —dijo Aaron, su mirada perdida en algún recuerdo lejano—. Pero tú, ¿qué haces aquí? No es típico verte por este lugar.
— Digamos que necesitaba un respiro de todo y terminé en este lugar de memorias polvorientas. Desde... lo que pasó, mi vida social se ha desvanecido —confesó Cleopatra, su tono de voz bajando a un murmullo—. Y no creo que a mi madre le haga gracia saber que he estado aquí contigo, especialmente a estas horas. —chasqueó la lengua, provocando que Aaron rodara los ojos—. Siempre es un placer, Aaron, pero ya es tarde. —dijo, fingiendo mirar un reloj inexistente en su muñeca— Debo irme.
Se dio la vuelta y comenzó a alejarse con pasos apresurados, pero la voz de Aaron la detuvo.
— ¡Espera! —exclamó él, corriendo tras ella.
— ¿Qué quieres ahora? —preguntó Cleopatra sin detenerse, los pasos de Aaron resonando cada vez más cerca—. ¡Deja de seguirme! —demandó, girándose bruscamente, solo para encontrarse con Aaron chocando contra ella. Él perdió el equilibrio y cayó contra Cleopatra, empujándola con él hasta que chocaron contra una de las paredes de la vieja fábrica. Aterrizaron en un revoltijo de escombros, con Aaron encima de ella. Un silencio llenó el aire mientras estaban enredados en esa posición. Aaron se levantó, con cuidado de no presionarla demasiado, pero al ver su rostro, no pudo evitar sonreír con satisfacción y regodearse. La proximidad era peligrosa, la tensión entre ellos palpable, pero Cleopatra no estaba de humor para sus juegos.
Editado: 13.11.2025